Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de febrero de 2013 Num: 937

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Diego en la encrucijada
Vilma Fuentes

Sergio Ramírez,
el cuentista

Marco Antonio Campos

Respuesta a un cuestionario
Marina Ivánovna Tsvietáieva

Cinco poemas
Marina Tsvietáieva

La torre en yedra
Marina Tsvietáieva

El interés por la historia
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
José Angel Leyva
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jorge Moch
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Morir de éxito

Televisa y tv Azteca lo lograron. Diseñaron y prepararon con premeditación su candidato presidencial. Le hicieron el juego, nada tarugas, al panismo, se aglutinaron en contra de las únicas oposiciones políticas y enfilaron el caño de sus cámaras y micrófonos al golpeteo político mientras entonaban coros de elogio, producían infomerciales panegíricos y, en fin, hacían campaña para su ungido. Golosas, las televisoras sabían que en lo inmediato su quehacer se vería recompensado con un caudal millonario de propaganda pagada, de publicidad de las cúpulas industriales siempre amigas del gobierno y de pasada con la bendición del clero, cuya alta jerarquía siempre ha estado, también, tan cerca del dinero y tan lejos de los pobres. Pobres, por cierto, que son en perversa paradoja social quienes alimentan la teleaudiencia mayoritaria de esas televisoras.

Diseñaron al candidato, lo apuntalaron con herramientas de comunicación masiva, ayudaron a sepultar en un lodazal de guerra sucia al candidato de izquierda que suponía una verdadera amenaza al apparat –recordemos que la candidatura de la derecha oficialista fue aquella comparsa encabezada por una señora fresa que ya ni me acuerdo cómo se llama– y muy posiblemente financiaron la costosa campaña del PRI, cosa harto difícil de comprobar puesto que todo dispositivo de fiscalización en México lo controlan los consuetudinarios perversos hijos de la chingada de siempre (Paco Ignacio II dixit) que conforman precisamente el conciliábulo apátrida del neoliberalismo entreguista y criminal que regentea las desgracias de este país desde hace más de tres décadas.

Ganaron pues las televisoras. Han logrado ya no amistarse con el poder, sino modelarlo a su imagen y semejanza. Han logrado ser. Producen la mierda televisiva que les viene en gana y nadie les toca un pelo. Se involucran en escándalos políticos y policíacos, hacen falsas aprehensiones y, según se dice, podrían haber metido las pezuñas en negocios ilícitos que van desde el blanqueo de dinero hasta el narcotráfico pasando por la trata de blancas, quizá de manera tangencial pero allí siempre por encima de todo: hace años se decía que Raúl Velasco manejaba burdeles en varias ciudades de la frontera con Estados Unidos y nadie jamás indagó el asunto. Sergio Andrade y Gloria Trevi estuvieron metidos hasta el colodrillo en un nauseabundo asunto de corrupción de niñas y hoy la Trevi resurge guapa, madurita y cristianizada con redoblado éxito. Cuánta hipocresía.

Pero eso no es el asunto acá. Lo que este aporreateclas quisiera saber, ahora que Televisa y TV Azteca poseen un gobierno federal que les conviene, que no les pondrá trabas ni sanciones a cualquiera de sus desaforados excesos y omisiones –empezando por las tributarias–, ahora que tienen el poder necesario para extender sus tentáculos a otros medios –la prensa escrita–, o para evitar la posibilidad de una verdadera competencia –ni Carlos Slim, parece, logrará meter cuña en el mercado de la televisión abierta en México–; ahora que no habrá esposa del presidente –Angélica Rivera es una estrella más del canal de las estrellas– que les critique porquerías amarillistas en su programación, ¿qué sigue? Porque las televisoras en términos de poder político y penetración social, como algunos mucho temíamos, hoy tienen todo. Vastos caudales de dinero para comprar, rentar y sobornar. Y tanto poder marea. Y en el mareo se piensa mal, se calcula con error, gana la soberbia al sentido común. Y como nunca vimos antes, millones de mexicanos no les damos a las televisoras del duopolio, a sus alecuijes y pinches cortesanos de corbata un ápice de credibilidad. Las aborrecemos, rechazamos sus versiones casi sobre cualquier cosa. No le creemos nada a Adela Micha ni a Javier Alatorre, ni a Joaquín López Dóriga ni a Jorge Zarza, y mucho menos a ese remedo chiclero de periodista que es Carlos Loret de Mola.

Las televisoras, pues, obtuvieron una enorme cuota de poder. Hicieron el mejor negocio de sus respectivas trayectorias, pero perdieron totalmente la confianza que pudiera todavía dispensarles un vasto sector de la población televidente. Ciertamente un sector minoritario en términos de educación y situación socioeconómica, de escolaridad, pero cuyas opiniones van permeando en otros sectores, mayores en número y de menores recursos. Y ese puede ser el futuro de las televisoras privadas en México. Si esa incredulidad se esparce –crucemos los dedos–, la televisión en México tendrá casi todo.

Menos público.