Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de octubre de 2014 Num: 1023

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

De las guerras
que somos

Omar González

Luis Nishizawa:
los dones cultivados

Augusto Isla

Requiem por
Alain Resnais

Miguel Ángel Flores

Mi voz raza
de alto horno

Héctor Kaknavatos

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Columnas:
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Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
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Hugo Gutiérrez Vega

Memorias de la Guerra fría


Cartel de la película propagandística Me casé con
un comunista, durante la Guerra fría

Can we meet each other tomorrow night, decía, con un marcado acento ruso, el segundo secretario de la embajada de la desaparecida Unión Soviética en Londres, Prokopi Gamov. Esta pregunta se repetía semanalmente en el teléfono del departamento del consejero cultural de la embajada de México, ahora bazarista de La Jornada Semanal. Corría el año de 1969 y la Guerra fría se encontraba en todo su apogeo. El bazarista, simpatizante de varios aspectos de la vida sociocultural de la Unión Soviética y crítico del autoritarismo y de la crueldad sin límites del estalinismo, había asistido como representante de México, al lado de Ricardo J. Zebada y el inolvidable Germán List Arzubide, a los actos de celebración del Cincuentenario de la Revolución rusa. Los aspectos principales de esta visita fueron las conferencias en un salón del Kremlin y la ofrenda floral puesta en la tumba de John Reed, el genial periodista autor de México insurgente y de los Diez días que conmovieron al mundo. La estancia culminó con un largo viaje a varios puntos de la Unión Soviética.

Tal vez esta visita hizo pensar a los superiores de Prokopi que el diplomático mexicano era un buen candidato a espía. El ruso era un personaje interesante y bien informado, y las cenas en un pequeño restaurante, allá por los rumbos de Kensington, eran abundantes y florecían en tres tipos de caviar: beluga, sevruga, y osetria. Son memorables, además, los piroshkis, el caldo, el esturión a las brasas, el pollo prensado, los alambres de cordero y el infaltable kifir.

En las primeras cenas, Prokopi trataba temas generales sobre la Revolución rusa y manifestaba su admiración por Emiliano Zapata. Un buen día cambió la cita a un restaurante chino y, al terminar, con tono decidido le propuso al bazarista que le proporcionara informes sobre las actividades de la embajada mexicana. El bazarista le contestó que no servía para esas cosas y que sólo podría informarle sobre el matrimonio de una canciller, o la ligera dispepsia que atosigaba a nuestro inteligente embajador. Prokopi no insistió, pero seguía hablando con frecuencia a la casa. Lucinda, de acuerdo con el posible espía, lo negaba sistemáticamente, hasta que un día Prokopi se impacientó y con ironía dijo: “Hugo no está nunca en casa.” Apenado por tantas negativas, el bazarista aceptó cenar en el pequeño restorán ruso, la noche del día en que las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Praga y liquidaron el hermoso proyecto de Dubcek. Pedimos los zakuski y el invitado manifestó con vigor su reprobación a semejante acto de violencia, comparando a la Unión Soviética con el sanguinario Iván el Terrible. Se detuvo al ver que Prokopi derramaba lágrimas que corrían por sus mofletes pálidos. Los vecinos de mesa observaban con curiosidad, pues se podía sospechar que se trataba de una ruptura amorosa. El bazarista no volvió a ver a su amigo soviético. No inició su carrera de espía y afortunadamente no le ocurrió lo mismo que a los diplomáticos y exalumnos de Cambridge que vivían exiliados en Moscú.

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