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Entre el destierro, la adicción y la esperanza
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Además de proveer alimento y albergue, el desayunador del padre Chava también es un espacio para quienes encuentran en la fe un asidero para seguir adelanteFoto Roberto Armocida / La Jornada Baja California
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 23 de diciembre de 2014, p. 27

Tijuana, BC.

Ernesto Aragón Pérez parece sereno cuando llega a las oficinas del desayunador salesiano del padre Chava. Está recién bañado y con ropa limpia.

Tiene 26 años. Poco después de que nació, en el hospital general de Tijuana, fue trasladado por sus padres a Los Ángeles, California, donde la familia vivió y creció con tres hijos más antes de la separación conyugal.

El padre, también llamado Ernesto, regresó a México, pero la familia ignora su domicilio. María, la madre, se quedó en Estados Unidos, donde limpia casas para mantener a sus hijos y proveerles de estudios.

Heriberto García García, catedrático de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) y ex titular de la Procuraduría de los Derechos Humanos del estado, realizó el estudio de vida de Ernesto Aragón Pérez, cuya familia vive diversos grados de trasnacionalismo.

“Su madre es indocumentada y no logró mantener vínculos afectivos con quienes se quedaron en México; tampoco transmitió a sus hijos nada sobre sus ancestros y la cultura en México.

Sus hermanos son migrantes de segunda generación, ciudadanos estadunidenses con una expectativa distinta; además, existe el riesgo permanente de que María sea deportada, explicó.

El 8 pasado de agosto, Ernesto llegó al desayunador, donde coincidió con cientos de migrantes que, desorientados, sin recursos, afligidos por la deportación y la separación familiar, encuentran refugio, alejados de la inseguridad, la tentación de las drogas y el hostigamiento de la policía de Tijuana.

Estuvo en una prisión de California acusado por su madre de violencia doméstica. Cuando lo deportaron, en febrero de 2014, la primera imagen en la tierra que lo vio nacer fue El Bordo, donde deambuló por horas hasta llegar a un grupo de Alcohólicos Anónimos. Más tarde lo llevaron a un Centro de Rehabilitación de Adicciones, en el que permaneció seis meses.

Ernesto requiere tratamiento siquiátrico. En el desayunador recibe atención y medicinas para controlar su ansiedad y agresividad.

A finales de noviembre agredió a un colaborador del centro humanitario. Se le gestionó atención urgente y un certificado de inexistencia de registro civil en Tijuana para tramitar su acta de nacimiento.

Debido a su enfermedad, su vida en Los Ángeles no fue fácil. A pesar del tiempo de residir en California, su madre carece de documentos migratorios, a diferencia de sus hermanos, aunque su abuela, quien tiene la ciudadanía estadunidense, cruzará la frontera para firmar la responsiva de ingreso de Ernesto al Hospital de Salud Mental.

Estudió hasta octavo grado; dice que le gustaría cursar ingeniería en música porque disfruta el rock, e irse a otra ciudad.

En Tijuana no conoce a nadie. Ignora si tiene familiares, ya que su madre nació en otra región del país, que él desconoce. Sus únicos parientes son su madre, sus hermanos y su abuela, con quienes no ha tenido contacto desde hace más de un año.

“Vivo con el temor de dañar a alguien por mis problemas de violencia. Cuando vivía con mi mamá me la pasaba viendo televisión y jugando videojuegos. Cuando era adolescente empecé a usar drogas: crystal, mariguana, además de licor y medicamentos. Ella siempre estaba enojada conmigo”, relata.