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Penultimátum

Óscar Arnulfo Romero

H

ay nombres que no se olvidan y adquieren actualidad, especialmente en la República del Salvador. Como Roberto d’Aubuisson y Álvaro Rafael Saravia, señalados de pla-near y ejecutar el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba misa en un hospital donde se atiende a enfermos de cáncer. Saravia niega haberlo matado pero las autoridades de su país dicen lo contrario. Fue un indio. Uno de nosotros que por ahí anda, declaró alguna vez.

Pero lo que nunca ha negado el ex piloto de la fuerza aérea es que fue  hombre de todas las confianzas del coronel Roberto d’Aubuisson, experto en inteligencia contrainsurgente, bajo cuyo liderazgo se integró un escuadrón de la muerte dedicado a eliminar a todo aquel sospechoso de agitador o subversivo. El militar después fundó y fue máximo líder del partido de ultraderecha Arena. En 1983 presidió la Asamblea Constituyente de El Salvador y su partido también ganó varias veces las elecciones presidenciales.

Fue este coronel quien planeó el asesinato del arzobispo y de cientos de salvadoreños inocentes. Y aunque Saravia asegura que nunca mató ni torturó ni secuestró a nadie, se le tiene como un eficiente ejecutor de las órdenes de su jefe. Cuando cayó de su gracia, optó por refugiarse en Estados Unidos, donde fue acusado de lavar dinero de los capos colombianos. Se le busca por ese delito y por el crimen de monseñor Romero.

Antes y después de su asesinato, el arzobispo sufrió una brutal campaña de desprestigio patrocinada por la derecha, los embajadores salvadoreños ante la Santa Sede y algunos cardenales que lo acusaban de ser comunista. Incluso de estar desequilibrado.

No debe extrañar entonces que Juan Pablo II tratara con desprecio a Romero cuando éste lo visitó en el Vaticano para pedirle su ayuda a fin de detener la feroz represión y resolver la pobreza y la injusticia que azotaban a El Salvador. El Papa desoyó sus denuncias, lo regañó y lo instó a no crearle problemas a la Iglesia con el gobierno. Otro que denostó a Romero fue el cardenal ultraconservador Alfonso López Trujillo, fiel servidor del papa polaco y enemigo de todo lo que oliera a Teología de la Liberación o a Iglesia de los pobres.

A 35 años del asesinato de Romero, Francisco acaba de aprobar la beatificación de quien se ha convertido en símbolo de la lucha por la justicia social. Cuando era cardenal, Francisco dijo que si fuera elegido papa mandaría a López Trujillo a El Salvador a beatificar al arzobispo asesinado.

D’Aubuisson murió en 1992 de cáncer en la lengua. Ni él ni muchos otros asesinos de gente inocente fueron condenados por sus crímenes, amparados por una ley de amnistía aprobada en 1993. Sin embargo, el hijo del coronel reconoció que el asesinato del arzobispo fue un acto atroz.