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Ver día anteriorLunes 11 de noviembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Linaje
C

uando se trabaja en una biblioteca se le llena a uno el cuerpo de preguntas. La vida se convierte en sucesión de días donde ellas bailan en una danza sin sosiego. En la vigilia y en el sueño, a la vuelta de un parpadeo regresa uno cargado de preguntas. Y no hablo aquí tanto de la mayéutica de Sócrates. De ningún modo. Les cuento de algo físico. Me refiero a cómo vuelan las curiosidades contenidas en las páginas de un libro. Se trata de una riada de letras y de tinta que nos traen mares de preguntas. Nos inundan.

Y como la marea, las palabras suben y descienden por la atracción de soles y de lunas. Se acomodan en susurros, se convierten en olas en las que la espuma en la pleamar salta y refresca las miradas.

¿Cómo llegó este libro aquí? me pregunté un día al ver en sus márgenes las notas de lectura de don Antonio de Mendoza, primer virrey de nuestra Nueva España. Y es que, aunque habituado a encontrar las más grandes maravillas de la historia y de la cultura nuestra en el asombroso acervo de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia ¿cómo no hacerse esa pregunta ante las anotaciones de puño y letra de tan notable lector? El ejemplar que despertó tales cuestiones es De re aedificatoria, de Leon Battista Alberti, en su edición publicada en París en 1502. El tratado, originalmente de arquitectura, busca encontrar la justa medida de lo humano, donde no sobre ni falte nada, aquel lugar del mundo que nos permita descubrir la belleza como el sentimiento donde la perfección se alcanza. Es, en suma, de acuerdo a la lectura de Antonio de Mendoza, el tratado para fundar en la polis el mundo de la belleza como forma de organizar el universo de los hombres. Así, al cabo de sus páginas, descubrimos el diálogo entre el virrey novohispano y el humanista latino que hace entender al primero que la polis, dispuesta con planificación y respeto a las reglas de la urbanística –tan cercanas a Vitrubio–, puede alcanzarse como obra de arte de la política. La ciudad como universo perfecto de los hombres es la utopía como forma de la belleza.

Imagínense el viaje, el manuscrito de Alberti se escribió hacia 1452 en el entorno de Florencia, su autor murió en 1485, se editó este ejemplar en París en 1502, llegó con Antonio de Mendoza a nuestras tierras en 1535 y recaló en los fecundos estantes de la BNAH en la frontera entre los siglos XX y XXI gracias –y he aquí la respuesta a mi pregunta aquella– a la prodigalidad de Guillermo Tovar de Teresa. Lo donó para compartirlo, generoso, después de haberlo analizado con su proverbial sabiduría para escribir La utopía novohispana del siglo XVI. Lo bello, lo verdadero y lo bueno, en 1992, con presentación de Octavio Paz y en colaboración con Miguel León Portilla y Silvio Zavala.

Esta es sólo una de las razones por las que fue motivo de especial felicidad encontrarme, hace unos días, un pequeño volumen recién publicado en 2012 por DGE/Equilibrista. Se trata de Guillermo Tovar de Teresa. Bosquejo Biobibliográfico, escrito por Xavier Guzmán Urbiola. En sus páginas se tejen las historias de su tan increíble y tan grande vida, y las historias de sus libros, que ya son hoy obra monumental del arte mexicano.

Miren si no. Niño prodigio, gran autodidacta, publicó su primer libro a los 20 años y, desde ese 1976 han salido de su pluma 39 obras en 44 volúmenes. Sea sobre los órganos y retablos de la Catedral de México o la arquitectura y la carpintería mudéjar en la Nueva España; sobre Gerónimo de Balbás, Miguel Cabrera o Luis Lagarto; sobre el mundo y los artistas barrocos, las monjas novohispanas o las utopías virreinales, parecería que nada le es ajeno. Siendo todos lecciones de novedosas formas de hacer historia, tres de sus libros, sin embargo, a mí me parecen los mejores. La ciudad de los palacios. Crónica de un patrimonio perdido, el pionero volumen que nos hizo saber de las más terribles formas de acabar con la grandeza de nuestra ciudad de México que, ante el tamaño del contemporáneo desastre, llama con urgencia a una nueva edición puesta al día. Ante tanta destrucción, en cada página esta obra nos recuerda a Yorgos Seferis cuando en su Salamina de Chipre reza “Señor, ayúdanos a recordar/ la causa de esta violencia:/ avaricia, dolo egoísmo,/ la desecación del amor;/ Señor, ayúdanos a arrancar esto de raíz…”

El segundo es Pegaso o el mundo novohispano en el siglo XVII, publicado en 1993, más completo todavía en 2006 y que hizo decir a Octavio Paz que la suya es una contribución esencial a la historia de las ideas que han formado a nuestra cultura y a nuestra nación. Y el tercero es Crónica de una familia entre dos mundos. Los Ribadeneira en México y España, publicado en Sevilla en 2009 y que, siendo un ejemplar caso de microhistoria, haría saltar de gusto a Luis González y González.

Guillermo Tovar de Teresa es parte de un linaje que viene de Carlos de Sigüenza y Góngora y que pasa por Carlos María de Bustamante, Manuel Orozco y Berra, Alfredo Chavero, Joaquín García Icazbalceta y Francisco del Paso y Trocoso. En su vida repleta de fertilidad, su obra es un monumento de generosidad, de erudición, de instinto y de sabiduría.

Con él las palabras tienen peso. No es que sea un historiador civilizado, sino más bien, como diría Joseph Brodsky de Ossip Mandelstham, Guillermo Tovar de Teresa es un historiador de civilización y para la civilización. Ese es su linaje.

*En homenaje a Guillermo Tovar reproducimos este artículo que ya fue publicado en La Jornada el 17/06/13