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Tejido de historias

Para don Luis González, que el 11 de octubre cumpliría 87 años

N

uestra historia común es una urdimbre. En ella se teje un conjunto de valores y creencias que en el quehacer cotidiano identifica y define nuestros actos. De esa urdimbre trata la Historia general de México ilustrada que deseo compartir con ustedes: vio la luz recientemente gracias a El Colegio de México y la Cámara de Diputados.

A finales de los 1970 leí la entonces novedosa Historia general de México, compilación de ensayos de una decena de los historiadores más prestigiados y propositivos de la pléyade que trabajaba en torno a Daniel Cosío Villegas. Con mirada de joven estudiante que buscaba una aproximación verosímil y actualizada al pasado nacional, descubrí su mayor virtud: la frescura de sus interpretaciones, el fácil acceso al entramado de los descubrimientos historiográficos más especializados que se traducían al lenguaje de la buena divulgación. Esa lectura marcó mi memoria y, sin temor a equivocarme, la de mi generación.

Con el paso de los años pude entender la importancia, inmensa, de aquella edición que no era un libro de texto de corte escolar cargado de fechas y nombres, ni una obra de apologías escritas en el obligatorio blanco y negro de los sucesos políticos nacionales, con héroes y villanos que concentraban en la política la fuerza de la historia; apologías que por aquel entonces abundaban, cargadas de tintes oficialistas y en las que el propósito no declarado era mostrar que la historia era la hazaña de unos pocos.

Lo que sí, la Historia general de México fue un exitoso proyecto intelectual. Acercó al lector común a las aportaciones de los estudiosos con metodologías propias y hacía divertido viajar desde los remotos olmecas hasta el movimiento del 68.

Muchos años han pasado ya desde aquella primigenia lectura. Aun cuando sus textos se sostienen y hemos de mantener el respeto por esa historia que permitió que dibujáramos nuestra idea del universo mexicano en el último tramo del siglo XX, hoy es necesario el reajuste.

Con el mismo principio intelectual, la nueva Historia general de México obliga a replantear el horizonte de nuestro pasado: se trata de volver a acceder, con lenguaje sencillo, a una hechura de la historia en perpetuo alumbramiento –como diría Fernand Braudel–, que mira al pasado desde otras perspectivas.

Muchas continuidades demuestran que esta nueva historia general es heredera de aquella primordial. Su estirpe académica muestra ser un mismo linaje que piensa en la historia como un continuo interminable que busca explicar hasta el día de ayer, hereda el apego a metodologías que, sin ser explícitas, sí señalan los comunes procedimientos y artificios de los 24 autores para seleccionar lo que consideran hechos históricos, esos acontecimientos elegidos como dignos de ser recordados e inscritos en la cadena narrativa que teje nuestra historia nacional.

Pero son notorias muchas nuevas aportaciones. Dos de ellas, enormes. La primera es el peso que se da a la historia del mundo prehispánico, al aporte de la arqueología para entender a los pobladores milenarios que construyeron civilizaciones que, algunas, nacieron, deslumbraron y murieron mucho antes de la llegada de los españoles y, otras, occidentalizadas, forman parte de la multiculturalidad mexicana de hoy.

La otra aportación es tal vez más profunda y significativa. Se trata de la recuperación de las imágenes como portadoras de signos: se trata de una lectura hipertextual, cuidadosamente preparada para esta edición de la Historia general de México. De la mano de las imágenes, se recobra la proporción humana de todos los tiempos mexicanos. Y este no es un logro menor. Se trata de una recuperación cultural, si se me permite la audacia, de una suerte de arqueología de la imagen que invita a leer nuestra vida en común a través de los sentidos.

Acompañando cada ensayo, el ejercicio de iconografía remite al uso de los referentes de la memoria como vehículos de discursos, como depositarios de fábulas. Además, las imágenes orientan hacia las colecciones de museos públicos y privados, a zonas arqueológicas y centros históricos, lo que despierta la curiosidad, crea una relación entre el lector y sus entornos culturales actuales y los mecanismos de acercamiento con el pasado colectivo.

Jorge Luis Borges ensayó la definición de un clásico: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado… profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.

Esta condición se aplica con exactitud a la historiografía y, sin duda, a esta Historia general de México ilustrada. Aquella máxima de que cada generación escribe y rescribe la historia posiblemente sea más, mucho más que un destino. No puede ser de otro modo. La escritura de la historia se adapta a las necesidades de explicación verosímil, mucho más que al atractivo de la simple novedad. Por fortuna, el proyecto intelectual que conjuga esta historia general queda como un clásico en eterno movimiento, como tratado que seguramente dibujará el horizonte del pasado para las generaciones que florecerán dentro de una o dos décadas.

Esta obra, abierta, nos recuerda a cada página que nuestra historia es el espejo de la vida de México, es el lugar donde el sueño mexicano encuentra su refugio, su hogar.

Twitter: @cesar_moheno