Opinión
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La estética de la fragmentación
A

finales de 2011 salió en París un libro en cuatro idiomas, intitulado Zapatos pintados, Editions Lammerhuber de Viena. Es el tercero de la serie que este gran artista austriaco, ha hecho con pinturas y esculturas del Museo de Louvre, aconsejado por la curadora del recinto, Catherine Belanger. Ambos libros con fotografías de desnudos de la pintura y escultura que el museo parisino alberga, prologados por Jean Galard, filósofo especializado en estética, y, de 1978 a 1982, director del IFAL en la ciudad de México, y, luego, director de asuntos culturales del Louvre, hasta 2005.

Me ha tocado escribir un largo texto para el tercer volumen dedicado a la horma de mi zapato: afirmación literal: es decir, Lois fotografió el calzado de muchísimas de las pinturas que forman la extraordinaria colección del museo, empezando con pintores como Cimabue, Giotto o Ucello y terminando, entre otros, con Gros, Ingres, Lawrence, David o Delacroix.

Como es casi imposible que este libro se distribuya en nuestro país, me atrevo a inscribir aquí algunos fragmentos de mi texto, intitulado precisamente Estética de la fragmentación:

En estas fotografías los pies son el foco privilegiado de la mirada, o más bien el polo de atracción son los pies calzados, aunque suelan coexistir con los pies desnudos en su más prístina perfección. ¿Y, por qué los pies, o más bien por qué los pies calzados? ¿De dónde viene esa necesidad de cercenar no sólo al cuerpo humano sino a la pintura misma? Si observamos las fotos, nos encontramos de inmediato con un hecho fundamental: nunca estamos frente a un cuadro total, tenemos apenas la parte inferior de la pintura, lo que hace imposible –con excepciones y según el ángulo desde donde se tome la foto–, contemplar escenas completas o cuerpos enteros. Operación contradictoria, muy productiva: nos ofrece detalles particulares y opera una especie de disección; el ojo se detiene en ciertos elementos; se convierten en los más visibles de la pintura y, como explica Catherine Bédard, refiriéndose al crítico de arte Daniel Arasse, “… la posibilidad de acercarse de esta manera a la obra de arte produce una excitación muy grande, la que propicia la cercanía con la obra, el placer de admirarla sin reservas gracias a la fotografía, aunque se trate de una reproducción”.

Esta manera de enfocar nos obliga entonces a ver lo inusual, eso que en el México del siglo XIX se llamaba los porabajos, ya fuera del cuadro o los del cuerpo humano. El calzado encubre la desnudez primigenia, la del soporte que nos mantiene erguidos sobre la triple y despiadada simbolización del pie: puede representar el alma, o más bien el enlace entre la tierra y el cielo. Para reforzar lo antes dicho, es bueno recordar que la columna es uno de los símbolos más comunes y tradicionales de Cristo: Columna est Christus y hoy es justamente Jueves Santo.

En un anónimo Cristo sangra sobre la columna, entre el vacío y la piedra, un fondo dorado lo circunda. A la desnudez característica de los pies se añade otro dato, el de la sangre que lacera, amorata y marca sus extremidades. Existe una obvia oposición entre el pie calzado del verdugo y el pie desnudo de Cristo: situados uno junto al otro revelan algo anormal; su contigüidad provoca alarma, desazona, es una llamada de atención; para empezar, su lectura se vincula con el carácter puramente óptico del material narrado: algo está fuera de lugar: esa disonancia debe tener necesariamente un significado. La persecución, las vejaciones por Cristo sufridas se expresan pictóricamente de manera literal, y esa literalidad reside ni más ni menos en el hecho de que se le ha privado de calzado, en verdad, el despojo se ha iniciado en los pies. ¿Será el imposible deleite de la santidad? ¿Se explicará así el dolor inconcebible que los estigmas provocan? ¿Se descifra el misterio que esta narrativa fragmentaria nos oculta, empezando a contemplarla desde abajo, desde los pies?

Twitter: @margo_glantz