Opinión
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¿La Fiesta en Paz?

Isidrada amexicada

Presentaciones y homenaje en Madrid

L

lámasele isidrada a la feria taurina en la Plaza de Las Ventas con motivo de las fiestas a San Isidro, patrono de los campesinos y de la ciudad de Madrid, que anualmente se celebra en la capital española durante todo el mes de mayo y ahora parte de junio. Por años conservó el título del serial taurino más importante del mundo, pues allí competían las principales figuras españolas frente a las ganaderías más prestigiadas, así como algún diestro latinoamericano que lograba colarse. El último grande fue el colombiano César Rincón.

Pero como también España ha perdido rumbo, en los toros y en lo demás, de un tiempo para acá la isidrada cayó en un bache exhibicionista en lo que a ganado se refiere, y en un puritanismo snob en lo que toca a premiaciones, hasta confundir trapío con tonelaje excesivo y encornaduras aparatosas pero escasas de bravura, y un afán seudoexigente de la autoridad a la hora de premiar la labor de los toreros.

Cuando se vino abajo por su propia falacia el cuentazo chino de que la fiesta de toros era universal y de que todos los países taurinos se querían mucho e intercambiaban exponentes con regularidad, los empresarios españoles decidieron volver los ojos hacia algunos toreros nuestros, sobre todo a aquellos que como novilleros habían demostrado cualidades en cosos peninsulares. La creciente crisis económica de España obliga ahora a su empresariado taurino a flexibilizar criterios y a olvidarse de su tradicional proteccionismo, no por una convencida apertura sino para compensar en la dependiente Latinoamérica taurina un futuro económico por demás incierto.

¿Por qué amexicada? Porque si en la Plaza México se lidian novillones cornicortos en temporada grande y en Las Ventas salen catedrales con cuernos, pero en ambos cosos prevalece la mansedumbre y la falta de transmisión, es decir, lo que debe sostener la emoción tauromáquica, entonces la falta de brújula taurina es pareja. Ni la prohibición en Cataluña ni los amagos de asambleístas animaleros en el Distrito Federal han bastado para que los alegres taurinos se pongan las pilas, sino que satisfechos con sus mediocres resultados nomás no entienden que sin bravura no hay tauromaquia.

Mientras a Latinoamérica las figuras importadas vienen anualmente a hacer campañas caracterizadas por el ventajismo y la comodidad, a Madrid nuestros toreros que medio figuran van por una sola comparecencia. Así, cero y van seis los matadores mexicanos que se presentan en la isidrada, pero como no se trata del toro anovillado de entra y sal sino de mastodontes escasos de fuerza y de toreabilidad, salvo la actitud y aptitud de Arturo Saldívar, y la cabeza y hondura toreras del novillero Sergio Flores, el resto han pasado sin pena ni gloria. Sólo faltan Fermín Spínola, que torea hoy, e Ignacio Garibay, que lo hace el miércoles.

Fue un picador, el potosino Ignacio Meléndez, de la cuadrilla de Zotoluco, quien el lunes 21 arrancó la ovación más emocionada del público venteño al alzar la vara en el cite y templar sendos puyazos en todo lo alto a un toro de Antonio Bañuelos, no obstante el aparatoso tumbo sufrido en el segundo encuentro, y sin incurrir en el ensañamiento de los malos varilargueros cuando han sido derribados. Pero de orejas, nada, y de salidas en hombros, menos, pues ya nadie está dispuesto a enloquecer en la cara del toro.

Quizá por ello el pasado viernes el matador en retiro Eloy Cavazos fue homenajeado en la Sala Antonio Bienvenida, del coso de Las Ventas, con motivo del 40 aniversario de su última Puerta Grande en la feria de San Isidro, el 27 de mayo de 1972. El nuevo embajador de México, representantes de ganaderos y matadores, algunos coletas, varios taurinos, comunicadores y hasta enemigos ahora reconciliados se dieron cita en torno al menudo diestro neoleonés quien, a pesar de su increíble trayectoria y de tanta disciplina autoimpuesta, durante varios años fue reacio a alternar con la torería joven de su país y a favorecer un retrasado relevo generacional, rodeándose en cambio de un reducido equipo de alternantes cómodos a los que invariablemente superaba. Si en cuatro décadas no ha habido otros toreros mexicanos de Puerta Grande en Madrid, ello se debe, en buena medida, a la falta de reciprocidad interna y de coordinación eficaz entre matadores y empresas en nuestro país.