Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de febrero de 2013 Num: 935

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Saki, el cuentista
Ricardo Guzmán Wolffer

Kafka en la obra
de Ricardo Piglia

Erick Jafeet

Narradores
desde Argentina

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Ricardo Pligia

Samurái
Leandro Arellano

Las mascadas de San Bartolomé Quialana
Alessandra Galimberti

La banalización, epidemia de la modernidad
Xabier F. Coronado

Spinoza y la araña
Sigismund Krzyzanowski

Cuando…
Mijalis ktasarós

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Javier Sicilia

Tomás Calvillo, las huellas del cuerpo

A finales del año pasado, Tomás Calvillo nos regaló un nuevo libro de poesía, Tabing dagat (Colegio de San Luis, Universidad Autónoma de San Luis). El título, en tagalo, la lengua de los filipinos, que quiere decir Junto al mar, es una profunda meditación sobre el cuerpo. Si en su anterior libro, escrito también en el archipiélago de las 7 mil 107 islas, Filipinas, textos cercanos (2010), el cuerpo juega un papel importante como receptáculo de una multitud de experiencias, en Tabing dagat, ese cuerpo, que reposa junto al mar de Manila, metáfora del absoluto indecible, se convierte, a lo largo de sus LXXX cantos, en la expresión de las huellas del tiempo y sus intrincados laberintos. 

El poeta medita de cara al mar. Su cuerpo está en silencio, inmóvil, semejante al de alguien que va morir. Junto al mar, a su inmenso silencio, todo –como dice el epígrafe de José Rizal con el que el libro abre– parece respirar y  “dormir en los brazos de la nada”. El poeta, como el personaje de Rizal, María Magdalena, aguarda, en ese silencio, un acontecimiento, una revelación. De hecho, la revelación está dada: es el mar. Pero el cuerpo y sus intrincados laberintos, hechos de ilusión y memoria, no permiten el encuentro total con ella, y al igual que el “Noli me tangere” (“No me toques”), que da título al poema de Rizal, y que alude a la exclamación que Cristo resucitado expresa a María Magdalena que quiere tocarlo, el cuerpo del poeta, que está en el tiempo, no puede tocar el absoluto, disolverse en su amor: junto a él siente la presencia incesante del cuerpo atrapado en el laberinto del tiempo, entre la ilusión y el absoluto. Así escribe Calvillo en su canto LIII: “el divorcio entre el cielo y la tierra/ es la encarnación/ el cuerpo lo sabe/ y busca refugio en sí mismo// acaso no es posible estar en paz/ el cuerpo es un mapa de heridas/ un diagnóstico de percances/ pasados y posibles.” Sucesión de huellas, el cuerpo es el lugar del extravío, es decir, del ego que, encadenado a sus ilusiones, produce toda suerte de horrores:  “icono y demencial ídolo/ […]/ del altar de los deseos/ […]/ se anuncia a sí mismo/ en sus efímeros relatos/ […]/ engañándose/ con sus pretensiones de dominio”;  “responde desde su cúmulo de estímulos/ y habita de crímenes sus días”;  “prefiere el vértigo de los sentidos/ la adicción de apropiarse” a “absorberse de compasión”, a “soltar sin temer” (XXXVII y XXXVIII). Pero también es el lugar donde el absoluto que está junto a él –como el cuerpo resucitado de Cristo está junto al cuerpo temporal de María Magdalena–, habita no sólo como una posibilidad, sino como el único sentido real de la existencia en donde todo concluye: “lejano y cada vez más ajeno/ a los esquemas […]/ guarda para sí el asombro/ de la sal en los labios/ cuando la dulzura es todo/ en los secretos abismos del océano/ […]/ es […] la confirmación de la presencia/ en la soledad más honda”;  “detrás nada queda/ delante está tu muerte/ respírala, respírala, respírala/ […]/ reposa ya/ sin engaño alguno” (XIX y LXXX).

Eso Otro, que está junto y dentro del cuerpo, no es sólo también el yo, es el yo mismo. El horror que le produce al cuerpo y que lo lleva “a buscar refugio en sí mismo”, es al final su verdadera identidad. La experiencia de las huellas del cuerpo y sus múltiples laberintos culmina en la experiencia de la Unidad. Para encontrarla hay que dar un salto al vacío, al mar o, para usar la metáfora católica de Rizal, al amado que ya no está en el tiempo. Abandonarse en lo Otro, dice Calvillo, es un regreso a algo del que nuestras ilusiones nos arrancaron, una reanudación del matrimonio entre el cielo y la tierra. Allí, dice Octavio Paz, “cesa la dualidad, estamos en la otra orilla. Hemos dado el salto mortal. Nos hemos reconciliado con nosotros mismos”.

Tabing dagat es un poema de alta sabiduría. Una sabiduría que sólo se conquista después de haber observado durante muchos años y con profunda humildad ese “mapa de heridas” que es el cuerpo, al lado del mar.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.