Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de julio de 2015 Num: 1063

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Esquirlas que dialogan
con José Ingenieros

Juan Manuel Roca

Pelear para sobrevivir
en la naturaleza

Renzo D’Alessandro
entrevista con Havin Güneser

Travesía
Mariana Pérez Villoro

La vida con Toledo
Antonio Valle

El imprescindible Toledo
Germaine Gómez Haro

Canicular
Tour de France

Vilma Fuentes

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Las erinias
Olga Votsi
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

La mano del zurdo y otras manos

Antonio Soria


La mano siniestra de José Clemente Orozco.
Derivaciones, transbordos y fugas,

Ernesto Lumbreras,
Siglo XXI Editores/Universidad Autónoma de Sinaloa/
El Colegio de Sinaloa,
México, 2015.

A Ernesto Lumbreras se le conoce sobre todo por su trabajo poético, incluso antes de que obtuviera el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1992, por Espuela para demorar el viaje, cuando el jalisciense contaba apenas con veintiséis años, y poemarios como Caballos en praderas magentas, de 2008; Numerosas bandas, de 2010, y Lo que dijeron las estrellas en el ojo de un sapo, de 2012, no han hecho sino acrecentar el bien ganado prestigio de Lumbreras en tanto dueño de una voz poética vigorosamente personal. Sin embargo, la prosa de ningún modo ha sido ajena a la pluma y el interés constante de este natural de Ahualulco, pues además de incursionar en revistas y suplementos culturales, siempre ha hecho del ensayo la otra vertiente de su pensamiento; ahí están para dar testimonio su Oro líquido en cuenco de obsidiana. Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry, aún en prensa, con el que ganó el Premio Nacional de Ensayo Literario Malcolm Lowry en 2013, y antes de éste, en 2008, La ciudad imantada. Vida de Milton Vidrio, que le mereció el Premio Nacional de Testimonio Chihuahua.

Con lo anterior bastaría para acreditar la abundancia y, sobre todo, la calidad del trabajo escritural de Lumbreras, pero considerando la naturaleza del libro aquí reseñado conviene mencionar un par de obras más: El ojo del fulgor. La pintura de Arturo Rivera, publicado hace casi tres lustros, y mucho más recientemente, en 2013, Coordenadas para una inminente catástrofe. Cinco pintores mexicanos, títulos que hablan claramente del constante interés plástico-ensayístico del autor, que es precisamente en el cual se inscribe este volumen, mismo que hizo a Lumbreras acreedor al duodécimo Premio Internacional de Ensayo, el más reciente convocado por la editorial Siglo xxi.

En La mano siniestra…, Lumbreras despliega una vez más esa capacidad suya para conjuntar el flujo discursivo del ensayo con un ritmo y un tono decididamente pertenecientes a la poesía, diríase que a partes iguales pero obteniendo un resultado que no es, o no únicamente, aquello que suele denominarse como prosa poética, es decir, ese híbrido subgenérico en el que tantas veces lo más importante o lo más digno de ser destacado pareciera la forma y no el fondo, el continente y no el contenido. A Lumbreras ensayista –pero irremediablemente poeta– le queda claro, como lo evidencia la textura de este volumen, que más bien debe tratarse de lo contrario: que la forma, por más inscrita o ceñida que pueda estar a los dictados inherentes a su propia naturaleza, no debe nunca abandonar su condición esencial de vehículo, que es tanto como decir que jamás debe erigirse en obstáculo, sin importar si es involuntario o producto de cierta exigencia –académica, por ejemplo–, tozudez –bisoña, en muchos casos–, e inclusive por limitación autoral, cuando quien empuña la pluma o aporrea el teclado sólo sabe decir las cosas de un solo modo.

