Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Huir del futuro
Vilma Fuentes
Palabras para recordar a Guillermo Fernández
Marco Antonio Campos
Nostalgia por el entusiasmo
José María Espinasa
Cali, la salsa y
otros placeres
Fabrizio Lorusso
John Cheever: un neoyorquino de todas partes
Leandro Arellano
Reunión
John Cheever
Carlos Fuentes en la
última batalla
Antonio Valle
Carlos Fuentes,
los libros y la fortuna
Luis Tovar
Leer
Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|

Juan Domingo Argüelles
Algo más de la didáctica creativa
de Ethel Krauze
La lengua escrita no tiene por qué ser un lujo exclusivo de unos cuantos, sino el patrimonio cultural de todos, pero para esto es necesario instaurar en la educación formal los mecanismos, métodos y didácticas, siempre cordiales pero no exentos de vigor, mediante los cuales no sólo se consiga sensibilizar sino también educar en la emoción y en la inteligencia.
Así como la danza se enseña y la música se imparte; igual que la pintura se aprende, del mismo modo la cultura literaria tendría que formalizar dinámicas y métodos mediante los cuales la gente pueda expresarse poéticamente. Y cuando decimos “poéticamente” nos estamos refiriendo al sentido abarcador de la creación literaria en todos sus géneros.
En su libro Desnudando a la musa (Conaculta, 2011), Ethel Krauze argumenta: “El poeta no es un privilegiado; en todo caso, somos todos los seres humanos los privilegiados pues hemos recibido el mayor bien, que es la palabra. ” Y queda claro que los humanos nos distinguimos de los demás seres vivos y, particularmente, de los otros animales, gracias a la palabra. Hay pericos y cacatúas que pueden imitar el habla humana, pero no su capacidad para crear con ella, y en cuanto a la palabra escrita ningún chimpancé sería capaz, ni siquiera con mucho entrenamiento y años de práctica, de producir un haikú de Tablada.
La palabra, hablada y escrita, hace al ser humano menos fiera; lo transforma radicalmente y lo dota de una potencia que ningún otro ser vivo tiene: el pensamiento introspectivo, reflexivo y creativo, la capacidad de abstracción y la emoción inteligente que produce artefactos verbales: esto es, formas inteligentes y poéticas que expresan lo más profundo del pensamiento y el espíritu.
Si la práctica de los deportistas puede llegar a transformar la estructura física del ser humano, del mismo modo la práctica de los lectores y escritores consigue transformar, desarrollar y perfeccionar el cerebro. Seguramente también el corazón, pero no olvidemos que el corazón se transforma sólo si se transforma el cerebro. Decir “el corazón” es utilizar una feliz metáfora para referirnos a la emoción inteligente, porque sabemos que el corazón es indispensable para estar vivos, pero lo sabemos no gracias al corazón sino gracias al cerebro y, en general, a nuestro complejo sistema nervioso, que nos hace seres conscientes.
Un lector, como bien lo afirma Ethel Krauze en su libro, no es sólo un leedor sino un co-creador: alguien que participa en la creación, consciente de lo que lee y transforma, para nutrirse intelectualmente. Por ello, sin que el precepto sea formar en el sistema educativo lectores y escritores profesionales, lo realmente importante y decisivo es ayudar al desarrollo de lectores creativos, de personas creadoras, de gente que utilice a plenitud sus sentidos para lograr un individuo y una sociedad más inteligentes y, por supuesto, más sensibles.
Un individuo y una sociedad más inteligentes y más sensibles no se dejan manipular con facilidad y tienen más posibilidades de incidir en su destino. Tienen, además, con las potencias de la palabra escrita, un mundo interior más vasto y más hondo.
Ethel Krauze propone: “Las materias de literatura, desde preescolar hasta postgrado, pasando por todos los niveles intermedios, deberían incluir metodologías en creación literaria. Los resultados en el mejoramiento de las habilidades lingüísticas, escriturales, intelectuales y creativas, en todos los órdenes de la vida, y particularmente favorecedores para la profesión que se escoja, cualquiera que ésta sea, serían significativos.”
Lo he dicho y lo he escrito más de una vez, y lo sigo diciendo y escribiendo porque, por desgracia, se necesita insistir: en México al menos, la enseñanza de la literatura en las escuelas es un desastre. No se enseña a leer; no se acompaña en la lectura creativa y participativa; no se profundiza en lo que se lee, y en el caso de la escritura las cosas pueden ser peores porque muchísimos universitarios llegan al momento de la tesis sin saber cómo redactar un párrafo, no ya digamos cómo plantear una idea estructurada de lo que quieren escribir, y conste que las más de las veces sólo lo hacen para titularse y no porque realmente les interese. Está bien que un adulto, consciente de sus intereses, decida que no quiere ser lector ni escritor, pero no está bien que los niños y los muchachos no tengan la oportunidad de poner a prueba sus capacidades y sus potencias: el desarrollo de sus dones, es decir de sus atributos biológicos. En palabras de Ethel Krauze, “todos los caminos llevan a la poesía, si quieres llegar ahí”.
|