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David Jones pone en escena sus sueños
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Periódico La Jornada
Sábado 6 de abril de 2013, p. a16

¿Por qué el nuevo disco de David Bowie es una obra maestra?

Porque:

Es una sucesión fascinante de micro-óperas.

Mantiene la potencia de géiseres formados en alineadas posiciones y su flujo de agua hirviente forma coreografías calcinantes que abrazan y abrasan.

La música, su motor, es un vasto mural. Mantiene al escucha en un estado perceptivo que conduce a la ensoñación, luego crispa, enseguida acaricia, eleva el pensamiento.

Su cualidad mayor: logra lo que pareciera imposible: teje, en lugar de piezas musicales, sueños. Porque todo el disco ocurre en el sueño que vivimos en vigilia. Las historias que narra, si concentramos la atención en el intersticio que abre imperceptible entre frase y frase, son en realidad sueños.

Esto lo aprendió de su maestro: Lindsay Kemp.

Resulta pasmosa la cantidad de menciones David Bowie por doquier y casi todas hablan de los mismos, ya, lugares comunes: que si camaleón, que si bisexual, que si a Chuchita la bolsearon.

Esas menciones, que podrían denominarse de alfombra roja y fiebre mediática no hablan en realidad de David Bowie, sino de una interpretación desprovista de contenido.

En realidad, David Bowie es David Jones, un genio de la creación artística en una extensión deslumbrante (cantante, compositor, poeta, lector voraz, crítico de arte, pintor, escultor. Autodidacta en todo) cuya explosión/salida al mundo/rompimiento de la crisálida ocurrió el día en que conoció a Lindsay Kemp, ese genio capaz de poner en escena, traer a la realidad la íntima naturaleza de los sueños.

Para quien conozca el trabajo de Lindsay Kemp le será más sencillo entender a Bowie. Porque, hay que decirlo, David Jones todavía es un autor incomprendido: se le tiene por rock star cuando en realidad es un innovador, un garante del avance de la civilización.

Lindsay Kemp es heredero de William Kemp, ese clown de otro William, Shakespeare, en el Globe Theater de Londres.

El fascinante Kemp fundó su Mime Company en los años 60 y a ella perteneció David Jones, quien entre otros interpretó el papel de nube en la obra Pierrot in Turquoise. Jones se botaba de la risa porque era un mimo pero cantaba. Ahí empezó a entenderlo todo: Lindsay Kemp elevó el arte de la pantomima a la condición de alfabeto para un nuevo lenguaje: el de los sueños en vigilia.

Vimos a Lindsay Kemp poner en escena sueños en Guanajuato, en los festivales cervantinos, con sus obras Flowers y sobre todo Alice, donde el país de las maravillas sucede frente a nuestros ojos mientras Lindsay camina como si flotara: pareciera que la planta de sus pies nunca hacen contacto con el piso, en una síntesis brutal del teatro kabuki, el Noh, la danza contemporánea, el ballet clásico, el arte de Etienne Decroux (maestro de Marcel Marceau y Jean Louis Barrault) y rompe la cuarta pared y nos lleva a las calles de Guanajuato, él desnudo, ataviado con un tul blanco transparente y se introduce en una iglesia y recita versos y canta y convierte en fascinación el asombro escandalizado de beatas, párrocos, sacristanes y circunstantes que reímos, bailamos, caminamos junto a él, para meternos luego con él a la legendaria cantina El Incendio a libar cervezas.

Si uno ve a Lindsay Kemp en escena y luego escucha el nuevo disco de David Bowie, lo entenderá todo.

David Jones, ese genio autodidacta, mamó (literalmente) de Lindsay Kemp las enseñanzas que flotan en el ambiente y que sólo es menester levantar un brazo y cortar el fruto maduro que pende de una rama del gran árbol del conocimiento.

Las herramientas de Bowie son tan vastas que sus conceptos sobre asuntos serios como la soledad, el dolor, la melancolía, incluso la muerte (palabra muy repetida en su nuevo disco) los entiende no a la manera lineal que los occidentales suelen, sino de un modo dimensional, gracias a sus meses de estudio del budismo, con el monje Chime Youngdong Rimpoche. Incluso Bowie llegó a considerar la opción de hacerse monje budista.

Su lectura, con Chime Rimpoche, de El Libro Tibetano de los Muertos, le abrió el camino para ver con desapego, con actitud compasiva, el mundo.

Pero David Jones no es solamente eso: se trata de un dramaturgo poderosísimo, un retratista de la realidad. Escapa a todos los compartimentos estancos, aquellos viejos lugares comunes (glam, glitter y demás etcéteras) porque es capaz de conmovernos con un arte que ya no responde al limitado término mime que le enseñó Lindsay Kemp, sino que se extiende al territorio de lo inefable.

Es por eso que al escuchar (¿cuántas veces lo he escuchado, 80, 100 veces?) el disco The Next Day, uno se conmueve, baila, medita, exulta, cavila, salta, vuela. Sueña.

La frase when the sun goes down, por ejemplo, tiene su propio valor dramatúrgico, pero la manera como la dice, la canta, la exulta David Jones, la convierte en un volcán que implota y el magma deviene esmegma y la melancolía de Where are we now? nos pone a caminar, durante un sueño, sobre las calles de Berlín, de la Postdamer Platz hasta la Nürnberger Strasse, donde ya no existe más el antro Dschungel, donde solían libar David Jones e Iggy Pop.

El nuevo disco de David Bowie es una obra maestra porque amarida de manera indisoluble la música con la poesía, el cuerpo con el alma, los sueños con la vigilia, la vida con la muerte, las ciudades con el cuerpo humano, en una metáfora genial, genuina, fidedigna.

The Next Day, el nuevo disco de David Bowie, es una obra maestra, porque nos ayuda a oír más allá de nuestros oídos.

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