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Andanzas

Maurice Béjart, siempre

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Les Ballets Béjart deleitó el pasado fin de semana con sus delicadas secuencias de gran estructura y bellezaFoto Guillermo Sologuren
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esde 1928, fecha de nacimiento en Marsella de Maurice Béjart, este nombre aún resplandece con el fresco vigor de lo magnifico, la excelencia, una verdad absoluta que el tiempo no destruye.

Sus cuarenta bailarines, y su obra importantísima, aún perdura donde se presenten, transportándonos a la arteria esencial del buen arte, el auténtico y genuino, la zaga de la creación; del esfuerzo colectivo de la danza surgida desde la más profunda entraña de la inteligencia y el talento, sensibilidad extraordinaria y un oficio con sello único reconocido en el mundo entero, herencia extraordinaria para sus sucesores.

Les Ballets Béjart, ya sea de París, Bruselas y ahora de Lausanne, comandados por su director y heredero, Gil Roman, bailarín, coreógrafo e intérprete de la mayoría de las obras de Béjart; ahora director artístico de la compañía, se encarga de la renovación y mantenimiento constante de esta obra esplendida, tanto como de la Escuela-Taller Rudra Béjart, donde se forjan la mayoría de los bailarines de la compañía para perpetuar el trabajo del gran coreógrafo recorriendo el mundo entero.

La obra de Béjart refleja con asombroso equilibrio la mezcla de diversas técnicas y corrientes estéticas, como el ballet, la danza contemporánea y qué decir de todo lo que él veía por el mundo; capturando el alma, el espíritu de la danza en sus millares de rostros. Me basta confirmar esto al recordar su visita a la Escuela de Instructores e Arte, dirigida por Waldeen, en La Habana, por los años 60, sencillamente para ver nuestras clases y coreografías, como El hombre y Yemayá, el mar, obrita que nos valió a mis alumnas y a mí toda su atención y aliento, pues se trataba justamente de una mezcolanza de danza contemporánea, folclore cubano y qué sé yo. Nunca olvidaré su atención y sus ojazos verdes siguiendo con cuidado y atención a aquel grupo multirracial, revuelto como las olas del mar; sin saber las chicas y los varones, a quienes dirigió una breve charla, quién era entonces Maurice Béjart, aunque yo lo recordaba con su ballet en el Teatro des Champs Elysées y el Palais des Sports, mientras el corazón se me salía del pecho.

El vocabulario dancístico de Béjart en la obra Lo que el amor me dice, sutil como tejido de araña que dibuja en el aire el aliento de su forma; las más delicadas secuencias en dulces palabras corporales, el más profundo sentimiento del amor, la ternura infinita, el morir viviendo; cuerpos asombrosamente bien trabajados, donde el esfuerzo no se nota y la maestría los hace sutiles en cada asombrosa combinación y estado de ánimo.

Secuencias de enorme dificultad y dominio técnico en cuerpos de estructura y belleza perfecta irradiando la calma, la paz infinita del amor; el alma limpia y reposada; danza cabalgando dulcemente en la atmósfera de la felicidad plena, pausada, tan natural y fluida como la brisa suave del equilibrio perfecto del existir, sobre las notas increíbles de la Tercera Sinfonía de Malher, esta música extraterrestre que provoca el desmayo o la transfiguración.

En todo ello, la compañía de Béjart demuestra que no sólo los cuerpos de los bailarines son finamente trabajados, sino su espíritu y sentimiento, la forma de bailar de adentro hacia afuera, sin aspavientos y trucos, es como abrirse la piel y dejar salir el alma, todo el ser, definitivamente vivir lo que están bailando; formas inolvidables.

Conjunciones geniales del coreógrafo, la música y el bailarín, los misterios secretos de la danza verdadera, la alianza exquisita del arte y la cultura… Todo.

Esta obra, conjunción cósmica de Malher-Béjart, es toda una pieza de arte que dudo pueda pasar de moda algún día, tendría que volverse loco y torcido el mundo entero para borrar la precisión del mensaje artístico del amor humano, así como como la formación académica corporal de los bailarines Béjart.

El bolero, como bien dijo su autor, Ravel... tengo que metérselos en la cabeza. Y bien que lo hace, invadiendo nota tras nota, y nos llega inevitablemente el recuerdo de aquel Bolero que presentó en Méxi- co hace mil años Béjart con Duska Sifnios, bailarina rumana me perece recordar, y tiempo después, con el dorado Jorge Donn, enloqueciendo al público con su danza incendiaria, parte inevitable de la obra de Béjart, ahora interpretado impecablemente por Elisabet Ros.

Las siete danzas griegas tienen naturalmente la firma Béjart, la pulcritud técnica e interpretativa de una compañía súper profesional nos trasladaron inevitablemente al azul donde navegó Odiseo y cantaban las sirenas; donde Isidora Duncan se fundía con el Partenón sin corset y su túnica griega, voces y música de cuerdas, coros y hombres en círculo bailando, donde Óscar Chacón se deshacía espléndidamente en la música de Theodorakis; queso, aceitunas, pan y vino blanco, y aquella brisa suave acariciante que te hace sonreír a la vida; Béjart viviendo aquella atmósfera con la piel erizada, el mito, la fantasía y la danza revoloteando por su piel.

Noche espléndida mis amigos, un banquete, la dicha jalándonos los labios; nuestro tiempo maravilloso lleno de satisfacción y energía. Inolvidable. Merci beaucoup mille fois.