Opinión
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La Muestra

El capital humano

C

omo en Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955), un accidente automovilístico en una carretera desencadena un drama. Sólo que en el caso de El capital humano, del italiano Paolo Virzi, se ha desterrado casi por completo el posible melodrama sentimental y la obsesión de la culpa para remplazarlo por un meticuloso estudio del arribismo social, la insensibilidad moral de la clase dominante y los rigores de la avaricia capitalista. El director traslada la ambientación de la novela homónima de Stephen Amidon en que se inspira, pasando del norte de Estados Unidos al norte de Italia (opulenta región del lago Como), para describir la compleja interacción de dos familias. La muerte accidental de un ciclista colocará en una aparente situación de vulnerabilidad al respetado especulador financiero Giovanni Bernaschi (Fabrizio Gifuni) frente al nervioso perdedor nato Dino Ossola (Fabrizio Bentivoglio), modesto corredor inmobiliario que bien pudiera sacar un providencial provecho del suceso desafortunado.

La estrategia narrativa de Virzi, director y coguionista, es sin duda el aspecto más afortunado del filme, con su división del relato en cuatro partes finamente interconectadas: los capítulos Dino, Clara y Serena, tres puntos de vista convergentes, y un capítulo final (El capital humano) que es la conclusión y fría moraleja en esta disección de la mentalidad capitalista. El segundo acierto es una notable galería de actores, donde destaca la solvencia de la francesa Valeria Bruni-Tedeschi como Clara, esposa del poderoso Bernaschi, una mujer sumida en el malestar existencial de ser testigo tristemente privilegiado, objeto pasivo y ninguneado, de la codicia inescrupulosa del marido. Casi un guiño a Mónica Vitti y al cine de Antonioni.

El resto de los personajes –los jóvenes de la élite milanesa o los serviles arribistas como Dino– se incorporan al paisaje social de una Italia industrial sacudida por la crisis económica, alejada en buena medida de su contraparte meridional, la clase despreocupada y hedonista de La gran belleza, de Paolo Sorrentino, pero igualmente encanallada en sus cálculos precisos y su amoralidad sin freno. Pocas veces se ha presentado con mayor inclemencia la división social entre una clase poderosa y cínica, y otra patéticamente celosa del privilegio ajeno, a la postre manipulable y prescindible, como jurídico capital humano de previsibles pérdidas menores. Un thriller social fascinante. Se exhibe hoy en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y 18 horas.

@Carlos.Bonfil1