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De signos y bingos
D

esde algún punto del sur del mundo, Delka Wahi tomó un avión nocturno hacia Nueva York. Delka Wahi era la directora nacional de una organización internacional de intercambio de estudiantes, y en vista de que se dirigía a la reunión periódica que se desarrollaba en la sede de su asociación, pretendía dormir durante el largo vuelo, descansar en particular del esfuerzo de concentración que había invertido para escribir una conferencia sustancial, pues opinaba que, a falta de un aporte novedoso, lo mejor era guardar silencio, y ella se oponía a quedarse callada, sostenía que hay que tener algo que decir, pues de lo contrario es como estar muerto, y ella estaba viva, felizmente, activa, incluso entusiasmada, a pesar de ser una mujer madura, madre y abuela.

En esta circunstancia el tema del congreso era el de la traducción y la interpretación, y cómo estos mecanismos afectan a los estudiantes de un país que, al ser enviados a otro, deben aprender no necesariamente un idioma distinto del suyo, pero sí por fuerza el significado de costumbres diferentes, gestos, intenciones, tonos distintos, todo lo que acompaña y hasta constituye la comunicación, lo que se espera que nos haga comprendernos unos a otros, extensiones de los idiomas que, sin embargo, en ocasiones más bien conducen a la confusión y el malentendido. Lenguaje oral y escrito, y cuando escrito, captado y reflejado en una buena o en una mala redacción, según la ortografía, la sintaxis, los giros, el conocimiento de la lengua o su desconocimiento.

En los congresos a los que asistía Delka Wahi corrían anécdotas extremas. Entre las más graves, la del estudiante blanco que se disfrazó de negro y, al llamar a una puerta a pedir dulces la noche de Halloween en el sur de Estados Unidos, lo atendió una bala que lo mató. O la de la estudiante que movía la cabeza en un sentido que los jóvenes que la violaban entendían como consentimiento, cuando para ella significaba negativa, desaprobación y protesta.

Además, en esta precisa junta de la organización a la que se dirigía Delka Wahi, el tema de la traducción y la interpretación era señaladamente oportuno, pues coincidía con el caso de un prestigioso intérprete y traductor para sordos que, en el cumplimiento de sus funciones, había llamado la atención mundial, aunque no exactamente por un desempeño honroso.

Sucedió en Sudáfrica, en los funerales de Nelson Mandela, cuando Thamsanqa Jantjie fue oficialmente designado para traducir para el público sordo los discursos de los mandatarios mundiales en honor del legendario personaje muerto. Y resultó que los movimientos de sus manos, con los que se esperaba que Jantijie tradujera las palabras de los oradores, no correspondieron al lenguaje de los sordos ni a ningún lenguaje, pues fueron signos sin sentido, enredo puro, puro desorden.

Los medios de comunicación y los comentaristas difundieron el acontecimiento, lo analizaron, llegaron a conclusiones. En lo personal, Delka Wahi supuso el hecho como una acción consciente y atrevida del intérprete y traductor, mediante la cual dijo algo sustancial que tenía que decir, como que no importa lo que un político diga, siempre carecerá de sentido, será un bla, bla, bla equivalente a nada.

La ponencia que presentaría Delka Wahi cuestionaba la posibilidad de entendernos unos a otros cuando no nos entendemos a nosotros mismos. O quién se atreve a proclamarse el infalible intérprete de sí mismo, que lo define ante sí mismo y que explica, en un idioma universal, quién es, qué piensa, qué siente, qué quiere, qué puede y qué no puede.

Mientras Delka Wahi trata de dormir durante el vuelo, sin embargo, le parece que sus ideas no aportan nada al tema del congreso al que se dirige, y se inquieta.

Pero en eso, sus vecinos de asiento encienden la luz sobre sus cabezas, y la intempestiva interrupción de la oscuridad provoca que Delka Wahi abra los ojos. No obstante, al ver que sus compañeros encendían para poder comunicarse con las manos, pues era evidente que eran sordos, sonríe. No porque el diálogo le resultara una sorprendente proyección exacta del momento por el que ella atravesaba, sino porque le ocasionó una inspiración determinante. Le dio la idea, ésta sí sustancial, de qué presentar en el congreso. Y esto consistía en proponer la fabricación de guantes fosforescentes para la comunicación entre sordos.