Opinión
Ver día anteriorJueves 14 de mayo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Moscow Ballet Theatre

L

a tradición enorme de la danza rusa, en especial el ballet, es una de las más sólidas corrientes culturales en el mundo, ya que a partir de su fundación, en el reinado de Catalina La Grande en el siglo XVIII –cuya visión supo adaptar y aprovechar las enseñanzas de los maestros franceses e italianos que invadían Europa enseñando su técnica en las clases de danza, ya denominadas ballet–, se afincó con profundas raíces dada la maleabilidad de las estructuras corporales de los estudiantes rusos y su gran sentido del ritmo y el movimiento, propios de aquella fecunda tierra de milagros y talentos.

Ya los príncipes italianos en la Edad Media denominaban al baile o el ballo como balleti, cosa que se arraigó en las danzas y movimientos corporales de aquella prodigiosa corte del arte y la cultura, cuna del milagro renacentista.

Mucho se debe sin duda alguna a la princesa italia- na María de Médicis, joya de la ilustre familia impulsora de la política, la intriga y el desarrollo de las artes, así como de la conversión de las artes de salón y corte, en el magnífico espectáculo del ballo, cuna prodigiosa de la danza como espectáculo.

Desde entonces la red de conexiones culturales del viejo mundo se extendió por todos los reinos y estados hasta asentarse en el teatro, como príncipe incomparable del entretenimiento, el lujo, la belleza y la destreza di ballare. Fue Catalina La Grande quien estabilizó y estableció con su corte de maestros y niños huérfanos adoptados, la gran escuela de Ballet de Moscú, abriendo desde entonces, y hasta el presente, un futuro sólido, un camino, una técnica a desarrollar y una joya incalculable en el abanico de las artes y la cultura rusas.

Desde entonces, ríos de migrantes bebieron de aquel conocimiento del Bien Ballare para llevarlo a sus países y crear la frondosa cultura de una danza con lenguaje propio por medio de códigos de movimiento sembrados maravillosamente por aquellos antiguos maestros franceses e italianos, adaptándolos a su cultura y facultades. Desde entonces también, el ballet ruso –con la inyección formidable de la compañía de Sergei Diaghilev y sus Ballets Rusos, presentado en París en 1909 y de memorable recuerdo– se difundió como la mejor danza clásica del planeta, pues los grandes bailarines que integraban la compañía, una vez disuelta paulatinamente desde la salida de Nijinsky del grupo, fueron por el mundo a montar sus escuelas y sistemas de enseñanza.

Fue así y es por eso que decir ballet ruso, sin embargo, no significa que siempre fue así ni lo es ahora. La presencia en días pasados del Moscow Ballet Theatre, Talirium et Lux, con la famosísima obra de El lago de los cisnes, con Mikhail Lavrosky como director artístico y su experiencia en tercera dimensión, presentada en el Auditorio Nacional con bailarines del Bolshoi, como rezaba en algunos periódicos, fue suficiente para que un público entusiasmado asistiera a ver el espectáculo calificado como excelente por adelantado, según la tradición de lo ruso y el lago.

Los nombres de Anna Nikulina y Alexander Volchkov en su calidad de primeros bai- larines del Ballet Bolshoi y una escenografía en tercera dimensión, jalaron público, pero no tanto como para ni siquiera llenar la luneta del gigante de Reforma.

Ni la escenografía en tercera dimensión ni el modesto vestuario ni el desesperado esfuerzo del bailarín que hacía del Bufón del ballet fueron suficientes para arrancar aplausos al público no convencido, que ya sabía que el espectáculo no era tanto como lo había pintado la publicidad.

Con esto se demostró que hay muchas versiones de obras tradicionales de ballet, teatro o música, pero que cada una tiene su especial calidad. En todo ello se pudo notar, sobre todo, la madurez del público mexicano, al que ya no se le puede dar gato por liebre, como a cualquier república bananera. México ha desarrollado tremenda madurez en la difusión de la danza y la cultura y me complace ser parte de ello.

Así, luego de cortés aplauso, arrancado casi con desesperación por el buen Bufón de la obra, el público en su salida del recinto mostró cansancio y desilusión, aunque siempre, la generosidad que se le rinde a quien se expone al aburrimiento de lo hecho a medias no deja de marcarnos con cierto desánimo por corto tiempo, así como el reconocimiento del valor y trabajo en el intento, por lo que se les desea próximos éxitos en el nuevo impulso que los artistas saben imprimir a su trabajo.