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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
El tiempo de Mark Strand 
  José María Espinasa 
Política y vida 
  Blanche Petrich entrevista 
  con Porfirio Muñoz Ledo   
  
Abbey, el rebelde 
  Ricardo Guzmán Wolffer 
El gatopardismo 
  de la existencia 
  Xabier F. Coronado 
El gatopardo, 
  de Visconti 
  Marco Antonio Campos 
  
Rafael Ramírez Heredia. Cuando el duende baja 
  José Ángel Leyva  
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Columnas: 
        Bitácora bifronte 
        Ricardo Venegas 
        Monólogos compartidos 
        Francisco Torres Córdova 
        Mentiras Transparentes 
		Felipe Garrido 
        Al Vuelo 
		Rogelio Guedea 
        La Otra Escena 
		Miguel Ángel Quemain 
        Bemol Sostenido 
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        Las Rayas de la Cebra 
		Verónica Murguía 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
        Galería 
		Alejandro Michelena 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
    
   Directorio 
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	 Felipe Garrido 
    
   Desprendimiento 
   
   
   Una vez un rey agonizaba y llamaron a su lado a un hombre que  oraba sin mover los labios ni abrir los ojos ni saber dónde estaba, pues había  anulado la memoria de ese día y de todos los demás. El rey recitaba a gritos  sus crímenes, que eran más que las arenas que arrastraba el río, y se esforzaba  por recordar sus buenas acciones. Olvida eso, le dijo el hombre. Olvida lo que  crees que hiciste mal y lo que crees que hiciste bien. Nada te puede salvar  sino que te desprendas, pues sólo el desprendimiento nos acerca a Dios. Para el  desprendido no hay bien ni mal; nada es agradable ni doloroso; no hay placer ni  sufrimiento ni ansiedad. El desprendimiento hace al hombre semejante a Dios.  Quien sea desprendido será elevado a la eternidad –acabó el ermitaño al tiempo  que entreabría un ojo para ver si era de oro la pieza que se llevaba, pues  procuraba ocuparse en desprender a los demás.  
   (De las historias de San Barlaán  para el príncipe Josafat).  |