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¿Se gastó mucho o poco?

El polémico beneficio que dejará el Mundial

Los críticos aseguran que tras el torneo habrá hoteles lujosos semivacíos, vías que nadie usará y majestuosos estadios sin afición

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▲ Cientos de aficionados salieron a las calles de Moscú para festejar el triunfo ruso en la inauguración de la Copa Mundial.Foto Afp
Corresponsal// V
Periódico La Jornada
Viernes 15 de junio de 2018, p. 5

Moscú

Cual corresponde a quien reparte el pastel, mejor dicho a quien recibe órdenes del dueño del cuchillo, el Comité Organizador del Mundial reportó con gran satisfacción que los beneficios que dejarán en Ru-sia los años de intensos preparativos y la celebración de la justa futbolera, inversiones en infraestructura y en turismo, equivalen al uno por ciento del Producto Interno Bruto, unos cuantos millones más de lo que tuvieron que gastar: un aproximado de 13 mil 200 millones de dólares, según el tipo de cambio a precios de 2013 tomado como punto de referencia para el cálculo.

¿Se gastó mucho o poco? Depende de con qué ánimo se mire. Visto desde la Torre Spasskaya del Kremlin, traducido al español como la torre del Salvador, no se llama así en honor del mandatario que bendijo los contratos, es poco si se compara con lo que gastó la anterior sede mundialista, Brasil 2014, 11 mil y pico millones de dólares, y lo que se llevó la FIFA de su anterior experiencia tras pescar en la playa de Copacabana, 4 mil millones de dólares limpios de beneficios en concepto de derechos de televisión y patrocinios.

Nada nuevo, el mismo discurso triunfalista de todos los organizadores, y para eso les pagan a sus voceros. Aunque, también es verdad, es muy poco en relación con lo que ofreció invertir Qatar en 2022: más o menos 200 mil millones de dólares.

Visto desde el otro extremo, sin ninguna atalaya y a ras de suelo, con la perspectiva del ruso que tiene que salir adelante en el día a día, el gasto es excesivo y no se justifica. Después del Mundial, enumeran sus críticos, habrá hoteles de cinco estrellas semivacíos, vías férreas que nadie usará, las calles volverán a tener baches y los estadios maravillosos no llenarán sus tribunas, sobre todo aquellos –hacen notar los más sagaces– de las varias ciudades que no tienen equipos en la Primera División del campeonato ruso y que ahí se quedarán por maletas sus jugadores.

Los descontentos más radicales como la joven economista Yekaterina Byrkova, calculadora en mano, trataron de averiguar lo que habría podido hacer Rusia con los 13 mil 200 millones de dólares (parte invertidos en infraestructura y parte que acabó en los bolsillos de los funcionarios y sus empresarios predilectos): podría haber construido 159 hospitales, con policlínica, costosos equipos médicos y centros de diagnóstico; podría haber comprado 532 mil ambulancias; podría haber edificado 491 escuelas grandes, totalmente equipadas y hasta con guarderías; podría haber modernizado 351 universidades e instituciones de educación superior.

Asimismo, podría tener 10 empresas gigantescas para beneficio de la economía nacional o comprar 320 mil departamentos pequeños para recién casados o, de perdida, regalar 15 mil rublos a cada pensionado ruso para que se compre medicamentos.

Hacen su agosto

A propósito de dinero, aunque el Mundial termina a mediados de julio, hay algunos rusos que ya están haciendo su agosto. Los señores de la FIFA impusieron unos precios que dan miedo: del partido más barato al más caro, la final, cualquier extranjero o ruso adinerado tendrá que pagar de 210 a mil 100 dólares por un asiento en primera categoría; en segunda, de 165 a 710 dólares; y en tercera, de 105 a 455 dólares. Hay una cuarta categoría, exclusiva para compradores rusos, que van de 20 a 113 dólares, pero cuyos asientos están siempre detrás de las porterías y hasta mero arriba, por lo cual se recomienda llevar binoculares.

