Opinión
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Los de Abajo

Juicio en Guatemala

E

n mi cuerpo y mi corazón, por el momento, me siento libre. Aclaro la verdad ante un Dios que nos ha salvado la vida. Llegó el momento de narrar la verdad, yo soy un resto de las masacres. Las víctimas que derramaron su sangre no tenían la culpa, no sabían por qué se morían, ni yo, como si fuéramos animales. Mi corazón ya está libre de mis pesadillas, ya saqué todo lo que vi con mis propios ojos. Es el desgarrador testimonio de una víctima de la masacre de 264 personas en una comunidad de Guatemala, ocurrida en 1982. Es una de las voces que gritan su indignación y dolor a los responsables: el general y ex presidente Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez, quienes enfrentan en estos días un juicio por genocidio y crímenes de lesa humanidad.

Por fin, luego de más de 30 años de valiente lucha de organizaciones defensoras de los derechos humanos, de guardianes de la memoria y, sobre todo, de comunidades indígenas enteras que se resisten a enterrar el horror del que fueron víctimas durante la guerra sucia en Guatemala, llegó el momento del juicio contra los verdugos, los autores intelectuales de las masacres que dejaron más de 200 mil muertos, 45 mil desaparecidos y más de medio millón de refugiados.

Desde el 19 de marzo pasado desfilan los testigos por la sala de vistas públicas del Palacio Nacional de Justicia de la ciudad de Guatemala. Son aproximadamente 150, la mayoría mujeres y hombres sobrevivientes. Si bien no se conocen por vez primera las consecuencias de la política de terror establecida por el Estado de Guatemala para aniquilar a los grupos guerrilleros y a los pueblos, las narraciones cimbran en estos momentos las conciencias, sembrando la convicción de que esto no puede volver a repetirse. Nunca más.

Por fin en el banquillo de los acusados, los responsables escuchan el testimonio de sus víctimas. El 2 de abril, por ejemplo, tocó el turno a 12 mujeres que con profundo dolor narraron cómo ellas y todas las mujeres de su alrededor fueron violadas y torturadas por el ejército.

Como chucho la llevaban, relata una testigo, refiriéndose a su madre, quien murió a consecuencia de las torturas. Es una de las más de 100 mil muertes que pesan sobre el ex presidente Efraín Ríos Montt, el autor de la tristemente famosa estrategia de tierra arrasada.

Pero lo peor de todo es que en Guatemala esto no es pasado sino presente. La reciente matanza de siete indígenas de Totonicapan, y el secuestro de cuatro líderes del parlamento Xinca de Santa María Xalapan, en el que murió Exaltación Marcos, son ejemplos de que en este pequeño país centroamericano la justicia no ha llegado, porque los grandes intereses económicos pesan más que la vida.