Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de febrero de 2013 Num: 935

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Saki, el cuentista
Ricardo Guzmán Wolffer

Kafka en la obra
de Ricardo Piglia

Erick Jafeet

Narradores
desde Argentina

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Ricardo Pligia

Samurái
Leandro Arellano

Las mascadas de San Bartolomé Quialana
Alessandra Galimberti

La banalización, epidemia de la modernidad
Xabier F. Coronado

Spinoza y la araña
Sigismund Krzyzanowski

Cuando…
Mijalis ktasarós

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
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Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
Jorge Moch
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Traspiés televisivos, vergüenza nacional

Cada televidente tiene al
 titiritero que se merece

Ricardo Alemán

Es larga la lista de eventos en la historia reciente de este país donde las televisoras terminan haciendo un papel lastimeramente ridículo. Sea porque tienen luego que tragar palabras cuando sus alecuijes se dedican por consigna a atacar a quien resulte incómodo al régimen con el que invariablemente se relacionan en desaseado maridaje, o porque simplemente la realidad suele reventar con crudeza la burbuja de mentiras –publicidad de productos milagrosos, milagros de la Virgen de Guadalupe, mentiras difundidas como noticias o la barbarie acallada con omisiones cobardes– que diariamente pretende inflar para manipular a la opinión pública. Al margen de la siempre válida discusión sobre la ínfima calidad de programas que producen Televisa y TV Azteca y de las más que probables, deliberadas y perversas razones que la justifiquen, el involucramiento de las televisoras con el poder ha sido históricamente una razón de ridículo, de incomodidad traída a cuento después, una colección de momentos de los que muy pocos en la industria de las telecomunicaciones en México quisiera acordarse.

Allí, para empezar, que la televisión en México lanzara como primer programa en cadena nacional el farragoso discurso triunfalista de un presidentucho atorrante y faccioso como fue Miguel Alemán. Allí los corifeos de el Tigre Azcárraga siempre en la foto con el presidente, siempre declarados soldados del PRI, es decir, militantes de la prepotencia y la corrupción históricas durante casi todo el XX.

Allí Jacobo Zabludovsky cuando hacía gala del oficio de reconocido cortesano del poder presidencial. Allí la servil y lambiscona gazmoñería de Televisa durante el proceso electoral de 1988, cuando censuraba el discurso opositor de Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier, allí su inconmensurable canallada al convertirse en vocera del fraude electoral que impuso a Carlos Salinas aunque el ganador fuera Cárdenas, postulado por el Frente Democrático Nacional.

Allí también, en términos de vocinglera propagandística, el deplorable quehacer de los empleados de Imevisión, reducidos a correveidiles del gobierno que luego los traicionaría con una privatización tramposa, hasta el día de hoy turbia, y allí, precisamente, el origen viciado de TV Azteca, que a partir de entonces y hasta el día de hoy ha seguido los mismos pasos de su supuesta competidora que más bien se antoja institutriz mezquina. Y allí el cobijo a la derecha, el engaño constante al pueblo, el continuo intento de hacer de la gente una masa dúctil, sumisa y dócil en detrimento de cosas tan elementales como la cultura, la libertad o una mínima noción de decencia. Allí el doble discurso de las televisoras que hablan de valores pero no los ejercitan. Allí las televisoras como operadoras mustias de otros fraudes electorales, como enemigas de la democracia.

Allí momentos penosos de seudoperiodistas, de arrastrados lamesuelas, de bobos de corbata o de gente huera, vacía, que sólo es capaz de llenar la pantalla con utilería, silicona, diamantina y, diría la Negra, el brillo procaz de las pendejuelas

De la virulencia de los atildados conductores cuando dicen entrevistar a un líder opositor al gobierno hasta momentos más penosos cuando TV Azteca, en particular una de sus locutoras –pienso en la intratable Lili Téllez– se dedicó a atacar al gobierno del Distrito Federal para que no se hiciera público que el asesinato de otro de sus locutores –pienso desde luego en el inefable Francisco Stanley– estaba ligado al narcotráfico. Allí la misma TV Azteca cuando con gran vocación para hacer leña del árbol mediático contrató a Ricardo Aldape, recién librado de la pena de muerte en Estados Unidos, para convertirlo en pésimo actor de un innecesario y sobrante churro telenovelesco que se llamó Al norte del corazón.

Del montaje absurdo de la captura de la hoy libre secuestradora francesa que llegó a cenar fino a París gracias a la impericia y la corrupción del gobierno anterior, hasta la complicidad criminal con el gobierno actual al violentar la democracia y comprar cínicamente las elecciones –al extremo de haber fabricado en un foro de televisión al candidato impuesto como ganador–pasando además por la ruinosa factura de sus programas, la televisión mexicana más que un medio de comunicación ha hecho de sí misma una penosa fábrica de traspiés y pena ajena.

Pero allí sigue, llenándose las faltriqueras con el dinero de los anunciantes –el gobierno su mejor cliente. Prendida todo el día. Imbatible. Corrupta. Impune. Feliz.