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Arqueólogos encontraron los restos de miles de animales en las 34 ofrendas recuperadas

Hallazgo al pie de Tlaltecuhtli da luz sobre la cosmogonía fáunica

Por su colocación ritual se deduce que no eran utilizados como alimento; eran especies endémicas, importadas por su valor religioso, dice Leonardo López Luján

Tal vez eran del zoológico de Moctezuma, descrito en las crónicas del siglo XVI, según la bioarqueóloga Ximena Chávez

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Los esqueletos de dos águilas reales descubiertas en la Ofrenda 125 ofrecen evidencias acerca de la captura de animales en regiones remotas. Lo anterior podría ser prueba de que algunos animales enterrados en el Templo Mayor provenían del llamado zoológico de Moctezuma, descrito en las crónicas del siglo XVI, entre ellas las redactadas por Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y fray Bernardino de Sahagún. En la imagen, ilustración del Águila Real del Códice FlorentinoFoto cortesía Proyecto Templo Mayor
 
Periódico La Jornada
Domingo 30 de septiembre de 2012, p. 2

A casi seis años del hallazgo del gran monolito de la diosa Tlaltecuhtli, al pie del Templo Mayor de Tenochtitlán, el equipo interdisciplinario que trabaja en terrenos del antiguo Mayorazgo de Nava Chávez ha recuperado 34 ofrendas de excepcional riqueza, la mayoría de las cuales se remonta a tiempos del tlatoani Ahuítzotl (1486-1502 dC).

De dichas ofrendas, casi todas contenidas en cajas de piedra, se han recuperado los restos de miles de animales, pertenecientes a más de 200 especies diferentes.

Estos sorprendentes descubrimientos, realizados en el contexto de la séptima temporada de campo del Proyecto Templo Mayor, dan nuevas luces sobre la relación hombre-fauna en el México antiguo y sobre los ecosistemas a los que tenía acceso la Triple Alianza poco antes de la llegada de los españoles, explica Leonardo López Luján, director del proyecto y líder del grupo de especialistas dedicado al análisis de los materiales sepultados abajo y alrededor de la Tlaltecuhtli.

Al respecto, indica, “desde 2007 se han documentado sólidas evidencias arqueológicas relativas a la captura o colecta de animales en regiones remotas, su transporte –algunos vivos y otros muertos– hasta la ciudad de Tenochtitlán, su cautiverio o almacenamiento en espera de las ceremonias que se realizarían en el recinto sagrado y, finalmente, su sacrificio o enterramiento ritual”.

Entre los hallazgos más significativos desde el punto de vista científico, revela López Luján, se encuentra “la Ofrenda 125, la cual contenía un total de 3 mil 899 artefactos y ecodatos en su interior”.

Prosigue: Al excavar un túnel al oeste del monolito detectamos una estructura arquitectónica construida con 16 bloques cuadrangulares de andesita. Estos bloques, de casi 500 kilogramos cada uno, fueron superpuestos para formar un marco cuadrangular en forma de pirámide escalonada e invertida, cuya silueta nos recuerda las fauces, también escalonadas, de la Tlaltecuhtli femenina y reptiliana, ser mítico que en la iconografía aparece engullendo cadáveres humanos en el centro del universo.

Por tal motivo, subraya el especialista, y por estar ubicada sobre el eje central primigenio este-oeste del Templo Mayor, esta peculiar estructura pétrea pudiera simbolizar una suerte de ónfalos que servía de portal hacia el inframundo.

Al profundizar en el interior de la estructura escalonada, los arqueólogos se toparon con una serie de lajas que sellaban una caja de basalto relativamente pequeña, pero que encerraba plantas, animales y objetos nunca antes vistos.

Según recuerda la arqueóloga Alejandra Aguirre, integrante del equipo, muy pronto nos dimos cuenta de que los sacerdotes mexicas depositaron tres capas de dones en el interior de esta caja.

La más profunda y, por ello la primera en ser colocada, estaba compuesta por la osamenta de un lobo alhajado con orejeras de turquesa, un collar de piedra verde, un cinturón de caracoles marinos y, en las patas, dos ajorcas de cascabeles oro.

Alrededor de este animal se encontró un grupo de cuchillos sacrificiales de pedernal, todos vestidos con trajes pertenecientes a divinidades nocturnas o guerreros muertos en batalla, recuerda.

