Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de julio de 2015 Num: 1063

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Esquirlas que dialogan
con José Ingenieros

Juan Manuel Roca

Pelear para sobrevivir
en la naturaleza

Renzo D’Alessandro
entrevista con Havin Güneser

Travesía
Mariana Pérez Villoro

La vida con Toledo
Antonio Valle

El imprescindible Toledo
Germaine Gómez Haro

Canicular
Tour de France

Vilma Fuentes

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Las erinias
Olga Votsi
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

$0.096

Uno es el director artístico en una disquera trasnacional. Otro trabaja en una sociedad de autores y compositores. Otro es director de un destacado sello independiente. Uno más es músico. No están en ningún congreso ni participando en una conferencia. Se han encontrado para, simplemente, platicar. Inevitablemente, tras algunos tequilas, han caído en las arenas movedizas del streaming. ¿Qué es eso? Escuchar música vía internet sin necesidad de descargarla ni de almacenarla, pagando mensualmente un plan Premium o recibiéndola gratuita pero limitadamente según la subvención de patrocinadores.

Cada amigo parece tener la información que completa la del otro, pero faltan piezas cuya ubicación desconocen. Eso llama la atención. Si ellos no pueden armar la imagen global del negocio, ¿quién podría? Porcentajes van y vienen contradiciéndose, dejando en claro que la ausencia de parámetros y controles, la ignorancia de los músicos y la inercia de la vieja industria, perpetuarán un esquema injusto si no entendemos y criticamos los nuevos mecanismos.

La conversación llegó a ese punto cuando el amigo músico mencionó lo sucedido hace unas semanas en Estados Unidos con Taylor Swift, exitosa cantante de pop que señaló el abuso que el nuevo sistema de streaming Apple Music –ligado a iTunes y Mac– pretendía cometer, pues anunció que no pagaría nada a los artistas, productores y disqueras por la música utilizada en los meses de prueba de cada posible contratación. Sobra decir que en un mundo tan veloz ese tiempo es crucial en el lanzamiento de un disco, y más si el streaming se ofrece con radio, curaduría y red social, como es el caso. Su justificación: por tratarse de un período de prueba gratuito no tendrían recaudación.

De manera sospechosa y tras el gigantesco revuelo causado por Swift (muchos lo consideraron un “montaje”), la tienda desistió y ensalzó su responsabilidad con los artistas. Sincero o no su arrepentimiento, el asunto reavivó la discusión sobre la distribución del pastel en un mundo donde plataformas como Spotify, Pandora, Deezer, Rdio, Tidal y ahora Apple Music consolidan alrededor de 150 millones de miembros en más de 180 países, todos aportando mensualidades que oscilan entre los 160 y 240 pesos mexicanos. Hablamos de una cifra en movimiento y cambio constante que supera los 23 mil millones de pesos cada treinta días, pero que ofrece un retorno aproximado de (¿lista, listo para leer lo que sigue, querida lectora, lector?) $0.096 pesos por reproducción, o sea, por cada vez que alguien hace play a una canción (allí el título de esta columna). Menos de la décima parte de un peso; cifra irrisoria que pocos pueden reclamar y que debe dividirse entre los involucrados mencionados en el proceso de producción.

Así las cosas, la reacción de Swift durante el lanzamiento de Apple Music no fue la primera ni es nueva en la industria (hace poco decidió retirar su catálogo de Spotify). Antes de ella hubo otros que se negaron a ofrecer música en streaming temiendo que las ventas físicas y digitales de su obra se vieran afectadas. Hablamos de The Beatles, Prince, Tool, Thom Yorke (Radiohead) y otros pocos gigantes con peso singular que no necesitan darse a conocer. Ello nos hace preguntarnos qué hay de los artistas emergentes y del grueso de la pirámide que vive sin los beneficios de quienes yacen en la pequeña cima. El vampírico argumento de las compañías que usufructúan los catálogos va justo en ese sentido: “su ganancia es la promoción”, dicen; algo que está a discusión pues, como ha pasado con Youtube, se sabe que sólo los grandes sellos tienen músculo para negociar sus contratos.

Hacia el final de la reunión, los cuatro amigos recuerdan cuando Napster puso de cabeza a la industria y los usuarios intercambiaban su música sin pagar, alimentando una piratería vitaminada por el abaratamiento de la tecnología, por la solidificación de un sistema neoliberal que cosifica los bienes intelectuales. Sí, llegaron iTunes y el ipod para legitimar el negocio digital pero Youtube, Vevo, Soundcloud y otras plataformas con filosofía wiki (de contribución colectiva) acunaron vacíos legales irrefrenables. Entonces apareció el streaming que hoy nos ocupa, única modalidad que se mantiene saludable, pues si la gente ya no quiere tener discos físicos ni lidiar con descargas específicas, tampoco desea que los contenidos ocupen la sagrada memoria de sus dispositivos. Prefiere que todo venga de la nube, ese contenedor global, práctico e invisible en el que se confía cada vez más sin tener información suficiente. Ya veremos qué ácido nos moja en la próxima lluvia. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.