Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de marzo de 2013 Num: 943

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

H.G. Oesterheld: imaginación versus poder
Hugo José Suárez

En el café
Juan Manuel Roca

Lluvia
Efraín Bartolomé

La escritura, antídoto contra la muerte
Adriana Cortés Koloffon entrevista con Vicente Quirarte

Presupuesto cultural: primer año, primer recorte
Víctor Ugalde

Sociedad de la comunicación y sociedad política
Sergio Gómez Montero

De Ratzinger a Bergoglio: luces y sombras
Juan Ramón Iborra

Dos poemas
Stavros Vavoúris

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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De Ratzinger a Bergoglio:
luces y sombras


Ilustación de Juan Gabriel Puga

Juan Ramón Iborra

En el principio fue la propaganda. Desde su nacimiento en un establo de Belén en tierra (santa) ocupada por el Imperio, de una virgen que concibió inmaculada y de un padre putativo. Resuelta la paradoja biológica a golpes de fe, Jesús maduró atormentado por tentaciones que burló con meditación y ayuno en el desierto. El pueblo de Israel seguía sometido. Su poder político, judicial y religioso, descafeinado por el invasor, miraba hacia otro lado. Judíos zelotes se armaron en guerrilla contra la ocupación y sus colaboracionistas. A sus treinta años, el rabino socialmente incorrecto rompió el silencio. Predicó la redención espiritual del ser humano y su amor a los pobres. Se ungió hijo de Dios y advirtió al rico de la dificultad para entrar en su Reino. Ganó fama local y el recelo de fariseos, del Sanedrín y de Roma. Su mensaje y el destino le llevaron a sufrir traición, arresto, juicio, tortura y muerte atroz, clavado a una cruz del arrabal de Jerusalén donde ajusticiaban a los reos de sedición. Ahí habría acabado su breve historia. Pero al tercer día de ser enterrado su cuerpo se esfumó de un sepulcro bajo custodia. La apología de la resurrección del líder mártir y su doctrina sencilla, igualitaria y bondadosa, se extendió como un afán. Perseguidos por tiranos imperiales, los primeros cristianos fueron festín para las fieras del Coliseo. El cruel holocausto reforzó esa religión que crecía insurgente a orillas del Tíber. Sobre la piedra de Pedro se edificó su escisión del judaísmo, desacreditado bufón del César que seguía nutriendo Gólgotas. Con el transcurso de los siglos, la lección aprendida y las alianzas entre la cruz y la espada, la liturgia hizo el resto.

Una cualidad de la Iglesia católica es su capacidad para la escenografía. El impecable esteticismo de su aparatosa pompa. Con él se ha digerido la inoportuna e imprevisible abdicación de un Papa y su sustitución, algo que no pasaba desde el siglo XIII. El Papa es jefe de uno de los Estados más pequeños e influyentes del planeta. Pocos hombres detentan tanto poder absoluto con su añadido de infalible inspiración divina. La renuncia del cardenal Ratzinger a mantener el mandato de Benedicto XVI convulsionó a la feligresía, pero sobre todo provocó una contenida hecatombe intramuros del Vaticano, en el búnker de su Curia. Porque hasta ahora los papas morían con las botas puestas. Hasta el final, rotos y enfermos. Benedicto XVI argumentó estar cansado. ¿De qué? Tiene artrosis, diabetes, falto de visión en un ojo, la vejez previsible en un octogenario. La noticia colmó ríos de tinta e incertidumbre, dando paso a la omnipotente liturgia de las formas. La estética del orden sobre el caos de la ética, a tenor de la moral del tiempo en que ocurre tan insólito hecho, mientras a Europa le amputa su bienestar social el frío bisturí de los tecnócratas, e Italia vota eligiendo al centro izquierda y a dos payasos. Grillo, la conciencia o así. Berlusconi, procesado por abuso de poder y prostitución.

La nomenklatura cardenalicia escenifica el cónclave con su boato incongruente. Un centenar de hombres queman fumata blanca para el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio y nace el papa Francisco. Tras el rayo de la renuncia de Ratzinger, el trueno del primer papa latinoamericano y jesuita, y la aparente sorpresa ante las listas previas de papables. Aunque los vaticanistas saben que “quien entra papa al cónclave, sale cardenal”, y Bergoglio ya disputó a Ratzinger la sucesión de Juan Pablo II, hasta que no quiso seguir siendo el segundo durante tres votaciones. Y así, a la cuarta ganó el alemán.

La propaganda no se hace esperar. Sobre la tolerancia y humildad de un hijo de la emigración europea, austero y conservador. Porteño, hincha del San Lorenzo de Almagro, conocedor de las villas miseria de Buenos Aires, enfrentado con los Kirchner en temas sociales y por el matrimonio homosexual. Comienzan a llamarle el papa de los pobres. Derrocha cercanía. Rechaza el oro en su cruz y en el anillo del pescador. Habla de “¡cómo me gustaría una Iglesia pobre y de los pobres!”, y de la relación entre su nombre elegido y Francisco de Asís, el santo de la pobreza y de la paz. Pero la pobreza no es único modo de opresión y en derechos humanos la Curia argentina ha sido sorda, muda y reaccionaria. Bergoglio no fue un colaborador, pero en 1976 era Provincial de la Orden Jesuita. Durante las Juntas Militares, tanto él como la Curia miraron hacia otro lado.

Francisco toma el timón de un Vaticano náufrago, que desafina con la realidad social. Es un entramado piramidal y machista donde la mujer brilla por su ausencia en el sacerdocio. Mantiene un inmovilismo intolerante sobre dogma, celibato, divorcio, moral sexual, anticonceptiva, derecho de reproducción y un desprecio inútil hacia la Teología de la Liberación. Siendo un conservador doctrinal, no le tocaba a Benedicto XVI restaurar esas grietas de sus pilares, pero marchó desarmado por otros asuntos que quiso y no pudo resolver. Ahí radica su cansancio. Rodeado de lobos, lo definió L’Osservatore Romano. Ratzinger dijo del entorno vaticano: “¡Cuánta basura!” Asumió con firmeza los escándalos de pederastia cuyo gran encubridor fue Juan Pablo II, pero no pudo con la poderosa Curia. Se rindió tras filtrarse el Vatileaks, secretos de una investigación interna sobre tráfico de influencias, chantajes, corrupción y existencia de un sofisticado lobby gay en la Santa Sede. Francisco tiene ahora ese informe y todo el poder en sus manos.

Un helicóptero blanco elevó al Papa cansado desde El Vaticano. Concluyó su liturgia. La lección de Benedicto XVI al querer dejar de serlo, aporta luces a las sombras de su reinado. Sólo un Papa verdaderamente franciscano, capaz como Mihail Gorvachov de inmolar la estructura desde dentro, sus vicios, anacronismos, privilegios e injusticias, podrá regenerar a la Iglesia católica. Tan aferrada al poder terrenal y a sus modos perversos como aquel judaísmo del que se desgajó en tiempos de Jesús de Nazaret.