No es el caso: en consonancia con su objeto de estudio, La mano siniestra… más bien pareciera no haber podido ser escrito sino exactamente como se lee. En otras palabras, hasta por despropósito pasaría un ensayo dedicado a revisar, entender, disfrutar y compartir a la enormísima figura de José Clemente Orozco, pero concebido sin libertad de movimiento; sin generosidad en los márgenes del análisis y la interpretación; sin osadía en el aliento discursivo y, sobre todo, en la valoración conjunta del personaje y su obra magnífica. Estudios formales –o formalistas– hechos a rajatabla desde esta o aquella teoría plástica y dedicados a uno de los pintores cumbre que México ha visto nacer, con seguridad hay muchos; pocos, de seguro, imbuidos del arrojo ensayístico de Lumbreras, que además no se ha limitado a trazar la biografía de Orozco, ni tampoco a señalar una vez más la conocida relevancia, por ejemplo, de su labor como muralista, o a volver la mirada insistentemente a cierta o ciertas obras en particular y dejarla ahí.

El hallazgo más feliz de todos los que este volumen incluye consiste en el movimiento analítico doble de la particularización y la intertextualidad; lo primero, en torno a la mano, las manos, la imagen de esta extremidad en la obra orozquiana, y lo segundo referido a los múltiples discursos que, a lo largo del tiempo y el mundo, diversos autores han manifestado con motivo, también, de las manos.

Zurdo insospechado, el inagotable José Clemente Orozco aparece en las páginas del poético ensayo de Lumbreras en toda su dimensión, y engrandecido a partir de la mirada lúcida, creativa y enriquecedora de alguien que sabe ver y, a renglón seguido, compartir esa visión.



Antología policiaca,
Rafael Bernal,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2015.

No han faltado nunca, pero este año aumentó el número de voces incurrentes en el despropósito de querer restarle méritos o regatearle al capitalino Rafael Bernal el primerísimo e indiscutible lugar que ocupa en el panorama de la literatura mexicana negra, policíaca, thriller o como cada quien prefiera denominarla. Fue como si el centenario de Bernal hubiera despertado esas nunca del todo adormecidas ganas de practicar el sempiterno parricidio literario/cultural/intelectual, de acuerdo con el cual hace falta “matar” al padre, es decir y de manera simbólica al líder o cabeza, para que ocupar su sitio deje de ser un mero anhelo eternamente frustrado: la triste lección paciana de minusvaluar al grande para quedar uno mismo como tal. Eso y nada más es lo que muchos volvieron a intentar recientemente cuando sostuvieron que El complot mongol, obra cumbre no sólo de su autor sino de todo el género en México, “no es para tanto”, “no es tan buena como se ha querido creer”, “ha sido superada por el tiempo”, “ha quedado rebasada por la obra de autores que vinieron después”, “le debe demasiado a los clásicos del género, cuyos artificios literarios hoy son anacrónicos”, más un medianamente largo etcétera de pronunciamientos ninguneadores, relativizantes y, tanto en el fondo como en la superficie, delatores de una envidia bastante mal disimulada, cuando no de un retorcido y quizá inconsciente reconocimiento de que, más de cuarenta años después de su muerte, todavía no se vislumbra a quien pudiera tomar la estafeta bernalesca sin que sus congéneres le caigan encima y se lo coman crudo, posiblemente
aquí sí con buenos motivos.

Afortunadamente, cerrar esas bocas es muy sencillo: basta con releer el célebre Complot y cotejarlo con los malabarismos dizque apantallantes de algunos, o releer estos últimos a la luz del cotejo, por ejemplo, de las piezas narrativas que componen este volumen que, en buena hora y para festejar el centenario de Rafael Bernal, el fce ha editado. Cuatro relatos y tres novelas breves de muy difícil acceso editorial hasta hoy, policíacos de pura cepa, previos a El complot mongol, y prologados por ese amante del género que es Martín Solares: un auténtico banquete que habrán de disfrutar lo mismo aficionados de hueso colorado al género, que todo tipo de lectores en busca de literatura de a deveras.