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Florentino Sorela es tesoro humano vivo de la Unesco por difundir la Danza de los tecuanes

La tradición es como un familiar que hay que cuidar para que no muera

A sus 80 años, este hombre originario de Morelos sigue bailando con la misma energía de hace más de seis décadas, cuando empezó su labor de enseñanza

No quería que todo el esfuerzo que realizaron mi abuelo y mi padre desapareciera en la nada, expresa

Foto
Florentino Sorela con su grupo en la explanada de la Basílica de Guadalupe, en la ciudad de México, en una imagen tomada de Internet
 
Periódico La Jornada
Martes 2 de abril de 2013, p. 8

Las tradiciones son como un familiar al que hay que atender para que no se muera de tristeza, afirma Florentino Sorela Severiano, quien a sus 80 años continúa bailando con la misma energía, en su natal Tetelpa, la emblemática Danza de los tecuanes, una de las pocas supervivientes del municipio de Zacatepec, en Morelos.

Por su incansable labor de más de 66 años en la enseñanza de este baile a las nuevas generaciones, don Florentino Sorela fue designado tesoro humano vivo por la Unesco, de acuerdo con el programa iniciado en 1993, en el que han sido inscritas numerosas personas alrededor del mundo, las cuales con sus actividades enriquecen el patrimonio cultural inmaterial.

Fíjese hasta donde ha llegado aquella danza que comenzó a bailar mi abuelo Ramón Sorela en 1894, exclama con emoción don Florentino, quien asegura que gracias a la designación de la Unesco se le ha facilitado difundir en diversos foros la Danza de los tecuanes entre las nuevas generaciones.

“A veces los jóvenes como que se avergüenzan de sus raíces y eso hace mucho daño a la tradición. Hay danzas que también se bailaban mucho en Zacatepec, como la de Los vaqueros, Los moros y Las pastorcitas, pero desgraciadamente han desaparecido por falta de interés. Me da mucho gusto que gracias a ese título de la Unesco nos presten de repente una plaza o nos inviten a algún festival para seguir mostrando la tradición”.

Después de que su abuelo mantuvo la tradición de la danza por muchos años, el padre de don Florentino, Lidio Sorela, tomó la estafeta de la tradición en 1927, tratando de conservar todos los elementos, tanto coreográficos como de ornamentación de los disfraces.

Tiempos de esperanza

Años después, exactamente en 1946, cuando tenía 14 años, Florentino Severiano realizó su primera Danza de los tecuanes, para evitar que la tradición se perdiera, además de que ya eran otros tiempos, con mucha esperanza, pues la Segunda Guerra Mundial había terminado.

No quería que todo el esfuerzo que realizaron mi abuelo y mi padre desapareciera en la nada. Una danza es algo vivo que necesita de gente, no se conserva como una estatua o un monumento, sino que su materia prima es el entusiasmo de quienes la bailan; por eso desde el primer momento supe que además de bailarla debía enseñar a otros a hacerlo.

Desde entonces don Florentino ha mantenido a lo largo de los años tres grupos: uno de niños, otro de mujeres y otro de hombres, que se van integrando a los diversos pasajes de ese baile.

Es una danza muy rica, con muchos significados; hay quienes dicen que no la entienden, pero en realidad cuenta una historia muy vieja, que se remonta a un antiguo hacendado que vivía por estos lugares y que todos los días veía cómo su ganado iba perdiendo animales. Un buen día encargó a su caporal que investigara lo que pasaba; éste llegó con un hombre misterioso que habitaba en el bosque, un hombre muy oscuro, quien le comunica que es el jaguar el que está matando a los animales.

Explicó que en la danza los participantes se disfracen emulando a los tecuanes que van en busca del felino sagrado, al que finalmente apresan y encierran en una jaula.

Antes nos enfrentábamos a muchas dificultades para poder sostener la tradición, porque no contábamos con ningún medio económico; afortunadamente alguien nos aconsejó postular al Programa de apoyo a las culturas municipales y comunitarias, que entregan el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el gobierno estatal. Lo obtuvimos y pudimos costear los disfraces, las escenografías, la pintura y otros elementos.

Sobre el título de tesoro humano vivo, don Florentino confiesa que aún se sonroja cuando alguien se lo comenta.

Es algo muy bonito, pero no lo tomo como un reconocimiento sólo a mí, sino también a mi cultura, a mi comunidad más que a una sola persona, pues el esfuerzo se hace, pero, si no hubiera respuesta de la gente, no habría cómo seguir la tradición.

Agregó: Yo quisiera que se siguieran apoyando estas expresiones, que los jóvenes ya no escuchen tanta música en inglés y que mejor miren lo que tienen en su propio lugar, porque si no se nos muere lo que tanto trabajo ha costado preservar. Es como si nos olvidáramos de nuestros ancestros, de sus voces, sus caras y todo lo que con tanto cariño nos enseñaron.

El programa Tesoros Humanos Vivos cumple 20 años de haber sido adoptado por el consejo de la Unesco, que difunde el concepto periódicamente, en talleres y conferencias internacionales, para proponer individuos que posean los conocimientos y técnicas necesarias para interpretar o recrear determinados elementos del patrimonio cultural inmaterial.

Corresponde a cada Estado miembro de la ONU escoger un título adecuado para designar a los depositarios de conocimientos y técnicas; es indicativo el título de tesoro humano vivo propuesto por la Unesco, aunque en diversos países existen otros, como maestro artista (Francia), depositario de la tradición de artes y oficios populares (República Checa), tesoro nacional vivo (República de Corea), depositario de un bien cultural inmaterial importante (Japón y República de Corea), entre otros.

El primer propósito de los sistemas nacionales de tesoros humanos vivos es preservar los conocimientos y las técnicas necesarias para la representación, ejecución o recreación de elementos del patrimonio cultural inmaterial de gran valor histórico, artístico o cultural.

En el caso de Florentino Sorela Severiano su candidatura fue apoyada desde el gobierno de Morelos, por considerar que su actividad como promotor de un bien cultural inmaterial había participado directamente en la preservación del mismo entre su comunidad.