Opinión
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La locura de la historia
E

l pañuelo de colores diversos nunca ha estado ausente del bolsillo situado en el costado de sus trajes: formales unos, informales la mayoría. Toda clase de sombreros y boinas han pasado para disputarse el calor de su cabeza. Pero lo distintivo de su extravagante atuendo, el sui generis sello de su estilo, lo acaparan, sin duda alguna, los chillantes sacos de materiales diversos. En cuanto a las corbatas, remates elocuentes de su gusto, se confunden, a veces, con sendas pañoletas a la manera de vistosos gaznés, de seda algunos, de lana otros. Su cuello, guardián de esa voz profunda propia de sus años mozos, ha estado siempre bien cubierto de la cambiante intemperie. De los zapatos no se puede afirmar que desentonan con la indumentaria; todo lo contrario, la complementan, dándole el toque distractor que apenas ocultan los calcetines de variadas coloraciones. En esa prenda, en ocasiones se distinguen rayas transversales, que también disputan su lugar a las horizontales o, simplemente, ceden primacía a los cocoles.

Fernando del Paso ha sido un coqueto del buen vestir y un glotón de paladar delicado. Nunca lo vi, durante el corto lapso de una alegre amistad que, supongo, se ha prolongado a la distancia, descuidado en su atuendo. Lo conocí una tarde-noche del 15 de septiembre en la Casa de México en el París de los años 80, durante la ritual celebración del Grito de Independencia. Poco a poco la concurrencia me fue arrojando hasta el mero fondo del salón donde se apiñaban mexicanos ansiosos por gritar con todo el viento de sus pulmones. Junto a mí estaba, un tanto engentado, un peculiar personaje que portaba un saco de terciopelo verde botella. Estuve a punto de preguntarle si se lo habían confeccionado con parte de alguna cortina virreinal, pero una mínima prudencia evitó mi socarrón alegato. Entablamos una nutrida plática durante varios minutos al cabo de los cuales aclaramos, sobreponiéndonos al estridente ruido, nuestros mutuos nombres. Al conocer el suyo no pude evitar mi entusiasta elogio para las dos novelas ya leídas: José Trigo y Palinuro de México.

Fernando llegó a París para terminar su nueva novela: Noticias del imperio. La había trabajado durante los 12 años previos y requería, de hecho le exigía a gritos, recibir los toques finales con información que se encontraba en archivos locales. El original, mecanografiado por Socorro, su mujer de toda esta vida y la que volviera a vivir, lo mostró orgullosa al inicio de una cena de las dos familias (la suya y la mía) en el departamento que le había cedido la Casa de México para su estancia parisina. Especialistas de la cocina, tanto Fernando como Socorro nos deleitaron con sus platillos y sincera amistad. Lo que precedió y siguió a esa noche fue un continuo intercambio de ideas y opiniones sobre la gran variedad de sucesos de la actualidad de esos tiempos europeos. Fernando, a incitación mía, se explayaba sobre los pormenores de su obra en proceso. En un inicio, el pensar en la figura de Carlota como sujeto principal de la novela, lo juzgué un esfuerzo poco redituable para tan dilatado trabajo de investigación y desbordante escritura. Después, y una vez terminada la lectura del primer capítulo, donde toca la genealogía de su estirpe de emperatriz, habría de alegrarme y sorprenderme con tan abarcante figura, recipiente de toda la pequeña historia del fallido imperio mexicano, al menos un buen cacho de ella. Porque Noticias del imperio es un tratado fiel de la traumática vida mexicana del siglo XIX. La copiosa narrativa se levanta sobre el lector en oleadas de palabras ensartadas al modo de una obra de inmensa envergadura. En paralelo corre, con elegante y precisa erudición, la detallada suerte y pecaminoso comportamiento de la aristocracia europea de esa decadente época, la del segundo imperio francés del pequeño Napoleón.

Las tres novelas de Del Paso abruman a cualquier lector, incluso al bien informado. Con el paso de las hojas se descubre un caluroso mundo de imágenes, pegadas unas junto a las otras y las demás. La capacidad del lector para asimilar el borbotón de citas, momentos, comparaciones, flores y confesiones, o frases que van saliendo de su prodigiosa y calenturienta imaginación de poeta y prosista, aparenta no tener fin. Fernando es consciente de sus excesos que, con el progreso de la lectura, uno va agradeciendo para exigir, hasta en voz alta, que no las dé por terminadas. Éstas y otros sufrimientos se despliegan alrededor de las tres novelas mencionadas. En lo particular, me rendí, casi de inmediato, a la fluidez de un lenguaje que, como antes dije, parece no concluir. La nota siguiente cae sólo para reincidir, como ritornelo interminable, en pulir la imagen buscada. Dice bien Fernando que no se explica bien su longevidad, pero la que ha logrado se agradece de todo corazón de amigo y lector empedernido. Es un artista redondo y, a la vez, inconcluso. Su voz, mucho tiempo discreta, hoy se oye, aprecia y se encrespa, llena de sonoridades y ecos, por sobre todo el griterío que oprime a los ciudadanos del México actual. Del Paso pelea, con su formidable arma de palabras, con el ánimo de mejorar las penurias que otea alrededor. Este impulso le llega desde siempre porque le ha interesado perseguir un mundo donde la justicia alcance para todos.