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Frente a Goliat (V y último)

A

l impulsar una transformación al lado de Goliat, la honda de David es la cultura. Es a través del canto, los poemas, el baile, el teatro, el cine, la fotografía, la caricatura y el dibujo por donde se conocen y reconocen los David; por donde se invitan, se cuentan y se convocan las rebeliones en defensa de la dignidad, la nobleza, la belleza, la verdad, o sea, el propósito de cualquier transformación realmente progresista. Ante la propuesta de un cambio al sur de la frontera, el paso más pragmático de todos al tratar con el norte es invitar a los David dentro del Goliat a cantar, bailar y escribir un nuevo cuento.

Los David dentro del Goliat se cuentan y se encuentran aquí (y con sus contrapartes en el extranjero) a través de la música que nace de los esclavos africanos e indígenas y se vuelve blues, jazz y rock & roll, o de las diásporas de múltiples migraciones que al sonido de tambores, acordeones, guitarras, violines, marimbas y trompetas cuentan de los éxodos y las llegadas; y las luchas de alemanes, franceses, italianos, irlandeses, escandinavos, chinos, judíos europeos, caribeños, mexicanos y más. O por el rap que todos escuchamos (a propósito o no), que nace del barrio más pobre de Estados Unidos en el sur del Bronx en Nueva York.

Algunos de esos sonidos –los que no son sólo ruido– cuentan las vidas de los estadunidenses comunes en sus múltiples dimensiones (no sólo la política), y de los rebeldes siempre entre ellos que están escondidos bajo la historia oficial del Goliat. Leonard Bernstein, cuyo centenario de natalicio se festejó este fin de semana, lo hacía a través de música clásica, ópera y musicales, mientras se solidarizaba con el movimiento antiguerra, antinuclear y el de derechos civiles. Igual lo han hecho cantautores a lo largo de la breve historia de este país al contar del gringo/a de abajo, los anónimos creadores de todo y los herederos de nada a través de las voces de Lead Belly, Paul Robeson, Nina Simone, Woody Guthrie, Pete Seeger, Bob Dylan, Bruce Springsteen, Patty Smith, Steve Earle y Kendrick Lamar, entre tantos más. La recientemente fallecida Aretha Franklin regalaba soul mientras ayudaba a financiar, junto con Harry Belafonte, el movimiento de Martin Luther King, y ofreció pagar la fianza de la comunista Angela Davis, considerada por la FBI como una de las criminales más peligrosas de su tiempo y cantó, hace 50 años, en el campamento de la Campaña de los Pobres en Washington. Todo movimiento de defensa de dignidad y/o rebelde en Estados Unidos tiene su ruta sonora.

Junto con ellos, está la larga lista de escritores y poetas dedicados a rescatar la dignidad, la identidad, la historia y la nobleza de sus compatriotas y los recién llegados: Twain, Jack London, Steinbeck, Howard Fast, Langston Hughes, Tony Morrison, entre tantos otros. Están los periodistas desde Frederick Douglass (ex esclavo que fue editor en jefe del periódico North Star, y uno de los pocos que se atrevieron a publicar un editorial oponiéndose a la guerra contra México a mediados del siglo XIX), John Reed, IF Stone, Pete Hamill y se podría incluir al recién difunto Anthony Bourdain y a David Simon, ex reportero y ahora guionista y creador de series de televisión obligatorias para entender este país hoy día, así como a los periodistas/comediantes como Jon Stewart, Samantha Bee y John Oliver.

Está la magnífica lista de dramaturgos y cineastas, fotógrafos y artistas plásticos. Algo que reúne elementos de todo esto es la película de Tim Robbins, The Cradle Will Rock, que cuenta del arte y la política en medio de la Gran Depresión, incluyendo el extraordinario Proyecto de Teatro Federal, el mural de Diego destruido por Rockefeller y la obra musical brechtiana de título que gira en torno de una huelga siderúrgica y que se puso en escena bajo la dirección de Orson Welles en Broadway, con una rebelión de actores, músicos y público.

Todos estos festejan lo más noble como las tragedias, penas y luchas de los David aquí adentro del Goliat. Son los aliados naturales –y más poderosos– de los David al otro lado de la frontera. Es más urgente que nunca invitarlos a bailar.