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Hugo Gutiérrez Vega
El regreso a España
de Max Aub
Yolanda Rinaldi
Hiroshima
Sylvia Tirado Bazán
Fidelidad al plural
Valerio Magrelli
Quimera o vida:
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Flannery O’Connor: la
parábola y la escritura
Edgar Aguilar
El nacimiento del
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Gustavo Ogarrio
El viandante
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Agustín Ramos
Celebración permanente
Las palabras. En el poemario Morgue (1975-1976), José Vicente Anaya dice que el primer ser en cantar fue un poeta sin palabras que reivindicó el misterio.
La literatura. Según la voz narradora de Las horas vivas (Mónica de Neymet, 1986), las palabras adquieren realidad al pronunciarse, ganan vida cuando se escriben, cobran estabilidad en los libros y se eternizan en la literatura, porque en ella “los personajes se conservan, viven, son vividos muchas veces, tantas como los lectores los encuentren”.
La lectura. Coetzee, aludiendo a Dostoievsky, pide al lector ser “el brazo y ser el hacha y ser el cráneo que se parte; la lectura es entregarse, rendirse, no mantenerse distante ni burlón…” No estoy seguro de que esta consigna valga para la narrativa, que puede atrapar y seducir al lector con trucos, pero sin duda sirve para la lectura de poesía.
Jalando una fábrica pasa
mi padre con
una lentitud que
enreda nudos en las piernas
y renqueando, cayendo en hoyos
cada rato,
un periódico de sudor entre
las manos o
una cajita negra de muerto para
llevar sus alimentos/
Híkuri es la transcripción poética de un ritual cuyo oficiante se empeña en transustanciar actos, objetos y palabras. El cantor de Híkuri se exige visionario y, sabiéndolo o no, se convierte en sacerdote de un oficio cuyo destino consiste en vincular al uno con el otro, lo temporal con lo permanente, lo decible con lo indecible.
Viñeta de Juan Puga |
Esto es una verdad que repite el rito del Híkuri
(biznaga poderosa del todo,
del bien-mal)
que enseña el Sipiádame, quien
aparece en la vereda
por la que estoy buscando la salida
en Basíware/
En las aglomeraciones de gente
y casas nadie conoce a nadie/
Todos los aparatos electrónicos
controlan la vida ajena/
Híkuri comporta riesgos, es exigente para el oficiante y para quien concluye la obra al iniciarla, al iniciarse. Sus contemplaciones, morosas, obsesivas, dilatadas –a veces hasta la complacencia–, nunca evitan contemplar el infierno, los infiernos de Vallejo, Ginsberg, Hölderlin, Rimbaud; tampoco renuncian a ser, ellas mismas, infiernos de amor, furia, desolación, ternura...
Cuando tocas el agua
desde tus manos va creciendo el mar
sin embargo (hay muerte)
La lectura de Híkuri comporta riesgo. Su rebeldía suena tanto a estallido de alma carnal como a vibración de pedernales que buscan ser fuego. El afán libertario y transgresor de su sintaxis, siendo un rechazo rotundo, intransigente, necesita empero de cómplices que se sitúen dentro del ámbito verbal de su violencia y reaccionen ante su puntuación provocadora.
Abro ventanas que limitan órbitas
y busco la ciega luz que yo genero
en este lugar deshabitado
en que estoy
¿Podrá decirse lo mismo de otros poemarios del mismo autor? Sin duda. Y hasta de otros autores: es múltiple el poeta y escasa la poesía contemporánea que obliga, que pervierte certidumbres y desautomatiza la voz común.
los vidrios
no tenemos
puertas cerradas
La de José Vicente Anaya ha sido una poesía sabia para vincularse con la ofensa del dolor, con el alcance de la rabia, con causas olvidables, con historias silenciadas y tesoros hundidos que sólo se invocan para fines de conquista y expoliación, con almas llagadas, despojadas de la elemental fortuna de la queja o la protesta y aun de la sentencia de anunciar:
se avecinan los tiempos
de artistas contra el sonido
casa de dolores
fuego al dormitorio de sus hijos
carne de acero
Quizás en cantos como éste, esculpidos con gritos, esté la clave con la cual el resentimiento llega a transmutarse en rebeldía y la pesadilla del torturado en visión profética. En palabras que hacen caber todo dentro del puño en el instante de la crispación: todo, desde el fruto de la tierra llamado pan de dios, hasta la primera, decantada, inasible flor del mal.
Está oscuro/ Esto sucede
en el cuarto donde duermo,
que es la casa de todos/ mi madre
mete unos panes en la cajita
que se llevará su esposo/
mañana le quitaré esa comida tosca,
y en su lugar
le pondré unas margaritas
que me puedo robar del cementerio/
En 1978 la Universidad Autónoma de Puebla publicó por primera vez Híkuri de José Vicente Anaya. En 2010, José Reyes González Flores afirma: “Si la sociedad niega al hombre, Híkuri lo reivindica; si el canon niega a Híkuri, los otros, los lectores, caminan por Híkuri…” En 2015, con la edición de Malpaís en la colección Archivo Negro de la Poesía Mexicana, Híkuri alcanza 18 mil ejemplares de celebración impresa.
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