Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2012 Num: 890

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí y la emancipación humana
Ibrahim Hidalgo

La literatura como medicina
Esther Andradi entrevista
con Sandra Cisneros

Fantasía y realidad en
La edad de oro

Salvador Arias

A 130 años de Ismaelillo
Carmen Suárez León

La fundación del pensamiento latinoamericano
Pedro Pablo Rodríguez

Breve nota para Moebius
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Mitos purificadores

Raúl Olvera Mijares


El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito,
Joseph Campbell,
FCE,
México, 2011.

En El héroe de las mil caras (1949) Joseph Campbell, experto en historia de las religiones, estudioso de la literatura épica, versado en psicoanálisis y crítico literario, aborda la espinosa cuestión del espíritu bajo la especie del mito y, más concretamente, la figura del héroe. Se ha concebido la mitología de diversas maneras: James George Frazer la veía como una torpe tentativa para explicarse el mundo fenoménico; Max Müller pensaba que era más bien producto de la fantasía del hombre prehistórico; Émile Durkheim la pensaba en términos de una adaptación alegórica dirigida a amoldar el individuo al grupo; finalmente, Carl Jung pretendió caracterizarla como el sueño con los arquetipos del inconsciente colectivo. Este último enfoque es el que más decisiva influencia habría de ejercer sobre Joseph Campbell (1904-1987).

Campbell equipara figuras legendarias como Gilgamesh, Perseo, Quetzalcóatl, Jesús de Nazaret, Mahoma, Buda, Taliesin, Krishna, claramente pertenecientes a tradiciones y épocas que no podían ser más diversas, al identificar su función como modelos de individuos ejemplares para una colectividad. Al hacerlo amalgama religión y literatura en una extraña mezcla que, en último análisis, pretende restituir a las creencias el valor de cohesión dentro del grupo que el individualismo moderno ha suprimido. Con los actuales adelantos técnicos y las nociones científicas, se vuelve obsoleto buscar explicaciones tradicionales para los diversos fenómenos de la naturaleza que, no obstante, continúan siendo los mismos que presenciaron los primeros hombres, los llamados hombres primitivos: la salida y puesta del sol, la influencia de la luna, el cambio de las estaciones, la floración, los rigores del invierno, el nacimiento y la aniquilación de todo cuanto existe, incluido el ser humano. Precisamente en el sentido último de la muerte (el tránsito, la trasformación) radica el meollo del mito.

El héroe por lo general es un hombre marcado por el destino desde su nacimiento y dotado de virtudes portentosas, que debe arrostrar un desafío, una suerte de travesía por mares ignotos, como en el caso de Odiseo o Simbad, en la cual recibirá el auxilio de fuerzas supremas para vencer una serie de obstáculos y retornar finalmente a los suyos, a quienes habrá de servir de ejemplo: el hombre que tocado por la chispa divina se ha elevado sobre sí mismo, sobreponiéndose a la adversidad, por medio de ciertas estratagemas o técnicas que habrán de constituir la esencia de una cultura. Las religiones modernas (al servicio de los grandes intereses) y el Estado mismo han echado mano de la figura del héroe para alcanzar sus propios fines, si bien despojándolo del carácter mágico, ritual, purificador que tuvo en épocas remotas. Joseph Campbell realiza un interesante, informado y alentador recorrido a través de las sagas vikingas, finesas, africanas, australianas, chinas, hindúes y amerindias, verdaderamente notable.


Anfitrión de viaje

Francisco Torres Córdova


La fiesta es en casa,
Enrique López Aguilar,
UAM Azcapotzalco/ Ediciones Eon,
Colección Ensayo,
México, 2011.

Un viajero en casa es, por lo menos, dos viajeros: el que ha ido y el que ha vuelto; el que recorre su propio mundo sin moverse, su propia casa que es conciencia y cuerpo, pero también el que ha vuelto del mundo, el ancho y ajeno, y que en el silencio concentrado que inaugura el regreso, lo medita y vuelve a imaginarlo. Entonces, inevitablemente la casa se transforma; ya no es –no puede serlo– sólo el recinto de la habitación cotidiana y útil; se ha vuelto un espacio propicio para la voz, la narración, el diálogo, la duda y el encuentro, es decir, para la vida que los viajes, el in situ y el externo, han puesto en evidencia, que lo han llevado y han traído a una intimidad feliz o dolorosa. ¿Será por eso que cuando, a través de la escritura –que mucho tiene de itinerario y testimonio–, se nos convoca a esta “fiesta en casa”, lo primero que hace el anfitrión es invitarnos a un viaje? Sin duda. Pero en particular ¿a qué viaje? Uno a la vez preciso y diverso, que recorre calles y mercados, invoca costumbres y músicas, piensa literaturas y leyendas, prueba panaderías y dulcerías y busca en las palabras la primera biografía de las cosas, mientras asienta sus reflexiones y dudas a veces con severidad académica y otras con la calidez que confieren la nostalgia y la sinceridad de un legítimo y primigenio asombro. No es difícil entonces imaginarse a este enérgico anfitrión gozosamente sometido por las condiciones que el viaje y su escritura le imponen, ya sea inclinado sobre el teclado de la computadora puliendo las tantas mil versiones del mismo texto, o bien de pie junto al múltiple librero consultando un diccionario, o con los ojos cerrados y atento a las notas de una sinfonía, un concierto de piano o el llanto o la risa de sus hijas, pero también trazando o descifrando mapas en búsqueda y localización, para su reivindicación y honra, de una pulquería o un expendio de pambazos, o en plena revisión y entendimiento de arquitecturas varias de varias latitudes, escudriñando platillos con mirada de académico hambriento que sucumbe a los placeres de la cocina que no engorda sino ensancha el espíritu, o atendiendo a sesudas investigaciones sobre calendarios antiguos y modernos, como quien intuye en la historia de la medición del tiempo las coordenadas de su propia identidad en el espacio, ese espacio de las fiestas y tradiciones de un país que a veces se le desacomoda en el pensamiento ante su capacidad para el absurdo y la estulticia, pero que en el instante que sigue los hallazgos y aciertos de alegría y dignidad que no deja de tener todos los días lo tocan y convencen de nuevo. No es difícil imaginar al autor en esos trances, digo, pues en cada uno de estos ensayos, con la diversidad de sus temas, y gracias a la calidad de sus recursos de estilo y pensamiento, su riguroso orden de ideas, su humor a veces fino y otras alentado por el sarcasmo o la ironía, hay un esfuerzo muy claro por hacerse evidente en sus posturas y mostrarse precisamente así: atareado en desenredar la madeja de sus certezas y sus dudas, lo cual quiere decir, al final, entregado a celebrar, por la escritura, la naturaleza de las cosas que en verdad le atañen: su ciudad, su país, su historia, su lengua en casa y en el mundo.

