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No me invitaron a pelear en la función oficial que inició el pugilismo rosa en México, lamentó

Laura Serrano pagó el precio de ser la pionera en el boxeo femenil

Debutó en plena calle una tarde de 1990, cuando estaban prohibidos los combates para mujeres

El público solía acudir con más ánimo de burla que de apoyo

Esa realidad la hizo emigrar a EU

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A los 44 años de edad le negaron a Laura la licencia para seguir peleandoFoto Guillermo Sologuren
 
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2016, p. 9

La realidad obligó a Laura Serrano a debutar como boxeadora en plena calle. Fue una tarde de primavera en 1990, cuando el pugilismo profesional de mujeres estaba prohibido por una ley obsoleta y las peleas se organizaban de manera clandestina. El cuadrilátero estaba montado frente a un rústico gimnasio, la casa del entrenador conocido como El Huasteco, en Tláhuac, en el sureste de la Ciudad de México.

La calle estaba repleta. Los ladridos de los perros del barrio se mezclaban con el barullo del morbo de los vecinos, curiosos por ver cómo se golpeaban las mujeres. En aquel entonces había cierta aura de esperpento en aquellos combates.

No hubo pesaje ni exámenes médicos previos. Las boxeadoras fuera de la ley se enfrentarían dentro de categorías improbables que aludían a nombres de flores: amapola, azucena, girasol y crisantemo para el peso completo.

Laura llegó a aquella función con la seriedad de una profesional que buscaba dignificar su oficio. La rival era una alumna de El Huasteco, una joven hoy olvidada llamada María Elena Retana, a quien apoyaban todos los vecinos del barrio. Incluso hasta los perros, bromea Serrano sobre aquella tarde, que recuerda como una excursión a la boca del lobo.

Retana perdió, pero dio una batalla ejemplar y muestra de un valor inquebrantable que aún recuerda Laura. El entrenador de su rival atribuyó la derrota a que su peleadora había parido apenas seis meses antes.

El público, que solía acudir con más ánimo de burla que de apoyo a las pugilistas, terminó convencido del coraje y la seriedad con la que las mujeres subían a pelear.

Las batallas campales

Lo que ocurrió después tiró por la borda el esfuerzo que hicieron ambas contrincantes por dignificar una profesión que las rechazaba. Como clímax de estas funciones se organizaban batallas campales en las que las boxeadoras subían vendadas de los ojos a repartir guantazos a ciegas, en medio de las carcajadas de los asistentes.

Fue indignante ver ese espectáculo patético, recordó Laura desde Las Vegas, donde ahora, ya retirada, vive con su esposo y su hijo: Fue un mensaje lamentable el que enviaron esa tarde las mujeres que subieron a pegarse. Por una parte nosotras peleando con toda la seriedad y después esa burla al deporte y a las participantes.

Ella no sólo libró una pelea contra los prejuicios que negaban el derecho de las mujeres a participar en un terreno exclusivo de los hombres. Había que romper esquemas que suponían que era una práctica que ponía en riesgo la salud de las féminas. La comisión encargada del boxeo en la Ciudad de México y los organismos mundiales se oponían con argumentos biológicos que ocultaban un sexismo latente.

Pero la batalla central de Laura, titulada en derecho por la UNAM, se centró en derogar la ley que impedía que las mujeres boxearan.

Por una parte buscaba aliados para combatir la desigualdad de oportunidades en el terreno legal. Por otra, mantenía una lucha incansable por encontrar espacios para pelear. Había que hacerlo casi siempre en funciones clandestinas y en condiciones frecuentemente humillantes.

Recuerda, como un trauma que ensombrece sus remembranzas, una función en un pueblo perdido del occidente mexicano al principio de la década de los 90. El lugar era un baldío sin butacas. En el centro, un remedo de cuadrilátero simulado por una lona mugrosa y rodeado de una sola cuerda.

“Yo ya no quería pelear, se hacía de noche y el paisaje… todo pelón, la tierra y encima esa lona horrible sobre el burdo suelo. Tétricamente improvisado. Me cuesta trabajo recordar porque todo lo cubre un manto oscuro que borra lo que pasó aquel día”, relató.

