Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de mayo de 2012 Num: 898

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Huir del futuro
Vilma Fuentes

Palabras para recordar a Guillermo Fernández
Marco Antonio Campos

Nostalgia por el entusiasmo
José María Espinasa

Cali, la salsa y
otros placeres

Fabrizio Lorusso

John Cheever: un neoyorquino de todas partes
Leandro Arellano

Reunión
John Cheever

Carlos Fuentes en la
última batalla

Antonio Valle

Carlos Fuentes,
los libros y la fortuna

Luis Tovar

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Egeo de Atenas consultando al oráculo de Delfos

Huir del futuro

Vilma Fuentes

La desgracia caiga sobre aquél, o aquélla, por quien el escándalo llega. Aforismo que, de haberlo conocido, habría evitado a una respetable agente de policía ser sorprendida en flagrante delito de robo, arrestada por sus colegas y consecuentes cárcel, juicio y condena. La madura dama aprovechaba sus guardias en la comisaría para escamotear las tarjetas bancarias de los individuos detenidos, quienes deben vaciar sus bolsillos antes de pasar a una célula. Copiados los números de la tarjeta, escogía, gracias a su maestría informática, entre girarse a su cuenta algunos euros o pagar a través de internet el servicio requerido. Las cantidades sustraídas eran pequeñas, pero su número abundante: la representante de las fuerzas del orden era bastante gastadora. Es aquí donde la aventura se vuelve extravagante: la matrona era víctima de una verdadera adicción. ¿De la heroína, el alcohol, el juego? No. Gastaba sus robos en videntes. La señora deseaba conocer su porvenir. Pero la consulta del futuro, sea con gitanas, adivinas, lectoras de naipes, de líneas de la mano, sea a través de internet, pues la técnica moderna se ha apoderado de este fructífero mercado, es onerosa. En apariencia, a pesar del pago, ninguna vidente predijo a su clienta la prisión. Quizás la crepuscular agente no quería sino escuchar la verdad –o al menos la verdad de sus deseos. Cierto, de haberse presentado en uniforme, podría comprenderse que las videntes, si hubieran visto un asomo de su futuro, contrariamente a la incapacidad que las obliga a inventar sus predicciones, habrían dudado en predecirle el destino que la esperaba. Así, al no escuchar el anhelado cumplimiento de sus esperanzas, la agente siguió robando.

La historia de esta persona, víctima de su adicción, parece singular; puede acaso hacer reír pero, ¿quién no ha deseado, alguna vez, levantar los velos que le ocultan su futuro, como si éste ya estuviese escrito? Acaso es imposible escapar a esta extravagante curiosidad que supone un destino inexorable. Los más racionales creen poder prever el porvenir mediante combinaciones, cálculos y otros sistemas matemáticos que, como la teoría de las probabilidades de Blaise Pascal, tratan de encontrar y descifrar las variables aleatorias del azar. Pero no dejan, en un descuido fortuito, rara ocasión, de echar, aunque con ironía, un vistazo a las breves líneas impresas en un diario sobre la suerte que le deparan los astros.

Desde el principio de los tiempos los hombres han escudriñado el cielo, las entrañas de animales, y a veces de sus semejantes, el mar, las llamas, sus sueños, en busca de las señales de una revelación que les permita adivinar el futuro. Revelación de una fatalidad que, si bien desean conocer, es muchas veces para poder escapar de ella. Se convencen, así, que en esas mismas señales pueden encontrar los subterfugios para vencer la fatalidad. Pero si en la epopeya homérica las querellas entre los dioses permiten a los hombres desafiar su destino, en la tragedia griega esos mismos subterfugios para escapar de él no llevan sino a tomar los inexorables caminos para cumplirlo. Arquetipo de la sumisión al hado es la tragedia de Edipo: tan vano fue que sus padres lo abandonasen para evitarle el parricidio y el incesto, como sus maldiciones a Tiresias cuando el adivino le revela su pasado oculto, su presente engañoso y un futuro que, ciego, verá llegar.

Paradoja inquietante esta creencia y búsqueda del destino para huir de él. Desafío irracional que pretende adivinar el futuro. Sagrados o diabólicos, según las épocas, los adivinos poseen un poder que, en ocasiones, les cuesta la vida. Se ambiciona conocer el porvenir sin querer saberlo. Pitonisas y otras sibilas se consultan en los oráculos. Se temen las palabras de los arúspices. Se descubren señales que deja una ola en la arena. El baile de las llamas profetiza. Los números, multiplicados al infinito, son también presagios de los lugares movedizos del mañana: la obsesión por la numerología cabalística obsesionó hasta su desaparición a Sade. Durante su exilio, Victor Hugo, entregado al espiritismo, oía a los muertos expresarse en alejandrinos semejantes a los suyos. Se hurga en los enigmáticos sueños que todos abordamos al adormecernos. Nadie se les escapa. Y en ellos encuentra sus más vastas fuentes de adivinación la tradición popular. Se anuncia la muerte en una boda, la caída de un diente o del cabello. El nacimiento en un entierro.

Si para Gérard de Nerval le rêve est une seconde vie, los sueños para Freud son materia de interpretación, la parte visible del iceberg del inconsciente. Tentado siempre por la inconcebible eternidad, Borges describe un durmiente que sueña adivinar la presencia de una garra que lo acecha tras una cortina y que verá aparecer instantes después: en realidad, en el sueño conviven al mismo tiempo todos los tiempos, pero el soñador, al despertar, sólo puede rememorar su pesadilla dándole una cronología tan lineal como arbitraria.

Acaso a semejanza del soñador de Borges, cada quien conoce su futuro pero, como a su pasado, prefiere velarlo. Quizás por eso es extraño que una persona solicite el presagio de su muerte. Tal vez sepamos incluso la hora, el minuto, el segundo preciso de esa cita.

Pasé muchas noches en vela, durante los años de su estancia en París, con Elena Garro y Helena Paz, las legendarias Elenas. Se les iban las horas tratando de adivinar el porvenir: igual el de un cheque esperado, la salud de un gato o la inmortalidad. Se perdían en la lectura del tarot, arrojando las monedas del I Ching, escuchando estrafalarias lectoras de arena, obsesionadas con la adivinación de su futuro, ellas, que inventaban a menudo su pasado, alejadas de su presente, creándose un porvenir distinto a cada instante, para negarlo de inmediato con otro espejismo y otro y otro, en cuya ilusión habían terminado por vivir. Ese lugar sin lugar donde, acaso, cada quien vive.