Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 11 de enero de 2015 Num: 1036

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Quién si no las moscas pueden mostrarnos
el camino

Carmen Nozal

En capilla
Agustín Ramos

Vicente Leñero la exploración fecundante
Miguel Ángel Quemain

El acto de fe de
Vicente Leñero

Estela Leñero Franco

Vicente Leñero: lecciones
de periodismo narrativo

Gustavo Ogarrio

Columnas:
Galería
Alessandra Galimberti
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Lejos de la gloria (y también del infierno)

Apesar de la opinión generalizada al respecto, el género documental no necesariamente muestra La Verdad con mayúsculas, e incluso hay una corriente teórica según la cual no la muestra nunca, pues la aplicación de los innumerables elementos formales y estilísticos a los que por fuerza recurre un realizador hacen que cualquier filme sólo sea una versión, más o menos fidedigna, de esa Verdad, sin importar que la materia audiovisual de dicha versión proceda de la realidad misma y no de una invención sin restricciones, comúnmente llamada ficción. En este último caso, la opinión también generalizada tolera, tácitamente, toda suerte de modulaciones y alteraciones cinematográficas a la realidad, incluso si se trata de una de las tantas películas que se valen, implícita o explícitamente, de la leyenda basada en hechos reales, considerando tales reinvenciones como “licencias” al momento de reconstruir hechos conocidos –mismos que sólo con ingenuidad pueden ser considerados inmodificables–, de modo que se ajusten a una trama específica. Conviene recordar que, a partir de este punto, el empate preciso entre una realidad y su reconstrucción deja de ser lo más importante, pues el meollo se desplaza hacia la verosimilitud de la trama: si aquello que se cuenta es creíble, más allá de si fue o no verdad, con eso basta.

Desde esta perspectiva, es absolutamente ociosa la discusión en torno a la mucha, suficiente, poca o nula proximidad que la trama de Gloria (Christian Keller, México, 2014) tiene respecto de su biografiada, la cantante mexicana Gloria Trevi: ni siquiera un documental biográfico –de lo cual esta cinta se halla mucho muy lejos, tanto en intención como en factura– sería capaz de dar cuenta entera de una vida completa o, para el caso, del fragmento de ésta que interesa contar. Tratándose de una ficción, concretamente de una biopic, más concretamente de una biopic con crasas intenciones de ensalzamiento y, dado el contenido de la trama, también de reivindicación, las mencionadas “licencias” podían preverse y, en consecuencia, permiten soslayar los alegatos metafílmicos de ciertos personajes involucrados ya sea con la historia, ya sea con la cinta, comenzando con la argumentista Sabina Berman, pasando por la farandulera Anahí y culminando con la propia Gloria Trevi, todas las cuales, de diferente modo y por distintos motivos, se han deslindado o descalifican aquello que propone la película.


Sofía Espinosa

La gloria light

Si se trataba de que la cantante y compositora regiomontana saliera bien parada, el material era abundante: a la historia mediáticamente bastante conocida y todavía no demasiado remota de la jovencita irreverente que “triunfó” en la farándula, que “rompió esquemas” del espectáculo masivo, que “refrescó” un ambiente moral en aquel entonces –finales de la década de los ochenta y principios de los noventa– aún más pacato que el contemporáneo, se le añadió la otra historia, igualmente verificable, de caída en picada respecto de la popularidad, escándalo masivo por acusaciones legales de trata de menores, encarcelamiento fuera del país, juicios procesales y, como remate, absolución legal. Tampoco era materia despreciable la igualmente conocida manipulación de los medios electrónicos, ni mucho menos la exhibición de la rebatinga otrora feroz, hoy inexistente, que se daba entre las cabezas del duopolio, pleitos de los que al parecer Trevi fue a la vez protagonista, beneficiaria y víctima.

Es evidente que con estos elementos bastaba y sobraba para pintar a Trevi como una especie de farandulesca ave cuyo plumaje no se manchó en ningún pantano, pero sucede que, partir de ciertas contradicciones, da la impresión de que hubo secuencias –filmadas o no– finalmente suprimidas, todo en aras de arribar a un final color de rosa, por cierto rubricado con un par de textos a manera de epílogo feliz. Con independencia de que se disponga o no de información extrafílmica respecto de la historia que se cuenta en Gloria, cuesta mucho aceptar la tremenda descafeinada que argumentalmente se le dio al coctel, pues en dicho proceso de aligeramiento termina por escurrirse más de un bulto, comenzando por el de la corresponsabilidad de la cantante no en términos legales, sino éticos; y otra cosa, sobre la cual el filme no cosió ni un hilo: la dimensión sociocultural, y no simplemente farandulera, que significó en cierto momento Gloria Trevi, de lo cual habló con acierto Carlos Monsiváis en Los rituales del caos, para un ejercicio fílmico que se quedó lejos de la gloria pero también del infierno.