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Arte y tiempo

Después de la casa de muñecas

C

uando en 1879 Henrik Ibsen estrenó su obra Casa de muñecas causó un verdadero escándalo. No podía ser de otra manera, ya que, por primera vez en teatro, se mostraba de manera descarnada todo el falso entramado de la feliz, estable e inconmovible familia burguesa que, por supuesto, era incuestionable y, mucho menos, vulnerable. Sin embargo, Nora, la protagonista, la hace saltar por los aires cuando intempestivamente decide abandonar su casa, a sus tres hijos y a su marido sin importar las consecuencias. Ibsen acota en su libreto se oye la puerta al cerrarse, y baja el telón.

La obra es redonda, no necesita más, empero, la interrogante queda. ¿Qué fue de Nora y su familia? Les fue bien, les fue mal, qué hicieron. Sobre esta base, el joven dramaturgo estadunidense Lucas Hnath, ganador del premio Steinberg del año pasado, escribió lo que él cree que sucedió con Nora y lo tituló A doll’s house Part 2. Clarísimamente Casa de muñecas segunda parte que, con el nombre en español de Después de la casa de muñecas, está cumpliendo temporada en el teatro Julio Prieto, mejor conocido como teatro Xola.

Quince años después de haber partido, Nora regresa intempestivamente con apenas un aviso previo a Ana María, la fiel sirvienta de toda la vida que, salvo el lecho conyugal, ha suplido a la ausente en todos los cuidados de la familia. ¿A qué, por qué y por cuánto tiempo regresa?

Esta es la madeja que se desata en un solo acto de unas dos horas de duración en las que la tensión es permanente y con toda claridad se ponen sobre la mesa no sólo las motivaciones aparentes de cada quien, sino también, transparente, su personalidad, lo que auténticamente llevan dentro.

Desde luego, como en Ibsen, Hnath hace una defensa cerrada del derecho de la mujer de decidir por sí misma y para sí misma sobre qué hacer y qué no hacer. Los convencionalismos sociales son lo menos importante y lo que determina es la búsqueda y encuentro de la satisfacción personal. Actitud de profundo egoísmo puede señalarse, pero creada por una sociedad opresora que coloca a la mujer en el papel único de auténtica muñeca aprisionada en una casa de la que no todas osan liberarse.

Con muy buen dibujo de personajes y manejo de situaciones, el dramaturgo va desbrozando el misterio de esos 15 años que, al revelarse, exponen no sólo la situación personal y familiar, sino que, por extensión, la de una sociedad perfectamente estructurada en clases (¿crees que yo tuve otra oportunidad?, grita Ana María, en el mejor trabajo, estupendo, que le haya visto a Beatriz Moreno en algún tiempo) que, por supuesto, coloca a cada quien en su lugar, privilegiado o explotado y, claro, con la mentalidad y conducta correspondientes.

Bajo la muy buena dirección de Mauricio García Lozano, quien contó con un equipo técnico de primera con Víctor Zapatero en las luces, la escenografía de Adrián Martínez Frausto y el vestuario de Mauricio Ascencio, el elenco –además de la ya mencionada Moreno– se integró con Cecilia Suárez, Juan Carlos Colombo (Torvaldo, el esposo) y Assira Abbate haciendo una Emmy, joven hija ya casadera, explosiva en su juventud y gran sinceridad escénica.