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La increíble vida de Walter Mitty
S

ueños de un editor. Para su quinta incursión como realizador, el carismático actor estadunidense Ben Stiller ha elegido elaborar, muy fantasiosamente, un remake de la cinta Delirio de grandezas (The secret life of Walter Mitty, Norman Mc Leod, 1947), basada en el breve relato homónimo de James Thurber publicado en la revista The New Yorker en 1939.

El personaje central de aquella historia, vuelto con el tiempo un mítico emblema en la cultura popular estadunidense, es un ciudadano común aquejado por un entorno hostil, que episódicamente se refugia en un mundo de fantasía. En el relato original, Walter Mitty sueña despierto y se inventa pequeñas gestas heroicas, mientras su esposa procura pacientemente devolverlo a la realidad.

En la primera versión fílmica de ese relato, el formidable cómico Danny Kaye vivía plenamente sus fantasías y deslumbraba a todos con su talento para imitar voces y encarnar diversos personajes (se pueden disfrutar en You Tube fragmentos de esa versión de los años 40). Lo que acomete ahora Ben Stiller en La increíble vida de Walter Mitty, su actualización de esa historia, es algo parecido, aunque un tanto saturado con los recursos de la tecnología moderna y los lugares comunes de la comedia romántica y el cine de acción.

El Walter Mitty que interpreta Stiller es un oscuro editor de fotografía, recluido en los sótanos de la célebre publicación Life magazine, a punto de perder su empleo por la súbita transición de la revista a un formato digital. Como el personaje del relato original, Walter sueña a menudo despierto, y en esos sueños su personalidad torpe y deslucida accede a fugaces momentos de gran vitalidad y grandeza. Rescata, por ejemplo, a una mascota tullida de un edificio en llamas y la devuelve a su dueña, que no es otra persona que la colega laboral a quien no se atreve a declararle su entusiasmo amoroso. Este hombre banal y oscuro acomete acciones intrépidas en sus fantasías, trepa rascacielos como un hombre araña, doblega con facilidad a sus adversarios y encanta a las mujeres que lo contemplan arrobadas. En suma, todo el arsenal de clichés que cabe esperar de este tipo de relatos que con tanta fortuna comercial ha explotado Hollywood durante décadas.

Lo interesante, una vez que el espectador deja de lado el delirante muestrario de proezas del hombre ordinario vuelto héroe de fantasía, es la exploración del personaje de Walter Mitty como un ser súbitamente despojado de las certidumbres más elementales que hasta el momento le ofrecía su mundo laboral. Un Walter Mitty finalmente parecido a tantos otros individuos que padecen los efectos de una modernización neoliberal que arrasa con las tradiciones y asideros morales en que solían reposar el bienestar social y la plenitud del individuo común.

La búsqueda frenética de un negativo perdido, el cliché que la revista ha elegido como portada para su último número como revista impresa, es el detonante de un periplo de aventuras en Groenlandia, Islandia, Afganistán y el Himalaya, que emprende un Walter Mitty envalentonado e irreconocible. Dar con el paradero de Sean O’Connell (Sean Penn), un prestigiado fotógrafo aventurero, entender por él y a lado suyo el significado de una vida verdadera al margen de las convenciones y las presiones sociales, es el mensaje previsible y definitivo de esta cinta laboriosamente edificante.

Ben Stiller, comediante camaleónico, hace lo imposible por volver plausible su personaje desmesurado y en el camino deja un tanto desdibujadas las actuaciones y presencias de Kristen Wiig (la compañera laboral, objeto de su fantasía romántica) y de Shirley Mac Laine (su cálida y comprensiva madre), sumiendo de paso en penosa caricatura a los villanos personajes neoliberales que aniquilan la tradición del periodismo tradicional y se desentienden de los valores esenciales de la vida.

No hay nada nuevo en este mensaje tan obvio como la elección misma de Life, nombre de la revista. A pesar de un divertido gag, referencia a El curioso caso de Benjamin Button (Fincher, 2008), o de un pretendido tributo a Matrix, (Wachowski, 1999), La increíble vida de WalterMitty sacrifica en su solemnidad auto conmovida las posibilidades de una vigorosa ironía social al estilo del Billy Wilder de Piso de soltero (The apartment, Billy Wilder, 1960), o del encanto del Preston Sturges de Por meterse a redentor (Sullivan’s travels, 1941), por ejemplo.

El Walter Mitty trotamundos de Ben Stiller semeja finalmente un inverosímil manual de autoayuda en tiempos de crisis y recortes de personal, con un catálogo estilo National Geographic donde la penuria existencial del personaje se viste de fantasía viajera. No se pierde del todo la noción de entretenimiento, pero sí ciertamente la brújula de un sólido punto de vista.