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La explanada del Teatro Amazonas acogió a un público que disfrutó sin costo alguno

Algarabía popular enmarca el montaje de El murciélago, de Richard Strauss

Wagner y Manaos comparten la desmesura, la naturaleza caudalosa, la amplitud y la chifladura, manifiesta a La Jornada Sergio Vela, director escénico de Parsifal, representada en esa ciudad

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Estampa fitzcarraldiana en el AmazonasFoto Pablo Espinosa
Enviado
Periódico La Jornada
Sábado 25 de mayo de 2013, p. 4

Manaos, 24 de mayo.

Con cascadas de aplausos, vítores y aclamaciones lanzadas por miles de familias, niños, señoras sonrientes, vendedores de exquisitos caldos de camarón preparados bajo un frondoso árbol de castañas, carritos con ventanas de cristal en cuyo interior crepitan palomitas de maíz doradas al aire libre, marchantes-chefs instantáneos ofreciendo salchichas asadas en un ingenioso dispositivo que transportan cargando a mano y en cuyo estante superior descansan las carnes frías, mientras desde el compartimento de aluminio inferior carbones al rojo vivo las sazonan, todos estos miles de personas en algarabía, disfrutando la puesta en escena de El murciélago, de Richard Strauss, en la explanada del Teatro Amazonas, en tremenda fiesta popular sin costo alguno para el público, y con esta fiesta popular con arte y magia cotidiana, este domingo concluye con gran éxito la edición 17 del Festival Amazonas de Ópera, que durante mes y medio congregó a los más distinguidos cantantes, directores escénicos y celebridades del mundo operístico.

Parsifal, momento cumbre

La serie de puestas en escena se inició el 14 de abril con la versión de concierto de la ópera Krol Roger, del compositor polaco Karol Szymanowski (1882-1937) y en la misma modalidad, dos días después y siempre en el legendario Teatro Amazonas, Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi, en conmemoración del bicentenario de este autor italiano.

Siguió, el 28 de abril, Aventuras da raposa astuta, del compositor checo Leos Janacek (1854-1928) y después, el 5 de mayo, otra conmemoración: Concerto Benjamin Britten, 100 años (1913-1976) y otras delicias como el concierto de piezas populares amazónicas a cargo de la Orquestra de violoes do Amazonas.

El momento cumbre consistió en el estreno de un montaje original, deslumbrante, de la ópera Parsifal, de Richard Wagner, justo en la fecha del bicentenario del compositor alemán, el 22 de mayo, a cargo del creador mexicano Sergio Vela en la dirección escénica, acontecimiento que documentó ayer La Jornada y hoy incluimos un fragmento al menos de una larga conversación sobre el tema, que sostuvimos con el maestro Sergio Vela:

–¿Wagner en el Amazonas? ¿Qué resulta de imbricación tal?

–El entrañable Brian Sweeney Fitzgerald, protagonista del Fitzcarraldo de Werner Herzog, soñaba con una casa de ópera en Iquitos, no para rivalizar con el Teatro Amazonas de Manaos, sino para añadir más ópera a la cuenca del río-mar.

“El caso era imperioso, y Fitzcarraldo quiso cerrar la iglesia hasta que la ciudad peruana contara con su propio teatro. En alguna de las escenas filmadas en el Teatro Amazonas, Fitzcarraldo se enfrenta a los barones del caucho cuyo mayor placer es perder dinero en las mesas de juego, y les espeta que la realidad del mundo en que viven no es sino una mala caricatura de lo que se presencia en las grandes representaciones de ópera (…die Wirklichkeit Ihrer Welt ist nur eine schlechte Karikatur von dem, was sie sonst in die großen Opernaufführungen sehen!).