En ese baldío peleó contra una estudiante de la Facultad de Medicina de la UNAM. El público que congregó esa función apoyó a la que coreaban como doctora. Laura la venció, pero los asistentes a ese baldío pelón y lúgubre la premiaron con un abucheo hostil.

Pienso que me gusta bastante el boxeo como para haber soportado todo esto, bromea de nuevo. El espectáculo de aquella noche daba lástima... pero nosotras dábamos todavía más pena en ese escenario patético, recordó.

Abrir un camino requiere siempre algo de espíritu temerario. Laura lo deja claro al revisar la memoria de este deporte, que va de los recuerdos graciosos a los ofensivos y llega a los que hacen crispar los puños.

Las boxeadoras no sólo tuvieron que someterse a espectáculos en los que debían demostrar que lo suyo iba en serio. Había que convencer a entrenadores que no querían muchachas, a propietarios de gimnasios sin instalaciones adecuadas para que ellas entrenaran y al propio público, muchas veces ofensivo, que acudía a las peleas con la consigna de: Vamos a ver cómo se madrean las viejas.

En el desaparecido Gimnasio México me daban permiso de cambiarme en una oficina, porque no había vestidores de mujeres, pero tenían que decirles a los boxeadores que no anduvieran desnudos cuando yo pasaba frente a su vestidor. Tenía que regresarme sin bañar, en el metro, guácala, comentó.

Adaptaban sus sostenes

Incluso tenían que inventar sus protectores de pecho. Sin una industria dedicada en aquel entonces al boxeo femenil, las peleadoras adaptaban sostenes que rellenaban con esponja para proteger sus senos. El aspecto, recordó Laura, era sencillamente grotesco.

La realidad también la empujó a emigrar a Estados Unidos, donde el pugilismo para mujeres ofrecía mayores oportunidades.

En México no me dejaron pelear en la Plaza de Toros. El promotor Don King me iba a pagar 15 mil dólares, lo que nunca cobré en toda mi carrera. Siempre peleé ganando una miseria, comentó.

En 1999 se derogó aquella ley que impedía a las mujeres ser boxeadoras profesionales. La función que celebró el ingreso oficial de este deporte fue en la Arena México, con un combate entre Ana María Torres y Mariana Juárez, pero Laura Serrano, una de las responsables de que esto fuera posible, sólo fue invitada especial.

Fue muy injusto que después de tanta batalla no me invitaran a pelear, lamentó.

Hay en ella cierto resentimiento por lo que considera un maltrato a su trayectoria. Una sensación que le duele más al recordar su regreso al boxeo en 2012, cuando vio que que florecía una disciplina por la que luchó en más de un sentido durante una década.

Las boxeadoras demostraron que podían ofrecer grandes peleas y los empresarios descubrieron que eran buen negocio. Laura quiso participar de este nuevo escenario del que era artífice.

“Pero me negaron la licencia en la Comisión de Boxeo de la Ciudad de México con el argumento de que ya estaba muy grande: tenía 44 años, casi me dijeron ‘ya está muy vieja’”, indicó.

Ese mismo año, la jamaiquina Alicia Ashley, de la misma edad, fue autorizada para disputar un título mundial que ganó de forma espectacular en el oriente de la Ciudad de México.

Es indignante la manera en que me han tratado. Cuando renuncié tenía casi 45. Diez años peleando contra una prohibición, no sólo para abrir el deporte, sino por la igualdad. Ya no quise ser más lastimada y preferí decir: ¡a la goma todo!, exclamó.

No hay amargura en este recuento, es más bien melancólico. Cuando comprueba en lo que se convirtió el deporte por el que peleó una década siente orgullo, pero también una pena por haber quedado fuera.

”Al ver el florecimiento del boxeo femenino siento que no pude cosechar lo que sembré. Me tocó ser pionera y pagar el precio por ello. Eso duele”, dijo la peleadora que debutó en categoría amapola.