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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
El tiempo de Mark Strand 
  José María Espinasa 
Política y vida 
  Blanche Petrich entrevista 
  con Porfirio Muñoz Ledo   
  
Abbey, el rebelde 
  Ricardo Guzmán Wolffer 
El gatopardismo 
  de la existencia 
  Xabier F. Coronado 
El gatopardo, 
  de Visconti 
  Marco Antonio Campos 
  
Rafael Ramírez Heredia. Cuando el duende baja 
  José Ángel Leyva  
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Columnas: 
        Bitácora bifronte 
        Ricardo Venegas 
        Monólogos compartidos 
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	 Miguel Ángel Quemain 
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    Ruleta rusa, las redes imaginarias  del teatro 
    
    
    Ruleta rusa es una obra inspirada en las proliferantes creaciones dramatúrgicas de  Lola Arias, una joven dramaturga argentina que explora los vínculos en el mundo de hoy, sobre todo los que tienen que ver con  sexos opuestos y todo aquello que los  cruza: madres, bebés, amigos... Sus temas: la infidelidad, el tedio, la  ambición, la necesidad de control y un narcisismo atroz que no les permite un  arrepentimiento reconciliador. 
    Max Zunino es un joven director uruguayo  que ha incursionado con creatividad en la TV y la publicidad con spots que  no apelan a la estupidez ni al desprecio por el espectador, sino que merodean  los productos y los metaforizan. Hizo un corto, Recuerdo del mar, que le ha  dado celebridad porque ganó el premio al mejor cortometraje en el Festival de Cine Independiente de Barcelona.  Con Sofía Espinosa (un joven animal teatral que sabe coproducir,  escribir y actuar) filmó Los bañistas, su ópera prima en cine. La dirige y es coguionista con Espinosa, quien también  coproduce.  
    Doy este contexto porque explica las  relaciones que hacen posible un teatro  interesante por la exploración actoral que Zunino logra con tres actores  de gran energía, aunque el eje gravitacional es David Psalmón, experimentado actor,  director, escritor e ideólogo que sostiene rítmica y emocionalmente a estas dos  actrices (Sofía Espinosa y Nora del Cueto),  que profundizan en su personaje hasta  hacerlo capaz de interrogar al mundo que lo ha creado, que lo ha torcido.  
    
  
     
      Sofía Espinosa y David Psalmón | 
   
 
    Digo jóvenes para referir que les  falta mucho camino por recorrer en la escena, pero ambas poseen rigor, experiencia y energía (Del Cueto en el montaje  Aplausos, de Antón Araiza, y Espinosa en la cinta La niña en la piedra).  La convicción también rige sus interpretaciones, con todo y que el texto o su adaptación no son tan  convincentes como las tareas escénicas que logran mostrar que la  distancia física, la que nos coloca a uno y otro lado del teléfono, está abolida por la imaginación teatral que  trenza a cada pareja en ese andar a solas tan acompañado como  beligerante, cuando las disoluciones todavía no ejecutan la corrosión que corta  los lazos definitivamente. 
    “Ruleta rusa” es esa práctica que  consiste en alimentar la pistola con una bala que girará al interior del cilindro  y, una vez detenido éste, puede que el azar   coloque la bala en la cámara que prolongará su viaje incendiario a la cabeza de un jugador, que apuesta al futuro poniendo  en jaque su propia continuidad. 
    Ruleta  rusa está hecha de historias de amor a media luz, es  un viaje al monocromatismo en contraste de luces y recorte contra las ventanas  del pasivo transporte varado en La Condesa, cuyas iluminaciones se oponen en  contrapicada al interior de ese chorizo donde se puede compartir el molesto  cigarrillo de los actores. 
    Me parece una voluntad cosmopolita y  comunicante la de Lola Arias, al montar un texto probado en otros escenarios.  Es una autora coherente, con una búsqueda clara que no está atrapada por los  localismos abrumadores de bonaerenses,  catalanes y madrileños. La  maternidad, la melancolía, las relaciones entre madres e hijas, las parejas atravesadas por un bebé, por un hijo;  los hijos atravesados por sus  padres... son temas incómodos que llaman  la atención. 
    En El amor es un francotirador,  Striptease y Sueño con revólver hay una condición espiritual que coloca los  problemas al límite de su tolerancia. Sin embargo, sus parejas no son la que  ofreció Vicente Leñero en La mudanza, una obra que perfila un dueto que jamás  imaginé pudiera conservar su vigencia temática y de composición dramática más  de treinta años después. Así se anticipan las obras que llamamos clásicas. 
    Psalmón aquí es un actor pero  sabemos de su magnetismo, su modo de hacer  teatro (Teatro sin Paredes) y continuar un quehacer al que el gobierno  federal le retiró el apoyo económico, a pesar de que no dejó de elaborar nuevas creaciones con una línea que ha pretendido  lograr el autofinanciamiento. 
    Así son los lazos que se tienden  entre quienes comparten una idea del teatro, del arte y la política,  estableciendo vínculos fraternales que derivan en creaciones como ésta. A unas cuantas calles, en un foro totalmente  opuesto al Trolebús Doble Vida (Parque España y Av. Veracruz), Psalmón dirige La Inauguración, de Vaclav  Havel, con un par de actores que hacen un trabajo notable; uno de ellos es  Nailea Norvind. 
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