Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de agosto de 2012 Num: 910

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poetas

En recuerdo de
Severino Salazar

José María Espinasa

Hardy, el burlón
Ricardo Guzmán Wolffer

La realidad y la momificación de la poesía
Fabrizio Andreella

Lectura vs televisión
Ricardo Venegas entrevista con Rius

1907: la primera
primavera mexicana

Marcos Daniel Aguilar

El cielo de Paul Bowles
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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El cielo de Paul Bowles

Raúl Olvera Mijares

Contemplada a la distancia del tiempo, la obra de Paul Bowles (1910-1999) ha asumido la dimensión de un clásico del siglo XX. Para muchos lectores llegar a él a través del cine no resulta el camino más inusitado. El trabajo fílmico sobre su primera novela, efectuado por Bernardo Bertolucci, vino a inmortalizar la vida de un hombre que ya era una leyenda. Desde los años treinta, Bowles comenzó a hacer incursiones en el mundo musulmán y, casi desde entonces, se erigió como la avanzada intelectual estadunidense en el norte de África. Cuantos compatriotas notables pasaron por Tánger fueron, de una u otra forma, a parar en su casa. Visto como mentor de la generación beat, Bowles recibió en su casa a William Seward Burroughs y Allen Ginsberg. La carrera de Paul Bowles en las artes se iniciaría de manera temprana en la música siendo alumno de composición de Aaron Copland. En 1938 contrae nupcias con Jane Auer (1917-1973). Viaja por Europa y México.

Comisionado por Doubleday, Paul Bowles iniciaría en 1947, estando en Fez, la composición de su primera novela que más tarde, en 1949, vería la luz con el sugerente título The Sheltering Sky. No sin dificultades, Paul Bowles consiguió, tras varias tentativa fallidas, que el manuscrito llegase a las manos de James Laughlin, al frente por entonces de New Directions. El editor que había comisionado el libro originalmente lo rechazó argumentando que bajo ninguna perspectiva podía considerarse una novela. El recelo y la suspicacia de los editores pueden entenderse a la perfección si se considera la naturaleza, el tema, el tratamiento y, sobre todo, los modelos de pensamiento y expresión más afines al estilo reflexivo y radical de Albert Camus, eso que ha venido a llamarse existencialismo en literatura. Los personajes principales constituían todo un reto, pues cuestionaban el confort, las ideas preconcebidas y la visión pretendidamente superior de la buena sociedad neoyorquina. Port y Kit son un matrimonio que, en compañía de su amigo George Turner, rico heredero, despreocupado y frívolo, emprenden un viaje por Marruecos. Port y Kit son una pareja que lleva diez años junta y han comenzado a adjudicarse una serie de libertades. La primera noche en el extranjero, Port decide hacer una incursión nocturna en que conoce a Marhnia, una mujer bereber que a cambio de dinero concede sus favores. Kit, a su vez, tras una noche de copas a bordo de un tren, amanece en un hotel en la cama con Turner.

Después de la versión cinematográfica de la novela, donde actúan John Malkovich (Port), Debra Winger (Kit), Campbell Scott (Turner), Jill Bennett y Timothy Spall (los Lyle, madre e hijo, supuestamente) e incluso el propio Paul Bowles, quien funge como narrador, en un ulterior prefacio, el autor aclaró que, a pesar de las declaraciones de Bernardo Bertolucci, él y su esposa Jane no son sin más Port y Kit, quienes están lejos de ser la pareja ideal, quizá porque tal cosa es un concepto, una pura idea. La soledad de raíz que ambos personajes deben afrontar no puede hallar mejor metáfora que el Sahara y el cielo que se cierne sobre el inmenso desierto, un cielo que parece resguardar a los mortales del carácter insondable y oscuro del infinito.

Han salido a pasear por el campo en bicicleta; es uno de esos contados momentos donde están solos, pues han logrado desembarazarse del obstáculo de Turner. Detenidos en la cima de una montaña, Port quiere mostrarle a Kit los paisajes que le son entrañables, pues se le asemejan y le dice que el cielo ahí es muy raro. Con frecuencia ha sentido al mirarlo que se trata de algo sólido allá arriba, algo que los protege de lo que hay más allá. Kit pregunta qué es lo que hay más allá. Port responde que le parece que es la nada, únicamente oscuridad. Eterna noche. La declaración de nihilismo no podía ser más explícita. Port, en particular, no parece necesitar de nada ni de nadie. Ha aprendido a ser feliz sin necesidad de depender más que de sí mismo. Ya muy grave, casi en el delirio, Porter le revelará a Kit su gran amor por ella y su temor de que lo abandone. Interesante concepción la de ambos que, a pesar de no guardarse estricta fidelidad, se siguen reconociendo como únicos y exclusivos amantes en esa relación tan peculiar que es la suya. Kit explorará más adelante, de una manera más bien brutal, sus posibilidades en el erotismo, irremediablemente ligado con los hombres de raza negra. Port muere víctima del tifo en medio de una intensa agonía; Kit es secuestrada por un sudanés que la vuelve su objeto sexual, esclava y luego, ante las usanzas de su gente, cuando se descubre que la introdujo en su casa en forma clandestina, debe hacerla su legítima esposa. Kit, profundamente perturbada y confundida tras la muerte de Port, lo único que pretendía era viajar en una caravana de camellos hacia cualquier lugar y lo que consigue es acabar siendo forzada por un negro.

En la película, que termina donde comienza, justo en la misma ciudad de Marruecos, llega a recogerla en un auto del consulado estadunidense una tipa presuntuosa, puritana y prepotente, Miss Ferry, en la que ya es posible barruntar la tónica habitual con que los estadunidenses abordan el Medio Oriente, como una suerte de traspatio del mundo, una tierra de nadie, donde resulta francamente incomprensible que un hombre civilizado y blanco pretenda vivir. Se encuentra –en la recreación de Bertolucci– con una Debra Winger de piel tostada por el sol, de mirada furtiva, claramente afectada en sus facultades mentales, quien incluso exhibe esos tatuajes emblemáticos en las manos de las mujeres musulmanas que forman caprichosas grecas, un signo externo que las marca como una suerte de posesión a los ojos de los occidentales, en verdad humillante. Ese solo rasgo sirve para expresar la ordalía que debió sufrir la mujer. Turner la está esperando en el hotel; pero Kit, al enterarse, se escabulle, y nunca logra encontrarla.