Opinión
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Infancia y Sociedad

Ética y cerebro

H

oy las neurociencias ofrecen una nueva comprensión de la humanidad y coinciden con la filosofía en que la ética es una necesidad superior de la evolución. Se inicia la era de la conquista del espíritu al reconocerlo como un hecho neuronal. Ser humano es hacerse humano, configurarse como tal mediante el despliegue del potencial biológico con que venimos al mundo. Aprender es un anhelo del cerebro: hay 100 mil millones de neuronas, que equivalen al número de estrellas de la Vía Láctea. Mientras más conexiones neuronales, más inteligencia, que es lo que nos hace humanos.

El misterio del hombre es que somos buenos y malos. En el fondo de cada ser humano es donde está el infierno y el cielo. Ángeles y demonios, al momento de nacer somos un Cro-Magnon que para desarrollarse y apropiarse de la cultura tiene que sortear nuestra refinada barbarie.

El ultracapitalismo que hoy tiene de cabeza al mundo promueve comportamientos, acitudes y competencias que estimulan lo más primitivo de nuestro cerebro, a la vez que inhiben la mejor parte de él. En el humano habitan cuatro tipos de cerebro, que contienen la historia de la evolución. De los reptiles heredamos el cerebro en el que residen los recursos para luchar por sobrevivir, pero el cerebro reptiliano se caracteriza también por ser egoísta, individualista, centrado en el yo primero. Sólo yo.

El cerebro mamífero nos deja como herencia la posibilidad de socialización. Gracias a éste desarrollamos la comunicación, aunque todavía limitada a la tribu.

De los primates heredamos el cerebro córtex, o primate, y su legado está presente en la capacidad de construir instrumentos. Debido a este cerebro los seres humanos formamos grupos sociales más amplios; sin embargo, es también el de la violencia, la exclusión, la dominación, la estructura jerárquica en las relaciones y el liderazgo excluyente.

Finalmente está el neocórtex, la parte del cerebro que nos hace Homo sapiens. En él reside la creatividad, la intuición, el pensamiento abstracto y moral. Este cerebro no concibe la exclusión ni la violencia, porque comprende que somos parte de la red de la vida. Puede decirse que es el cerebro ético, el que es capaz de conciliar emociones y razón; de producir verdad y belleza y, con sus neuronas espejo, capaz de compasión y de amar al prójimo como a sí mismo.

Si entendemos que no somos lo mejor ni lo último de la evolución, sino sólo parte de un proceso que continúa, y si logramos desarrollar nuestro cerebro ético, quizá seremos parte de una nueva especie. Si no, dejaremos de ser humanos como tales y retrocederemos hacia los primates.