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Ver día anteriorLunes 11 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los invisibles
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rimer tiempo. En el documental Los invisibles (Les invisibles, 2012), del realizador francés Sébastien Lifshitz, 11 personas entre los 60 y 80 años –gays, lesbianas y bisexuales–, la mayoría instaladas hoy en algún lugar perdido de la provincia francesa, evocan una época menos afortunada de su juventud en que la disimulación, el silencio y la marginalidad eran condiciones imperiosas para la supervivencia social. Lo que se callaba en los años 50 y 60 era una orientación sexual oficialmente ligada a la enfermedad mental. Dice una lesbiana: La homosexualidad nunca fue para mí una elección, simplemente algo inscrito en mis genes.

Un hombre maduro recuerda los años de su militancia comunista y la manera en que fue expulsado del partido por ser diferente, por no poder disimular lo suficiente una disidencia sexual incompatible con sus propias disidencias políticas y las de sus camaradas. Hoy la gente bromea al respecto, pero en aquella época eso te orillaba al llanto, acota.

Eran tiempos de exclusión social, de despidos laborales, de invisibilidad forzada, de estigmatización mediática. Nadie entendía nada sobre la heterodoxia sexual. Si una lesbiana llevaba el cabello corto y apariencia y vestimentas un tanto masculinas, todos veían al patético fenómeno de feria, y no la estrategia para seducir de modo original y muy distinto a la mujer deseada. Si alguien vislumbraba con horror los furtivos encuentros sexuales entre varones en parques, mingitorios públicos y cantinas sórdidas, jamás se concluía que justo a esos territorios de promiscuidad habían sido arrinconados muchos parias sexuales al negárseles toda visibilidad social o un asomo de legitimidad a su deseo.

Los protagonistas de Los invisibles evocan sin rencor esa doble moral de la sociedad bien pensante, y también el saldo de los años perdidos en el afán estéril por ocultar la identidad sexual verdadera (Perdí mucho tiempo, casi toda mi juventud, admite un anciano).

Varias décadas después, los cabellos blancos y la piel cansada no han disminuido la energía vital de las primeras disidencias. Parejas de ancianos exhiben con humor la serenidad doméstica compartida, una septuagenaria evoca sus tiempos de militante radical (O todo es normal en esta sociedad o todo se vuelve entonces anormal), el mayo 68 francés, los movimientos de liberación homosexual, el sorprendente amasiato de izquierdas y derechas en la intolerancia moral y, sobre todo, la creciente inutilidad de siempre saber guardar las apariencias. Los invisibles miran a un pasado ya remoto y con una sonrisa maliciosa concluyen: Si tuviera que hacerlo de nuevo, lo volvería a hacer.

Segundo tiempo. Justo ahí donde se detiene la confidencia colectiva de Los invisibles, da inicio otra historia más desalentadora aún, pero igualmente aleccionadora. Cómo sobrevivir a una plaga (How to survive a plague), de David France, documental estadunidense postulado este año al Óscar, refiere la acción política del más destacado grupo de activistas contra el sida, Act-Up (AIDS Coalition to Unleash Power), y de sus protagonistas más emblemáticos, Peter Staley, Larry Kramer, Gregg Bordowitz, profesionales de la indignación moral, empeñados en volver accesibles medicamentos más eficaces que el muy tóxico AZT, remedio entonces casi único, y encontrar una cura para las generaciones futuras, convencidos de que en sus propios casos el desenlace fatal era inevitable.

La crónica de dos décadas de lucha, los años 80 y 90, es emotiva y a ratos devastadora. La ironía mayor es que una vez conquistada esa visibilidad social por la que tanto pugnaron los ancianos homosexuales del documental de Lifshitz, el paisaje recobrado cobre tintes de desolación, sufrimiento y muerte. A los viejos estigmas se añaden oprobios nuevos. Los grupos ultraconservadores y las jerarquías eclesiásticas se encargan de culpar a las víctimas del sida por los saldos sociales de la tragedia y por su propia suerte. Los gobiernos se desentienden de los enfermos, y el pánico social y el escarnio mediático prolongan el limbo moral de los infectados.

La cinta de David France relata esos años sombríos, anteriores a las terapias eficaces que marcan hoy una victoria científica sobre la fatalidad. Pero muy lejos de un penoso recuento de agravios e infortunios, el documental registra la forma en que una comunidad gay se organiza para contrarrestar, con su propia lucha, la desidia o ineficacia gubernamentales. Y lo que finalmente se muestra es la conquista de una nueva visibilidad combativa que de modo sorprendente transitará de los hospitales y las morgues a los registros civiles que habrán de reconocer derechos civiles nuevos, como el matrimonio y la adopción, para una comunidad homosexual antes estigmatizada y orillada al silencio.

De todo esto hablan estos dos trabajos sobresalientes que presenta Ambulante 2013, gira de documentales. Horarios y sedes: ambulante.com.mx