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La búsqueda de una ideología
M

éxico ha atravesado desde la Revolución una búsqueda permanente de una ideología. Me temo que el resultado ha sido desastroso. Francisco I. Madero, el evidente iniciador del movimiento armado, era un claro burgués, amplio propietario de inmuebles, al que estorbaba la prepotencia de Porfirio Díaz y su construcción liberal, sobre la base de la permanencia en el poder. Madero, sin duda, encabezó el movimiento que culminó con la expulsión de Porfirio Díaz, destinado a vivir un cómodo exilio en Francia y que dejó atrás un mundo de confusiones y contradicciones.

A partir del asesinato de Madero y Pino Suárez por Victoriano Huerta y su asunción del gobierno, ejerció el poder la dirigencia del movimiento revolucionario encabezada por Venustiano Carranza, entonces gobernador de Coahuila, quien había enfrentado al Ejército federal y que reunió a sus gentes en la hacienda de Guadalupe, en ese estado, donde se aprobó el Plan de Guadalupe, en el que se nombró a Carranza primer jefe del gobierno constitucionalista, bajo la consigna de que al triunfo de su grupo se encargaría interinamente del Poder Ejecutivo para convocar a elecciones generales.

Curiosamente, en un discurso pronunciado el 24 de septiembre de 1913, en Hermosillo, llegó a decir: Pero sepa el pueblo de México que terminada la lucha armada a que convoca el Plan de Guadalupe, tendrá que principiar formidable y majestuosa, la lucha social la lucha de clases, queramos o no queramos nosotros mismos y opónganse las fuerzas que se opongan, las nuevas ideas sociales tendrán que imponerse en nuestras masas..., lo que no deja de ser sorprendente.

En realidad, quizá con la excepción de Emiliano Zapata, los grandes dirigentes de la Revolución, Álvaro Obregón y Francisco Villa no tuvieron otra ideología que su personal interés en el poder.

La Constitución de 1917 y su artículo 123 fueron producto de la sensibilidad social de los diputados constituyentes reunidos en Querétaro, a partir sustancialmente de las leyes de Yucatán, obra del general Salvador Alvarado, sin olvidar la intervención de Rafael Zubarán, Santiago Martínez Alomía y Julio Zapata, el proyecto para el estado de Coahuila de Gustavo Espinosa Mireles y la vieja historia de la Casa del Obrero Mundial.

Pero si uno analiza el espíritu de los presidentes de la República, con la evidente excepción de Lázaro Cárdenas y las diversas versiones de la Ley Federal del Trabajo, salvo las construidas bajo el control de Mario de la Cueva (1970) y Jorge Trueba Barrera (1980), la conclusión es negativa, ya que López Mateos, López Portillo y sus sucesores panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón, han destrozado la ley e impulsado un espíritu empresarial que ha cambiado justicia social por productividad, cancelando el derecho a la estabilidad en el empleo mediante la construcción de contratos temporales, de capacitación y a prueba, y abriendo el mercado de trabajo a la globalización que queda en manos de compañías extranjeras, con la complicidad de empresas mexicanas, para producir bienes de fácil exportación hacia mercados internacionales.

Las perspectivas no permiten optimismos. El neoliberalismo, con la complicidad histórica del Partido Revolucionario Institucional, acaba con el espíritu social que tenía nuestro derecho del trabajo, apoyado además en un contratismo colectivo basado en el corporativismo sindical con sabor a Fidel Velázquez que la nueva LFT mantiene en pleno vigor respaldado en los registros sindicales y las tomas de nota de las autoridades competentes (incompetentes socialmente) que padecemos.

Veo difícil el sentido social de lo que fue nuestro bienamado derecho del trabajo. Ahora es derecho del empresario.