Opinión
Ver día anteriorViernes 28 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mariano, ¿poético o poeta?
E

ramos insolentemente jóvenes. Ávidos hasta el escándalo de la voracidad: ¿no queríamos a la vez la poesía y la revolución, los Beatles y los Rolling’s, la inmortalidad y, como los héroes, morir jóvenes?

Eran Jaime Reyes, Garduño, Audirac, Flores Castro. Somos todavía Elsa Cross, Ignacio Hernández, David Huerta, Óscar González, Elva Macías. Ellos y ellas aspiraban a escribir poesía. Más modesta, o más orgullosa, nunca pretendí ser poeta. La admiración por Elizondo me equivocó, cuando con su voz nasal me decía: los poetas son raros, acaso uno por siglo en cada lengua, a veces ninguno. El resto son versificadores, fabricantes de metáforas. Su alto concepto de la poesía hizo olvidar a Salvador el siglo de oro español. O Sor Juana en la Nueva España. Olvidar la poesía francesa: los poetas de la Pléyade en el XVI, o del XIX: Nerval, Baudelaire, Rimbaud. Para no hablar de Mallarmé y Valéry. El siglo XX, en México: Gorostiza, Efraín Huerta u Octavio Paz. No sé si mi generación abra senderos nuevos en la búsqueda poética. Conozco de memoria versos de ellos. Si me dejaron su huella, ¿no es porque poseen ese no sé qué?

Me limito a decir que Flores Castro era poético. Su ingenuidad le daba un aura de inocencia que hacía sonreír sin ironía de sus palabras.

Mariano era guapo, demasiado para mi gusto. Lo había visto en el café de Filosofía: ahí llegaban los estudiantes de otras facultades a buscar las chicas más bonitas y creían liberadas. Flores Castro era rodeado por las más hermosas –acaso atraídas su dandismo: ese gusto inmoderado por la elegancia material no son, para el perfecto dandi, sino un símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu, según Baudelaire. Era antes de la matanza de Tlatelolco.

Conocí a Mariano por Elizondo. Y por una pregunta. La primera vez que vino, con Mario del Valle, al departamento donde vivíamos David, Tania recién nacida y yo, apenas acababa de sentarse cuando preguntó: ¿Qué piensan del todo? Ante nuestro mutismo: ¿Qué piensan de la nada? Nada, dije sin pensar. Mariano exclamó con entusiasmo: Magnífico, nada, no se piensa nada de la nada.

Director de Rehilete, renovó los colaboradores publicando a nuestra generación. Su generosidad era escondida tras su apariencia de dandi. Después de su matrimonio con Virginia Sánchez Navarro, llegó a Suiza como agregado cultural, vinieron su cambio a Francia y su divorcio. En París, fundó una minieditorial, pagada de su bolsillo: publicó a poetas latinoamericanos. Entre esas plaquettes, la muy notable Tatuajes y distracciones (1976) de Guillermo Merino. Para desdicha de Mariano, Echeverría se hizo nombrar embajador en la Unesco. Y tuvo la mala idea de inventar trabajos en un lugar dedicado al farniente intelectual. El colmo, después de ponerlo a buscar un departamento para oficinas y residencia y sustituirlo por uno de sus militares un mes más tarde, le propuso tutearse: Vamos a tutearnos, Mariano, me dijo el ex pasándome el brazo por los hombros como un cuate. Claro, Luis, le respondí. No me lo creerás, el tipo es raro, volvió a hablarme de usted”, concluyó Mariano. A la mejor, proponía tutearte, pero tú debías seguir hablándole de usted. “No, él me dijo vamos, no dijo te voy a tutear”, concluyó Mariano con su lógica a toda prueba.

Tuvo un hijo en Ángeles de quien soy la madrina. Decidieron volver a México, donde los visité a cada viaje, como Mariano lo hizo, con sus diferentes compañeras, cuando venía a París. Seguía siendo el mismo, embarnecido, delgado, guapo, con su hoyuelo al sonreír. La última vez que lo vi fue en un banquete, no exagero al designar así la comida que nos ofrecieron Felipe Campuzano y su mujer, Martha Clara. Ya no era él. Su hoyuelo apenas se veía su rostro hinchado. El tiempo devora, ¿el ser sería anoréxico? Por qué el ser y no más bien la nada, interroga Heidegger.

Supe que no volvería a verlo. Para mí sigue siendo el joven poeta que me preguntó por el todo y la nada.