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La música del compositor alemán no ha perdido actualidad, opina Christian Thielemann

Richard Strauss sigue acelerando el pulso; hoy se cumplen 150 años de su natalicio

Es como Wagner y Mozart, aún conmueve a las personas, señala el director de orquesta

Siguió el consejo de Johann Brahms y sus partituras siempre tienen algo de canto popular

 
Periódico La Jornada
Miércoles 11 de junio de 2014, p. 5

Dresde, 10 de junio.

La música de Richard Strauss atrapa. El pulso se acelera cuando Electra, la hija de Agamenón, enfila hacia el abismo en el final de la ópera homónima, y no solamente por la fuerza del sonido, sino también por su transparencia. El director y compositor alemán concibió como nadie a la orquesta como un instrumento.

Richard, el especial, lo califica el director alemán Christian Thielemann en una entrevista con motivo de los 150 años del natalicio –mañana– de uno de los precursores de la modernidad y del compositor de ópera más importante del siglo XX.

Para Thielemann, la música de Strauss está tan bien escrita que no perderá su vigencia en el futuro. Es como Wagner o Mozart. La música de Strauss conmueve a la gente aún hoy. Y no ha perdido nada de actualidad.

Nacido en 1864 en Munich, Richard Strauss mostró desde temprana edad su espectacular talento musical. A los tres años comenzó a tocar piano y a los seis ya componía.

Se inició en la profesión de músico como asistente de director a los 21 años en Meiningen junto a Hans von Bülow, quien vería en él al legítimo sucesor de Richard Wagner. Strauss compuso primeramente música instrumental, en la que destaca su Burlesca para piano y orquesta de 1886.

Tras Meiningen asumió la dirección de orquesta en Munich, Weimar y nuevamente en Munich. Allí conoció a la que sería posteriormente su mujer, Pauline. Su relación dio paso a una nueva etapa creativa.

Tras los primeros poemas sinfónicos Macbeth y De Italia, su obra Don Juan adquirió gran popularidad. Otras piezas de este género, como Till Eulenspiegel y Así habló Zaratustra lo catapultaron definitivamente a la fama.

El majestuoso comienzo de esta última fue empleado en 1968 por el cineasta Stanley Kubrick para su filme 2001: Odisea en el espacio y se convirtió en parte de la historia de la música pop.

Strauss tuvo un solo gran fracaso: la primera ópera, Guntram (1893).

Nunca olvidaría este revés, ni siquiera en sus últimas semanas de vida, apunta Bryan Gilliam en la biografía Vida de Richard Strauss.

La llegada del nuevo siglo fue escenario de su meteórico ascenso y la ciudad de Dresde, la cuna de sus óperas. Allí estrenó cuatro de 1901 a 1911 Necesidad de fuego, Salomé, Electra y El caballero de la rosa.

Strauss lanzó nueve de sus 15 óperas en Dresde, que describió como el Dorado de los estrenos, y trabajó con libretistas como Hugo von Hofmannsthal y Stefan Zweig.

El director Ernst von Schuch respaldó plenamente al compositor. El sucesor actual de Schuch, Christian Thielemann, sigue sintiendo un cosquilleo cuando dirige la partitura original de Electra y dice percibir el espíritu del maestro en la Ópera Semper de Dresde. Con Strauss uno siempre tiene la sensación de que está allí.

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Richard Strauss (Munich, 1864-1949), hizo de Dresde la cuna de sus óperas. Desde esa ciudad alemana lanzó nueve de las 15 obras que creó en ese género

Su impresionante obra relega a un segundo plano la maestría de Strauss como director de orquesta. En este papel, también a su paso por Berlín y Viena, se afanó por divulgar la obra de otros colegas.

En su primer viaje a Sudamérica con la Filarmónica de Viena en 1924 incluyó en su programa unas 50 obras de compositores europeos contemporáneos. Dirigió piezas incluso de Pfitzner y Bruckner que en realidad no eran de su agrado, cuenta Stephan Kohler, un erudito de Strauss.

La genialidad musical se vio ensombrecida por el papel que jugó durante el nazismo. Strauss fue nombrado por el dictador Adolf Hitler, un apasionado de Wagner y de Franz Lehár, presidente de la Cámara de Música del Reich a pesar de no ser simpatizante ni compartir la ideología antisemita.

Duró sólo 20 meses en el puesto, hasta 1935, y se dijo entonces que había buscado la cercanía del poder para proteger a su nuera judía. El escritor Klaus Mann lo juzgó severamente en su autobiografía novelada.

El hijo mayor del Nobel Thomas Mann lo entrevistó en Munich haciéndose pasar por un reportero estadunidense: ¡Un artista de tal sensibilidad y al mismo tiempo obtuso en cuestiones de ideología y conciencia! ¡Un gran hombre sin ninguna grandeza!

Según el semanario Der Spiegel, Strauss se consideraba intocable. Quería aprovechar el sistema. No era nazi, ni miembro del partido ni antisemita. Era un auténtico oportunista.

Tras la capitulación de Alemania, las fuerzas aliadas lo investigaron pero llegaron a la conclusión de que no podía ser considerado un nazi.

Sin embargo, su grandeza musical es indiscutida. Su obra es un meteoro que cautiva a todos con su fuerza y su brillo, incluso a aquellos que no la aprecian, le escribió el literato francés Romain Rolland.

Thielemann destaca la calidad única de la armonía de Strauss.

En su música se encuentran giros armónicos que se creía que no podrían existir en nuestro sistema de coordenadas. El viejo (Johann) Brahms aconsejó al joven Strauss inventar primero una melodía de cuatro compases. Se tomó el consejo muy en serio; su música siempre tiene algo de canto popular.

Strauss se apoyó en la tradición del romanticismo tardío para emprender su propio camino, como en el El caballero de la rosa, que evoca las refinadas óperas de Mozart.

Al final de su vida retomó la senda emprendida en los inicios de su carrera con la composición de música instrumental y Lieder.

La forma ideal para caracterizar a Richard Strauss no sería una pintura ni un dibujo o escultura. Sería más bien un mosaico, coherente de lejos, pero de cerca compuesto por fragmentos contrastantes, señala Bryan Gilliam.