Según la arqueóloga, este lobo y los cuchillos fueron cubiertos por una espesa capa intermedia de animales marinos y, a continuación, se depositó la capa más superficial, integrada por más cuchillos sacrificiales ataviados, los cadáveres de dos águilas reales y un artefacto elaborado con pelo de mono araña. La ceremonia concluyó con la colocación de copal en el borde de la caja y de las lajas que sellaron este depósito ritual en forma definitiva.

Una vez extraídos de las profundidades, los esqueletos de águila fueron sometidos a un estudio combinado de rayos X digitales y escáner CT por el doctor José Luis Criales.

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De las 34 ofrendas halladas al pie del Templo Mayor se han recuperado los restos de miles de animales. Entre ellas figura la Ofrenda 125 (imágenes superior e inferior, de Keneneth Garret y Leonardo López, respectivamente), la cual ofrece innumerables evidencias sobre el contexto ritual en la época del tlatoani Ahuítzotl. La fotografía central, tomada por Jorge Vértiz, corresponde a la Ofrenda 120Foto cortesía Proyecto Templo Mayor

Entre otras cosas, se reveló así que una de las aves tenía una aparatosa fractura en un ala que, si bien había sanado, dejó al ave incapacitada para volar, situación que le impedía cazar y alimentarse por sí misma. Sus huesos, sin embargo, eran robustos, de buen tamaño y no presentaban problemas metabólicos.

Esto hace suponer a la bioarqueóloga Ximena Chávez Balderas que el águila estuvo en cautiverio durante un largo periodo antes de morir y que su ala había sido rota por los mismos captores o por las personas que luego se encargaron de su manutención.

Lo anterior pudiera ser prueba de que algunos animales enterrados en el Templo Mayor provenían del llamado zoológico de Moctezuma, descrito en las crónicas del siglo XVI, entre ellas las redactadas por Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y fray Bernardino de Sahagún.

En estos documentos históricos se habla de la existencia de estanques y jaulas para aves y fieras que eran traídos de todos los confines del imperio.

Estos animales, señala Chávez Balderas, no sólo servían para el deleite del soberano y de su corte, sino también para la elaboración de bienes suntuarios como penachos e insignias, y quizás también como ofrendas en el recinto sagrado.

Otro indicio sugerente, comenta la bioarqueóloga, es el hallazgo dentro de la quilla de la otra águila de huesos de codorniz muy incompletos, con patrones de fractura en fresco y una coloración homogénea en los bordes.

A reserva de nuevos estudios, continúa, “esto pudiera significar que el águila, antes de ser enterrada, estaba en cautiverio y que le daban de comer codornices, alimento que Cortés describe como ‘gallinas’”.

En forma paralela, las arqueozoólogas Belem Zúñiga-Arellano, Norma Valentín y Ana Fabiola Guzmán del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) analizaron los mil 945 elementos faunísticos de esta misma ofrenda, logrando identificarlos como pertenecientes a cinco phyla, diez clases, 46 familias, 58 géneros y 56 especies biológicas.

De acuerdo con Zúñiga-Arellano, se trata en su gran mayoría de moluscos, principalmente caracoles, conchas y quitones marinos. Sin embargo, también están representados los corales, los erizos de mar, los cangrejos y los langostinos, estos últimos de agua dulce.

Prosigue: También encontramos peces como el botete, el pajarito y el huachinango; reptiles como la víbora de cascabel; aves como la codorniz y el águila real, y mamíferos como el mono araña y el lobo.

La identificación taxonómica de las arqueozoólogas del INAH deja en claro que los mexicas importaban fauna de muy diversos ambientes, entre ellos los mares costeros, los arrecifes, los esteros, los cuerpos de agua dulce, los bosques de pino-encino/zacatonales, las montañas/laderas/praderas, los bosques de climas templados y tropicales, las zonas templadas/montañas áridas y los desiertos.

De la fauna hallada recientemente, López Luján concluye: Gracias al trabajo en equipo, hemos podido concluir que los animales enterrados hace 500 años al pie del Templo Mayor no eran aquellos de origen local y normalmente utilizados por los habitantes de Tenochtitlán como fuente de alimentación o de materias primas para la manufactura de instrumentos de trabajo. Se trata, por el contrario, de especies endémicas de regiones muy distantes a la Cuenca de México, las cuales eran importadas por los profundos valores religiosos o cosmológicos que los mexicas les atribuían. Su presencia nos habla, además, del enorme poderío de este imperio.