Ciertamente, no existió ninguna restricción para que un ciudadano ruso adquiriera entradas en cualquiera de las categorías, motivo por el cual la reventa de boletos es, para muchos rusos y también extranjeros, el negocio del siglo. Huelga decir que abundan los afortunados poseedores de boletos que anhelan subastarlos, vía Internet lleno de sugestivos ofrecimientos, al mejor postor pudiendo sacar por el partido de la final hasta un precio cinco veces superior a su valor nominal.

Y como cada aficionado podía aspirar a comprar hasta cuatro entradas, si la suerte de los sorteos llegó a agraciarlo, esos especuladores ya están programando sus vacaciones navideñas en Bora Bora, en la Polinesia francesa, o como alternativa, si ya no quedan cabañas libres, en alguna de las 332 islas que componen el exclusivo archipiélago Fiji.

La publicitada innovación rusa del llamado pasaporte del aficionado o tarjeta Fan-ID sólo sirve para impedir la reventa de último momento, a pie de estadio. Porque el revendedor que encuentra un cliente por Internet sólo tiene que solicitar un cambio de nombre de los inscritos el día que adquirió los boletos y, si el comprador no figura en la lista negra de violentos potenciales, asunto resuelto.

Ya en la Copa Confederaciones del año pasado –de grato recuerdo cuando México se impuso en Kazán dos goles a uno al anfitrión, Rusia, y de pésima memoria cuando días después, en Sochi, nos enfrentamos en semis a Alemania con resultado digno de olvidar–, que puede considerarse el ensayo general del experimento para abatir la reventa mediante las tarjetas Fan-ID, demostró que 40 por ciento de los 630 mil boletos se adquirieron en el mercado secundario, para decirlo de una manera elegante sin tener que recurrir a vulgaridades como que los revendedores se pasaron por el forro los candados.

Boca a boca

Pero si alguien quiere hacerse de oro estos días, esos son los rusos que tienen algo que proponer a los extranjeros para dormir y, si pagan más, hasta con un desayuno continental incluido, ya sea a través de plataformas de alquiler vacacional como, ya sabe usted cuáles, o mediante el método antediluviano del boca a boca pero más eficaz para no pagar impuestos.

De este modo, lo que cuesta 20 dólares y difícilmente alguien podría solicitar, salvo un turista despistado, por ejemplo en Nizhny Novgorod o Rostov del Don, las fechas que hay partido sube a 200 dólares y puede llegar a 500 dólares por noche, y quien no esté de acuerdo puede dormir en la banca de un parque, si lo permite la policía.

El récord de alquiler por un departamento, eso sí cerca del estadio, lo tiene el demente de la ciudad de Kazán que pide 9 mil 337 dólares por noche.

En las afueras de Moscú, en la exclusiva zona de Rubliovka, donde viven muchos potentados, se ofertan palacetes de magnates con problemas de liquidez con 10 habitaciones con baño cada una, sauna y piscina incluidas, que se pueden alquilar por tan sólo 25 mil dólares la noche. Pero a diferencia del loco de Kazán, estos propietarios tienen muy presente que el partido inaugural es Rusia contra Arabia Saudita, y la cantidad de jeques en las tribunas del estadio Luzhniki nos dará una idea de que tan perspicaces resultaron.

Los hoteles, que deberían estar más sujetos a respetar las reglas del juego, a veces se pierden por la ambición como un hotel de Kaliningrado que no reunió méritos para merecer al menos una estrella, pero aumentó su precio ¡50 veces! El gobierno ruso determinó que el máximo que podría cobrar por noche ese hostal de mala muerte era de 38 dólares y se llegó a anunciar a 2 mil dólares y con la desfachatez de querer cobrar aparte el desayuno.

Meses antes del Mundial, la dependencia gubernamental que verifica los precios para proteger al consumidor, realizó una inspección sorpresa: sorpresa fue la que se llevó al comprobar que detectó 738 casos de hoteles que subían injustificadamente los precios en todo el país, sobre todo en Moscú.

Cobradas las risibles multas, y una que otra mordida, no han vuelto a hacer otra inspección.