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Nosotros ya no somos los mismos

Las injusticias de la justicia estadunidense

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Ethel y Julius Rosenberg, matriomonio judío sentenciado en Estados Unidos a morir en la silla eléctricaFoto Imagen tomada de Wikipedia
E

llos ni siquiera se conocieron (pese a pertenecer a familias proletarias de origen judío, vivir en el mismo barrio y estudiar en la misma escuela), sino hasta que los unieron sus ideas libertarias y su activismo político. Como suele suceder, ella renunció a sus aspiraciones de estudio y superación personal, y dedicó todo su esfuerzo a lograr que fuera él quien se graduara de ingeniero.

La pareja se matrimonia y ella regresa a militar en el sindicato al que su esposo está adscrito. Allí se dedicó no sólo al trabajo a nivel de barrio, sino también a tareas de auxilio a los niños españoles huérfanos, víctimas del francofascismo. Su labor es tan destacada que Eleanor Roosvelt, esposa del presidente estadunidense, le hace llegar una carta de reconocimiento por los servicios prestados voluntariamente y sin remuneración.

Luego, como buena madre judía, se consagra a la maternidad: el 10 de marzo de 1943 nace Michael, su primer hijo. Él continúa empeñado en la defensa de los trabajadores que son expulsados de sus empleos en razón de su afiliación sindical o por atreverse a expresar ideas de igualdad y justicia, es decir, esparcir veneno comunista. Obviamente él mismo es acusado y corrido. Ante la emergencia se decide a abrir una pequeña empresa ligada con su profesión, en la que se incorpora su cuñado David, que recién terminada la guerra quedaba desempleado. Éste fue el principio del fin. En obvio de tiempo me tragaré comentarios y me concretaré a datos duros y ciertos, para contar lo sucedido a este, hasta ese momento, feliz matrimonio (entiendo que se oiga raro, pero parece que así era). Lo primero es recordar el clima de histeria, irritación y pánico prevalecientes en EU al inicio de los cincuentas. El racismo, la intolerancia, la homofobia auspiciados por el senador McCarthy, organizador de la comisión de actividades antiamericanas y por Edgar Hoover, primer director de la FBI, habían convertido al país en un infierno, sobre todo, como siempre sucede, en los mundos de la intelectualidad, el arte, la ciencia, la prensa independiente. Hay que anotar también el endurecimiento de la Guerra fría y el avance continuo del comunismo en Europa. Estos dos factores explican la brutal cacería de brujas que ensombreció la década de los cincuentas. La FBI había establecido una premisa: todo mundo es culpable hasta que no demuestre, hasta la saciedad, ser inocente. Fue así como detuvo a Harry Gold, un químico que a las primeras confesó dos cosas: una, ser contacto del científico inglés Klaus Fuch, a quien se acusaba de haber proporcionado al KGB datos sobre el Proyecto Manhattan, que reunía toda la información sobre el perfeccionamiento de la bomba atómica y, la otra, haber recibido de manos de David Greenglass, un simple mecánico que trabajaba en Los Álamos, datos muy importantes del plano de una lente implosiva y de otras piezas fundamentales para el ensamble de la bomba.

Greenglass, por su parte, recurrió al eficaz expediente de rebotar las acusaciones e inculpar a su hermana y a su cuñado, a quienes denunció como miembros de una organización soviética de espionaje. Estos fueron apresados el 17 de julio de 1950, igual que su amigo Morton Sobell, quien habiendo huido a México fue recapturado por la FBI y regresado a EU. Entiendo que acción tan absolutamente imposible en nuestros tiempos provoque dudas razonables, pues lo acontecido al general Noriega en Panamá, o al doctor Álvarez Machain en México, son ligeros excesos que no vale la pena contabilizar.

