Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de febrero de 2013 Num: 937

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Diego en la encrucijada
Vilma Fuentes

Sergio Ramírez,
el cuentista

Marco Antonio Campos

Respuesta a un cuestionario
Marina Ivánovna Tsvietáieva

Cinco poemas
Marina Tsvietáieva

La torre en yedra
Marina Tsvietáieva

El interés por la historia
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
José Angel Leyva
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Alonso Arreola
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Diez años de iTunes Store

La primera vez que vimos un reproductor iPod fue en un video filmado en Japón, hace doce años, por un grupo estadunidense de jazz. Así de raro. Sus dueños (entre ellos el gran saxofonista ya desaparecido Michael Brecker) hacían actuar a estos dispositivos como personajes de Star Wars, aprovechando un tiempo muerto de su gira asiática. La trama que se desarrollaba entre los pequeños aparatos, según recordamos, tenía algo que ver con la muerte del disco compacto. Algo de razón había en aquel juego. Aunque se trataba de un gadget nuevo y caro, el iPod parecía augurar el afianzamiento definitivo de la era sonora digital, algo que ni el portal Napster había conseguido a finales de los noventa con el libre intercambio de canciones, detenido luego por las demandas de grupos como Metallica.

Claro que para cerrar la pinza y para que el nuevo reproductor tuviera sentido, los desarrolladores de Apple crearon una tienda en línea a través de la cual se podía comprar música de manera legal. Así, en 2003 –ocho años después del surgimiento del formato comprimido MP3–, nació la iTunes Music Store, un proyecto que rápidamente contó con el apoyo de las disqueras globales, heridas por el comportamiento de los melómanos más jóvenes. Polémico al principio por las críticas antimonopolio, la mayoría de los artistas independientes del mundo sucumbió ante la idea de este cambiante escaparate cuya ambición e inteligencia incide hoy en muchos otros productos digitales. Rebautizado simplemente como iTunes Store, el portal vende música además de videoclips, series de televisión, películas, libros y videojuegos compatibles con quienes tengan el programa iTunes, y especialmente con los dueños de un iPod, iPhone o iPad.

Así las cosas y como suponían aquellos músicos que jugaban en Japón, observamos que la revolución digital efectivamente acabó con las grandes tiendas físicas (Virgin Megastore) y con las cadenas tradicionales (Tower Records) en buena parte del planeta, pero que, en un sentido imprevisto, también devolvió la posibilidad de que reaparecieran pequeños establecimientos de CD’s y vinilos, objetos relacionados con una moda retro revisionista que, en las nuevas generaciones, no se doblega tan fácilmente ante los dictados del mercado masivo. Y no nos referimos sólo a ciudades como Nueva York, Londres, Tokio o París, pues también hay espacios en México que ofrecen formatos “viejos” de manera atractiva. De allí que muchos sellos y bandas nacionales, grandes o pequeñas, estén editando o reeditando obras en vinil, lo que ha impulsado un mercado distinto de tornamesas USB o High End (de alta fidelidad) que revaloran –con ingenua nostalgia– la cálida “imperfección” del sonido análogo. Es así que, si en otros tiempos el DF albergaba tiendas de culto como Zorba, Super Sound, AB Discos, Hits 70, Rock Shop, El Gran Disco, Discolandia y Margolín, actualmente se hallan acetatos en lugares como Retroactivo, Discoteca y La Roma Discos, en galerías como Gurú y Vértigo (por no citar las bateas de Gandhi o Mixup) y en puestos más o menos informales de mercados como La Lagunilla, nombres a los que se suman supervivientes como Discos Aquarius o algunos vendedores del Chopo y Lomas Verdes.

Ahora bien, sin ni siquiera intentar una reflexión que amerita más renglones, lo que para Apple es tema de celebración para otros, compositores y no, simboliza un periplo en el que la música sufrió un adelgazamiento semántico sustancial. Si antes la adquisición de un disco-objeto exigía desplazamientos físicos e invitaba a un momento de diálogo colectivo alrededor de un equipo de audio especializado para su reproducción, conseguir un álbum hoy es cuestión de algunos clics que se convierten en soundtrack de fondo para quien trabaja solitariamente en una computadora, o aislado por un par de audífonos. Otro índice de un presente que demerita el alimento intelectual y que sitúa a la vista por encima de otros sentidos como el oído, el tacto y el olfato, otrora confabulados frente a lo tangible.

Tampoco nos meteremos con el tema de qué suena mejor, si el acetato o el disco compacto, si el disco compacto o el MP3. Múltiples estudios muestran que es mínimo el porcentaje de personas que los puede diferenciar. Esbozamos apenas el impacto que las formas de consumo tienen sobre la relación entre la música y quien la consume. Igualmente, asumimos como innegables algunos aspectos positivos de la compra en tiendas como iTunes Store (porque hoy otras y vendrán más, ¿verdad Slim?): la inmediatez, el almacenamiento y la movilidad y, por consiguiente, la posibilidad de escuchar continuamente los sonidos que nos gustan, así como de compartirlos con más personas. Dicho esto, empero, nosotros seguiremos prefiriendo salir a la calle para encontrarnos cara a cara con la música. Nunca nos ha gustado que alguien tenga o intente tenerlo “todo”, y menos si faltan el polvo, la pátina, la mugre, el cochambre, el óxido y la herrumbre. Buen día.