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Parecía un hombre bueno

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or el amor de Dios, Barack Obama: qué ha hecho usted con su presidencia. Qué ha hecho de su propia persona. Se acaban de cumplir cinco años de su primer triunfo en una elección presidencial y usted no es ni la sombra del que decía ser. Más bien parece usted una copia disminuida y acotada de su antecesor: belicoso, autoritario, irracional, resentido, consagrado a servir a los intereses de las corporaciones más innobles, servil con los poderosos e intolerante con quienes piensan distinto.

Las fuerzas armadas que usted comanda han matado, por accidente, a miles de civiles. La pena de muerte en su país sigue engordando los cementerios sin que usted diga una palabra. El Departamento de Estado mantiene su política de siempre de hostigar a países independientes y soberanos por el simple hecho de serlo. Se enorgullece usted de ejecuciones extrajudiciales en naciones remotas tal y como lo hacía George Walker. Las corporaciones, en su país, siguen ganando poder e influencia en detrimento de los ciudadanos. Vamos, que a un lustro de distancia usted no ha podido ni querido cumplir con la más fácil de sus promesas de campaña: cerrar los morideros de Guantánamo.

Y qué decir de ese berrinche reciente suyo de bombardear Siria, con un pretexto casi tan mal construido como aquellas imaginarias armas de destrucción masiva usadas por Bush para destruir Irak.

Sólo que esta vez no había siquiera fotos producidas en los estudios Disney que aportaran una coartada mínima a la agresión. Vamos, que ni la poderosísima y metiche Agencia Nacional de Seguridad (NSA) fue capaz de aportarle a usted el menor rastro de indicio sobre la responsabilidad de El Assad en la fumigación criminal de civiles que tuvo lugar hace unas semanas.

Guerra humanitaria, decía usted. ¿Se imagina usted, señor Obama, que una coalición de naciones bombardeara Estados Unidos con el propósito de disuadir a las instituciones de su país de los constantes asesinatos perpetrados mediante inyecciones letales? Lo cierto es que de no haber sido por la intervención oportuna del gobierno ruso, a estas horas usted se encontraría hundido hasta el cuello en el lodo sangriento de una nueva incursión imperial. Me felicito porque no haya sido así. Independientemente de las motivaciones reales de usted, del señor Putin y de los bandos sirios que se destrozan mutuamente, la guerra no ha empeorado, y en los tiempos convulsos e inciertos que corren, eso ya es un gran logro. Enhorabuena.

Gracias a las revelaciones de Edward Snowden hemos podido enterarnos, en meses recientes, de la dimensión planetaria del voyeurismo oficial estadunidense. Ustedes se han arrogado el derecho de espiarme a mí, de espiar a las compañeras de escuela de mi hija, de espiar a los viejos jubilados de Florida, a los jóvenes negros de Atlanta, a las empresas brasileñas y a los dentistas de París, por mencionar sólo algunos ejemplos, con el pretexto de velar por la seguridad nacional de Estados Unidos. Y usted sabe perfectamente, señor Obama, que ese argumento es una tomadura de pelo, porque ninguno de los de la lista, ni el resto de las víctimas de la intrusión, representan amenaza alguna para la paz y la seguridad del gobierno que usted encabeza. Por eso, en el mundo crece la sospecha de que su gobierno emplea toda esa masa de datos obtenidos en forma delictiva no para neutralizar a tres terroristas musulmanes, sino para chantajear a autoridades extranjeras, colocar a corporaciones no estadunidenses en situación de desventaja comercial y tecnológica, y medrar, en general, con información confidencial para perpetuar la supremacía de Estados Unidos en diversos terrenos.

Ahí tiene, por ejemplo, el caso del político mexiquense que desgobierna en mi país. ¿De veras considera usted que el pobre Peña Nieto y su entorno podrían estar incubando planes terroristas contra Estados Unidos? Es inconcebible y disparatado, ¿verdad? ¿Por qué razón, entonces, su gobierno se tomó la molestia de infiltrar la red de telecomunicaciones del priísta y de extraer de ella algo así como 85 mil mensajes de texto confidenciales? ¿Qué encontraron en ellos, señor Obama? ¿No habrá, de casualidad, alguna relación entre el contenido de esa información y la sumisión con que Peña se comporta hacia Washington?

Mire lo endeble de los argumentos oficiales estadunidenses: la clase política que usted representa mantiene un bloqueo injustificable contra Cuba, con el pretexto de que el gobierno de ese país no es democrático. ¿Qué cosa es la democracia, señor Obama? ¿El gobierno sumiso al pueblo o el gobierno sumiso a los cabilderos de las corporaciones? ¿La autoridad electa por mayorías? Cualquiera que sea la definición, la condición democrática de la institucionalidad estadunidense es cuestionable, por decir poco. Bush junior perdió las elecciones de 2000, pero ustedes, los demócratas, se callaron la boca para no agitar las aguas, y toleraron el fraude. Según las cifras oficiales, para colmo, quien obtuvo la mayoría de votos en esa ocasión fue Al Gore, pero para ustedes el voto popular no significa nada. Eso es tan democrático como los procesos electorales que organizaba Saddam Hussein en sus tiempos de gloria.

El Departamento de Estado invierte una suma desconocida de recursos públicos en propagar –de manera directa o a través de organizaciones fachada– supuestas violaciones a la libertad de expresión en países como Venezuela y Ecuador. Al mismo tiempo, ustedes someten a Chelsea Manning a un juicio político amañado por haber revelado al mundo los crímenes de guerra perpetrados por las tropas estadunidenses en Irak y Afganistán; mantienen un acoso injustificable e hipócrita (porque lo hacen por medio de los gobiernos de Inglaterra y Suecia) contra Julian Assange, cuya organización hizo posible la difusión de esa información, y acusan de espía a Edward Snowden, quien permitió confirmar que los espías universales son ustedes.

¿Con qué cara condenan la posesión de armas de destrucción masiva? ¿Con qué cara acusan de antidemocráticos a otros gobiernos? ¿Con qué cara les reprochan violaciones a los derechos humanos?

Usted ya lo sabe (y además este texto está en manos de sus analistas de inteligencia desde mucho antes de que llegue a ser impreso), pero se lo diré: con la sonrisa de los misiles, con el ceño fruncido de los drones, con la mueca de las bombas inteligentes, con el rictus de los virus informáticos hostiles. En otros términos, señor Obama, el gobierno que usted encabeza, y usted mismo, no tienen más razón que la fuerza militar, más superioridad ética que el músculo comercial, ni más argumentos que la posesión de datos confidenciales de enemigos y de amigos bajo cuerda. Y como lo sabe perfectamente, concluyo que usted está más preso en la Casa Blanca que Manning en la base militar en la que cumple su condena, y más atado al salón oval que Julian Assange a la embajada ecuatoriana en Londres.

Por ese tremendo fracaso personal, moral y político, señor Barack Hussein Obama, le doy mi más sentido pésame. Parecía usted un hombre bueno.

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