“El opus ultimum de Wagner es una obra atípica y excéntrica, cuya recepción está cargada de equívocos: el subtítulo (Ein Bühnenweihfestspiel) suele traducirse, erróneamente, como ‘un festival sagrado’. Lo correcto es ‘un festival para la consagración de la escena’, y la diferencia es mayúscula: Wagner quería reservar Parsifal para el Festival de Bayreuth, a fin de mantener y acrecentar la atención sobre ese sitio excepcional; sin embargo, al cabo de la caducidad de los derechos autorales, Parsifal se ha presentado por doquier (en México, hasta ahora no).

“La densidad sonora de Parsifal es idónea para Bayreuth, e inconveniente para los teatros que no cuentan con un foso de orquesta escalonado bajo el proscenio y parcialmente cubierto por un alero ante los primeros espectadores; consecuentemente, en la inmensa mayoría de los teatros del mundo, Parsifal plantea problemas de balance entre las voces y la orquesta que son casi insalvables.

“Por otro lado, Wagner nunca exigió que en Parsifal no hubiera aplausos al terminar los actos, sino que avisó a su público que los cantantes sólo saludarían al término de la obra completa; el auditorio quedó confundido, supuso que el compositor prohibía el aplauso, y al término del Acto I guardó un silencio reverencial que todavía abunda en las representaciones que se llevan a cabo en Bayreuth.

“Es curioso que Wagner mismo comenzó a aplaudir al final del Acto II, y el público lo hizo callar sin saber a quién callaba.

“Hacer ópera es, en general, una extravagancia. Que exista un teatro como el de Manaos es otra extravagancia. Y que al cabo de 17 festivales de ópera en el Teatro Amazonas se hayan presentado El anillo del nibelungo, Tristán e Isolda, El holandés errante (con una puesta en escena de Christoph Schlingensief) antes de este Parsifal es, cuando menos, una rareza encomiable. Wagner y el Amazonas comparten la desmesura, la naturaleza caudalosa, la amplitud y la chifladura. Se trata de una inesperada y felicísima coincidencia de la que Luiz Fernando Malheiro es el artífice principal”.

Diletante genial

–¿Qué es, hoy en día, lo wagneriano? ¿Cómo descifrar en el siglo XXI a Wagner?

–Conviene distinguir entre Wagner, su obra, lo wagneriano y los wagnerianos. Las obras de Wagner son preponderantes, y para su cabal inteligencia y viabilidad es necesario mantener un espíritu crítico y hasta iconoclasta. Wagner mismo instaba a la renovación y a hacer todo de manera distinta cada vez.

“Por otra parte, Debussy dijo con razón que Wagner era una magnífica puesta de sol, considerada erróneamente como una aurora. En efecto, Wagner es un personaje fascinante y perturbador, pero importa su legado estético más que la serie de contradicciones y excesos que caracterizan parte de su vida.

“Hace 70 años, Thomas Mann explicó a Wagner como un dilettante genial, y los wagnerianos lanzaron un anatema contra el gran escritor porque no entendieron la sutileza de su razonamiento. Wagner no fue un niño prodigio, sino un genio que asimiló en un lapso brevísimo todo cuanto debía saber para lograr sus propósitos. La personalidad de Wagner dio pie, para bien y para mal, a lo wagneriano (término aceptado por la Real Academia Española desde hace mucho); luego, lo wagneriano aluzó al monstruo de mil cabezas constituido por los wagnerianos.

“En lo personal, reflexiono sobre la obra de Wagner desde hace décadas y siento una profunda afinidad con ella. Al cabo de tantos estudios, sigo atónito ante la magnitud estética, histórica y emocional de las creaciones de Wagner; se trata, sin duda, de uno de los más significativos y trascendentes edificios intelectuales de la historia.

En nuestro tiempo contamos con la perspectiva histórica suficiente y con el instrumental crítico necesario para entender la obra de Wagner en toda su inconmensurabilidad, ambigüedad y riqueza. Y sólo a través del ejercicio de la reflexión serena, veraz y objetiva, será posible dar cuenta de la importancia intrínseca de este legado inmarcesible.