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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
El regreso a España 
  de Max Aub 
  Yolanda Rinaldi 
Hiroshima 
  Sylvia Tirado Bazán   
  
Fidelidad al plural 
  Valerio Magrelli 
Quimera o vida: 
  Nerval y Dumas 
  Vilma Fuentes 
Flannery O’Connor: la 
  parábola y la escritura 
  Edgar Aguilar 
  
El nacimiento del 
  melodrama y la 
  muerte de la tragedia 
  Gustavo Ogarrio 
El viandante 
  y los escritores 
  Jorge Bustamante García 
Leer 
ARTE y PENSAMIENTO: 
        Tomar la Palabra 
        Agustín Ramos 
        Jornada Virtual 
		Naief Yehya 
        Artes Visuales 
		Germaine Gómez Haro 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Paso a Retirarme 
        Ana García Bergua 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Prosaismos 
        Orlando Ortiz 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
    
   Directorio 
     Núm. anteriores 
        [email protected] 
          @JornadaSemanal 
          La Jornada Semanal    
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	 Orlando Ortiz 
   
   ¿Género en vías de extinción? (II DE III) 
   
   En la columna anterior me referí superficialmente al intercambio epistolar como recurso  narrativo: novelas completas escritas como cartas. También aludí a la  existencia de volúmenes integrados con este tipo de intercambio pero auténtico,  entre personajes de la vida cultural, política o histórica con sus pares, o con  simples amigos, familiares o seres amados. Estos libros, para mí, son  interesantísimos. Muestran el lado oculto de sus autores, sus preocupaciones, sus  dimensiones intelectuales y también sus gustos, las facetas de su carácter, sus sentimientos, sus intimidades y hasta sus  perversiones –si las tienen–, en pocas palabras: su dimensión humana. Es decir, en tales líneas descubrimos a sus autores  como eran –o son– en realidad y no como nos han dicho que eran o nos imaginamos que fueron por sus obras y hechos. 
   Ernst Hartung ordenó y anotó la  correspondencia íntima de J. W. Goethe  en un volumen que tituló Alrededor del amor. Si bien  en algunas de sus cartas detectamos el temperamento del genio –así lo  consideran muchos–, en otras nos deja ver su  desmesurada pasión, como paradigma que  fue del Sturm un Drag. En una de sus primeras cartas, siendo adolescente  escribió: “Uno de mis defectos importantes es que soy  algo violento. Usted conocerá los temperamentos  coléricos; sin embargo, nadie olvida tan rápidamente como yo cualquier  ofensa...” Calculo que alrededor de la mitad de estas misivas están dirigidas a  la señora Von Stein, que fue uno (tal vez el mayor) de sus amores;  relación complicada y difícil, pues ella era  casada y también lo amaba, por eso le  escribe: “¡Por qué te tengo que  atormentar a ti! ¡Mi más querido ser! ¡Por  qué engañarme a mí y atormentarte a ti, y así  sucesivamente!... No podemos ser nada  el uno para el otro y, sin embargo, somos demasiado...!” Y alrededor de once  años más tarde: “Tú no sabes qué violencia  he tenido que emplear y empleo, para  vencerme a mí mismo, y que la idea de no poder poseerte, me consume y  carcome en el fondo.” 
   
  
     
      Viñeta de Juan Puga | 
   
 
   Las  líneas transcritas son pocas pero confirman la idea que uno pudo haberse hecho  del autor de Werther y del Fausto, pero contrasta con  la idea del estudioso de las ciencias naturales que estudió medicina, química y  se vio atraído por la mineralogía y la  botánica. Se sabe que escribió más de 14 mil cartas –las del libro sólo son unas cuantas–, y en la  última, dirigida a Humboldt, puede leerse: “El más grande genio es aquel que acoge todo en sí, que  sabe adaptarse a todo, sin hacer la menor violencia  a ese fondo particular que se llama carácter, antes, por el contrario, exaltándole y mejorándole.” 
   También  cuantioso fue el intercambio epistolar de James  Joyce. Por la introducción de Bernardo  Ruiz a la edición de las Cartas de amor a Nora  Barnacle,sabemos que  son tres los volúmenes que recogen las misivas,  pero son sólo sesenta y cuatro las dirigidas a su esposa Nora. En ellas siente uno estar entrometiéndose demasiado en la intimidad de esta pareja y se va del desconcierto  al asombro en torno a la personalidad de  este genial autor, pues es difícil imaginar a Joyce escribir: “Mi querida pequeña Lindos Zapatos Marrones...” a la mujer amada, misma a la que le  escribe, en la última de este racimo de epístolas, fechada cinco años después:  “Mi dulce pícara Nora, recibí esta noche tu ardiente carta y he tratado de  imaginarte frotándote el coño en el clóset.”  Las alusiones eróticas y escatológicas  menudean en el texto, desde la primera línea hasta más o menos la mitad.  Pero no todas las cartas siguen el mismo rumbo. Las hay en las que a más de reiterar su amor a Nora le cuenta de sus problemas económicos, de sus neurosis,  de su fidelidad a ella, de sus planes, etcétera.  Incluso le cuenta que adquirió unas  hojas de pergamino en las cuales está  escribiendo sus poemas con tinta china para luego encuadernarlos como a  él le gusta y regalarle a ella ese único ejemplar. Lo interesante es que estas  páginas rebosan de espontaneidad y  sinceridad, incluso campea en muchas de ellas la ironía y el humor. Por  ejemplo, en una de las misivas, en la que está concertando una cita, le pide a Nora –supongo que aún no estaban casados–  que se quite el corsé porque no le gusta abrazar un buzón. 
   De  nuevo siento que me quedé en la epidermis del tema. Aunque en realidad desde  el inicio mi propósito es señalar que ya nadie escribe cartas. El telégrafo no hizo  desaparecer esta costumbre, es más, la llegada del teléfono sí hizo temblar el  género, sin embargo, sobrevivió. Hubiera sido interesante que las llamadas  telefónicas de estos hombres y mujeres hubieran quedado registradas de alguna  manera. 
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