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Ricardo Venegas
La oración del camino
Blanco oro negro (2012), del poeta y crítico cultural Eduardo Estala Rojas (Cuernavaca, Morelos, 1980), es un poemario que reúne la experiencia y la fe de un poeta en el camino elegido. Más cerca del versículo que del verso libre, el libro se ofrece también como un breviario que marca su territorio. El número 33 aparece a lo largo de estos poemas como emblema polisémico: 33 fueron los Cantos que Dante asignó a cada una de las 3 partes de La divina comedia: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Jackson Pollock pintó un cuadro en 1949 titulado Number 33. Treinta y tres años gobernó el rey David a Jerusalén; treinta y tres era la edad de Cristo al momento de su crucifixión, igual que López Velarde al momento de partir. 33 es el grado máximo en la masonería. El 3 es la Trinidad, “la palabra era Dios, estaba con Dios y se hizo carne y vivió entre los hombres”.
Algunos fragmentos de este poemario rememoran al Schiller que consignó la preeminencia de la naturaleza sobre el arte. “En Inglaterra/ valoran la naturaleza./ En México/ otros treasures.” En la idea misma del poeta, abunda Schiller, está la de ser custodio de la naturaleza, el espíritu que no duerme; la ingenuidad también pasa revista, la del carácter que únicamente puede convenir a los niños y hombres con alma de niño, una naturalidad que raya en la libertad de la infancia, la actualización del ideal, este tono que rememora la tristeza que hay “en la pérdida de la veracidad y sencillez en la humanidad”; todo verdadero genio, abunda Schiller, para serlo, debe ser ingenuo.
En la subjetividad está el mayor valor del texto, la literariedad, en palabras del ruso Roman Jacobson, como cuando aparece el verso y el instante para el cual todo ser va puliendo su estrategia: “para que los vivos y muertos en vida/ puedan verse al espejo/ sin miedo al instante eterno”, es, del mismo modo, una invitación a oponerse a la ausencia de significado.
Quien crea que los salmos bíblicos sólo sirven para protegerse en el mundo espiritual, yerra: “¡Pídeles cuentas de su maldad,/ y bórralos de este mundo! ¿Por qué han de creer/ que no les pedirás cuentas?” (Salmos, cap. 10, vers. 12).
El autor lo sabe, por ello recupera en el poema la voz del conjuro que hechiza al mundo y lo refunda: “Sigo caminando por Derby Road en Nottingham/ con una escena retrospectiva:/ mi oído izquierdo logra conectar/ con la voz de la Maga de Arboretum/ que dicta cada lunes por la noche/ los ritos y conjuros a la diosa naturaleza./ Esculturas en troncos viejos de los árboles/ como lazos de estrellas y lenguas,/ hablan las imágenes de búhos, águilas, conejos, ardillas, cuervos.”
Como afirma Bárbara Jacobs en el prólogo del volumen: “Todos sabemos que una lectura es una vivencia.” El poeta nos recuerda en Blanco oro negro lo mucho que la Iglesia ha usufructuado, a lo largo de los siglos, los recursos propios de la poesía. Es, también, una remembranza de que el poema lo escribe el vate, el que vaticina y reconfigura el mundo a través de las palabras.

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