Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 1 de septiembre de 2013 Num: 965

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El tiempo de Mark Strand
José María Espinasa

Política y vida
Blanche Petrich entrevista
con Porfirio Muñoz Ledo

Abbey, el rebelde
Ricardo Guzmán Wolffer

El gatopardismo
de la existencia

Xabier F. Coronado

El gatopardo,
de Visconti

Marco Antonio Campos

Rafael Ramírez Heredia. Cuando el duende baja
José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Alejandro Michelena
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

Malditos refritos fritos

Las cuentas son simples y, al mismo tiempo, desoladoras: en números cerrados, a lo largo de todo el país hay cinco mil salas cinematográficas, y un miércoles de agosto –pleno verano, es decir, cuando se supone que la industria cinematográfica mundial echa toda su carne al asador– la cartelera comercial ofrece un mísero puñado de veintidós filmes, que significan un promedio de doscientas veintisiete pantallas por película, aunque Todomundo sabe perfectamente que jamás hay tal proporcionalidad, a consecuencia de lo cual una cinta como Los Pitufos, por decir cualquiera, fácilmente alcanza el doble o hasta el triple de lo que le “tocaría”, al menos el fin de semana de su estreno.

Más cifras para el desencanto: el setenta y dos por ciento de esos veintidós filmes –dieciséis, para ser exactos– son, para variar, Made in USA, y el restante veintiocho por ciento se lo reparten España con dos filmes, Reino Unido con uno, y México con tres, estos últimos equivalentes al trece por ciento del total. Desproporción contra la cual ya (casi) nadie protesta, la de la oferta cinematográfica es como tener una casa de cien metros cuadrados cuyo baño mide setenta y dos, mientras los pasillos, las habitaciones, la cocina, la sala y el comedor se apretujan en los restantes veintiocho metritos. A fe de este ponepuntos, nadie querría vivir en un lugar así distribuido…

Distorsiona, que algo queda

Ninguna distorsión viene de la nada, incluyendo a las de tipo numérico, sin excluir a las que tienen que ver con la oferta cinematográfica. El desfiguramiento de esta última se basa –dicen quienes de tal estado de las cosas suelen beneficiarse– en un argumento tautológico: “es lo que la gente quiere ver”, dicen, aplicando a rajatabla las leyes del mercado según las cuales, como bien se sabe, sólo conviene ofertar aquello que tiene demanda. Bien se guardan, los tautológicos mercadólogos, de reconocer que el “quiere” de la frase lleva décadas de domesticación y amaestramiento: lleve usted a sus hijos a la escuela siempre en automóvil y verá cómo protestan el día en que quiera subirlos al metro o a un pesero a las siete de la mañana o, peor, si la distancia y el tiempo lo permiten, llevarlos a pie.

Acostumbrado a que su palabra sea escuchada sin rechistes, don Lugarcomún afirma que a “la gente” no le gusta el cine mexicano por diez mil razones: que   porque está de güeva, que porque siempre salen los mismos, que porque es lento y aburrido, que por violento –cuando se hace eco de la realidad, verbigracia en Heli–, que porque en el fondo todas se parecen… más un etcétera en el que los “argumentos” acaban por no serlo, de tan iguales a mera justificación de una costumbre.

Pero resulta que un miércoles de agosto, que es como decir un día cualquiera, la oferta cinematográfica disponible pone de manifiesto, palmaria e irrefutablemente, que las acusaciones tradicionalmente espetadas contra el cine nacional aplican todas al arriba referido setenta y dos por ciento Made in USA. Para empezar, un tercio de aquellos veintidós filmes son simples, convenencieras y haraganas segundas partes o, peor aún, refritos puros: en el primer caso se trata de Son como niños 2 (Dennis Dugan, EU, 2013), Kick Ass 2 (Jeff Wadlow, EU, 2013), Los Pitufos 2 (Raja Gosnel, EU, 2013), Mi villano favorito 2 (Pierre Coffi, EU, 2013) y Red 2 (Dean Pariso, EU, 2013), y en el segundo de Wolverine: inmortal (James Magnol, EU, 2013), así como de –hágame usted el favor– Jurassic Park 3D (Steven Spielberg, EU, 1993).

Preguntas inevitables: ¿de veras, pero de veras “la gente quiere ver” a David Spade, Chris Rock, Adam Sandler y Salma Hayek, entre otros memos, haciendo de nueva cuenta las mismas memeces, ridículamente pueriles, que ya habían hecho ad nauseam en la primera parte de su inefable bosta? ¿De verdad hay algo que mirarle a los eunuquitos azules, no sólo en la segunda parte sino en la primera, más allá de la improbable nostalgia de haberlos visto por televisión cuando se era niño y –es de suponerse– muchas menos defensas se tenían entonces que ahora, contra el asestamiento de cualquier basura icónica? ¿Qué no Bruce Willis, Helen Mirren, Robin Williams, Morgan Freeman, Ron Perlman y Johnny Depp, entre varios más, también califican como “los mismos de siempre”? ¿Son antiviolentas Wolverine o Kick Ass?

Tres cuartas partes del cine disponible, gringo; un tercio del mismo, refritos de refritos, unos francamente idiotas (Son como niños, Mejor… ¡ni me caso!), otros típicamente paranoicos y salvamundos (Red, Titanes del Pacífico). A ver, gente, ¿les cae que esto es lo que “la gente quiere”?