jornada


letraese

Número 211
Jueves 6 de Febrero
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

La sangre azul de Kalimán

El Kalimán llegaba al círculo caguamero rogando por un buche pa la cura. Venía cuesta abajo con la cruda de tres semanas de borrachera inclemente. La resaca le ponía la nariz de santoclós, los ojos chirriscos y la boca color nijayote. La altivez de mi héroe se derrumbaba en unos lamentables balbuceos de manos temblonas y piernas de atole. Qué lastimosa la estampa del mancebo más codiciado. No había muchacha ni marica en el barrio que le aventara un lazo. El amor del Kalimán sólo se medía en grados Gay Lussac.

El porte distinguido del Kalimán se recuperaba apenas con cinco tragos ajilados sin resollar. Ahora sí, sacaban a la calle una corneta tomatera y pónganle unas cumbias vallenatas porque el Kalimán se va a aventar a bailar la Sampuesana. Pero primero le solicitábamos cantar. El corro exigía a gritos que el bardo elevara al cielo unas de Javier Solís. Un respetuoso silencio nos permitía apreciar los dones de una voz bien entonada para el gorjeo bolerístico, con hondas texturas de sincera entrega sentimental.

Asistía puntual a los compas en las duras faenas bajo los soles bravos del domingo. Obtenía su recompensa en la ronda de cheve que un patrón agradecido obsequiaba a la perrada. Kalimán trabajaba sólo por solidaridad. Su empaque ario de ojos zarcos y cabello rubio contrastaba con la piel requemada de los toscos albañiles. El Kalimán jamás pisó una factoría ni firmó ningún contrato que lo coaccionara por un sueldito miserable en horarios inhumanos. Lo suyo era la artistiada.

Se presentaba de imprevisto en el programa sabatino de aficionados en el canal 12. A nadie avisaba de su participación. El divo era supersticioso, creía de mala suerte anticipar sus triunfos. Quien tenía tele nos avisaba. El vecindario aullaba emocionado y orgulloso cuando la cámara lo enfocaba entre los concursantes del día. Nuestro Kalimán iba siempre a lo seguro, todo el mundo lo sabía. Dominaba la escena, acariciaba el micrófono, miraba hacia la lente con decisión y luego soltaba Cien años, tan llegador y sublime que el mismísimo Pedro Infante hubiera llorado de emoción. Kalimán se hacía, invariablemente, con el primer lugar. Pero los laureles de la gloria efímera le importaban muy poco. Cantaba sólo por el cariño de sus amigos y unas cuantas monedas, las suficientes para pertrecharse con licores selectos. Ya encarrerado en la peda celebratoria, le entraba macizo al mezcal, tequila, cerveza y hasta al temible alcohol industrial. Su hermana Filiberta lo cacheteó porque se bebió enterito un pedido de perfumes marca Avón.

Cuando no lo dejaban entrar al concurso por indisposición profesional, lo cual significaba que solía presentarse bien cuete al concurso televisivo, se vendía baratísimo con los jotos de la Central, o se aprontaba en un hospital para mercar su sangre. Su magnífica sangre azul de aristócrata desharrapado le dejaba más billete que su voz. Murió feliz en aquellas parrandas del sida más rabioso.


S U B I R