El Gran Jurado federal se instaló el 6 de marzo de 1951, y el 15 de abril del mismo año dictó sentencias: Klaus Fuch, condenado a 14 años, fue liberado a los cinco. Harry Gold, sentenciado a 30, cumplió sólo 15, y Morton Sobel fue liberado a la mitad de su sentencia. Greenglass, gracias a la inculpación que hizo de su hermana y cuñado, apenas pagó cinco años de cárcel, de los 15 a los que había sido condenado. Al matrimonio se le aplicó lo establecido en el Acta de espionaje de 1917, que condenaba con la pena de muerte a quien, en tiempos de guerra, se encontrara culpable de este tipo de delitos. Con las prisas y el enojo, el tribunal olvidó corroborar que en ese momento EU estuviera en guerra con algún país terrícola o con algún ejército de alienígenas de otro planeta. Con gran sorpresa habría descubierto que en ese preciso momento su país no estaba invadiendo a nadie y que, por lo mismo, la premisa fundamental de la norma en la que sustentaba su radical sentencia era inaplicable. Dato de precisión: la guerra contra Corea del Norte no era la de EU, sino la del ejército multinacional de la ONU (y es obvio que si hubieran sido los tiempos de Felipe de Jesús, allí habríamos estado cantando “que retiemble en sus centros la tierra…”). Además, los tratados de paz estaban tan avanzados, que la contienda terminó al mes siguiente de la electrocución de los condenados.

Las pruebas aportadas contra esta pareja eran tan inconsistentes, tan carentes de factibilidad, y las condenas dictadas a los demás implicados tan desproporcionadas, que la corte de distrito aceptó la apelación de la sentencia en 16 ocasiones. Otras informaciones señalan que fueron 23, en los dos años que pasaron entre la condena y la ejecución.

Alguno datos que no quiero dejar de mencionar son los siguientes: a) además de la denuncia del hermano/cuñado, jamás se presentó ninguna evidencia suficientemente contundendente que sustentara la condena a la pena capital. b) La calidad de la información que presuntamente habían proporcionado a los soviéticos era de tan pobre nivel (ahora en la Internet se consiguen datos más ultrasecretos y peligrosos) que, aunque la acusación hubiera sido cierta, carecía de la menor utilidad. La propia revista Time publicó que el físico Kurtchakov conocía las cuestiones básicas para la producción de la bomba aun antes que los estadunidenses. c) El matrimonio se negó a aceptar su culpabilidad, con lo que hubieran logrado, como los demás, la conmutación de la pena capital. Jamás negaron su militancia y pagaron con sus vidas el derecho a proclamar sus ideas y a militar de acuerdo con sus convicciones, sobre todo en el país de la libertad y la democracia. d) Como infortunadamente suele suceder, las repercusiones de la infamia contra este matrimonio judío alcanzó a otros inocentes, los hijos: Michael, de nueve años, y Robert, de seis. Expulsados de su escuela, por el delito de ser hijos de comunistas, tuvieron que cambiar de apellido para sobrevivir en su propia patria. e) Edgard Hoover, director de la FBI, consideró este juicio como uno de los grandes triunfos de su oficina. f) A finales de los setentas, la propia FBI desclasificó documentos que exhibieron la gran infamia de este juicio y corroboraron la inocencia del matrimonio electrocutado. En igual sentido se pronunció la Sociedad Americana de Abogados. g) Trece años después de la ejecución, David Greenglass, cuyo testimonio fue el único elemento incriminador esgrimido por los fiscales, confesó que en junio de 1950 había sido obligado por la FBI a aceptar su participación en la conjura contra EU, aliado a Harry Gold, y la acusación, sin causa ni prueba alguna, en contra de su hermana y su cuñado, fue porque las autoridades judiciales y la FBI le ofrecieron a cambio la disminución de su condena. Y le cumplieron: de 15 años sólo pago una tercera parte. De la conciencia, ni con la tardía confesión de su culpa logró librarse jamás. h) Este infamante proceso también fue condenado por numerosos defensores de los derechos humanos alrededor del mundo, el papa Pío XII, e infinidad de intelectuales, artistas y hombres de ciencia. El día de la electrocución, más de 10 mil personas se reunieron en Union Square para protestar y pedir clemencia.

Esta demencial condena también provocó la intervención de otro premio, de semejante valía (sólo el premio, por supuesto) al mencionado el pasado lunes, pero de muy diferente signo moral: Jean Paul Sartre agradeció, pero rechazó el premio Nobel en 1964. Cuando el crimen de Estado al que nos hemos referido fue inevitable, denunció, esta ejecución es un linchamiento legal que mancha de sangre a todo un país.

Con razón la libertad, hecha estatua, prefirió no entrar y quedarse afuerita de Manhattan.

p.d. ¿En verdad necesito aclarar que la pareja protagonista de esta historia fueron Ethel y Julius Rosenberg, matrimonio judío electrocutado por el ejemplar sistema de JUSTICIA de Estados Unidos?