Estos ensayos –tomados de la columna quincenal A lápiz que el autor sostiene desde hace ya varios años en La Jornada Semanal– poseen la nobleza de la brevedad y a la vez cumplen con sus no pocas exigencias, y están trazados con punta fina y goma de borrar, que es decir sostienen sus ideas con firmeza, pero están siempre dispuestos a la enmienda. ¿Y cómo si no así pueden dilatar su verdadera resonancia tantos nombres de grandes escritos, escritores, músicos, pintores, cronistas y personajes, ciudades y rincones de provincia que en verdad vienen a cuento del viaje, por camaradería, afinidad o admiración; por gusto y esperanza, por solidaridad y compañía, y no, para nada, por los desbarajustes de una vanidad retórica y erudita? Se trata más bien de un ir y venir por las ideas y las presencias de otros tantos que en el viaje del cuerpo y la reflexión han sido, y que se tejen y conectan con este riguroso anfitrión que sabe recibir en casa a sus lectores, porque él, a su vez, conoce bien el privilegio y la responsabilidad fecunda de haber sido un invitado a tantas otras fiestas. Y si esta fiesta es en casa, y la casa no es sólo el cuerpo que habitamos sino asimismo su escritura en movimiento por la ciudad y el mundo, al asistir nosotros mediante la lectura, la fiesta ya no sólo es del anfitrión, sino de todos. Enrique López Aguilar, anfitrión genuino si los hay, es eso precisamente lo que espera. Y es eso lo que logra.


Los motivos del poeta

Edgar Aguilar


Poemas pendientes,
Rodolfo Alonso,
Universidad Veracruzana,
México, 2011.

“¿Cuál es el límite entre la prevención y la autocrítica, entre la timidez y la soberbia?” Esta interrogante que se hace el poeta argentino Rodolfo Alonso en cuanto a sus propios poemas, implica, desde luego, un grado enorme de madurez creativa, pero es también –y sobre todo– un acto sumamente profundo en el cual se confronta el artista con su trabajo. ¿Qué debe o no debe publicarse? ¿Cuándo un poema está –parafraseando a otro grande, Ledo Ivo– acabado, completo en sí mismo, viviendo y respirando la autonomía envidiable? ¿Se puede, por tanto, aspirar a alcanzar el “ideal poético”?

Es casi del todo seguro que, al menos el autor, nunca lo llegue a constatar en vida. Recurrimos para dar una respuesta –que no siempre nos satisface– al editor, ese ente un tanto difuso encargado de aceptar o rechazar una obra y, tal vez seguidamente, al lector. Rodolfo Alonso lo explica, refiriéndose a esos “textos que quedaron como suspendidos en el tiempo, en el espacio, y quizá dónde más”, de manera ejemplar: “Fueron escritos, no fueron publicados. Como ya dijo, magníficamente, René Char: ‘Un fuego de hierbas secas pudo también haber sido su editor.’”

Según lo anterior, y desde una concepción idealmente estética –si esto es dable–, es muy probable que la exigencia que se impone el poeta en relación a sus versos jamás logre complacerlo, y lo obligue aun a destruir lo creado. Y confiar en un editor es, por consiguiente, tan impreciso como circunstancial… Entonces, volviendo a la pregunta inicial, “¿cuál es el límite?”

“Ellos existen, me impiden deshacerme de ellos, me impiden deshacerme, no se resignan al silencio, nuestro enemigo común, y ahora –como por su cuenta– acaso buscan lector.” El lector es el puente. Es la mano extendida que rescata del vacío, de la nada y la oscuridad la voz silenciada del hombre. Es la comunión de las partes. Pero, ¿cómo espera el poeta discernir lo que es en verdad y la verdad de un poema? Rodolfo Alonso lo plantea admirablemente así: “Pero hay verdades de poemas, y hasta hay poemas de verdad para los que no estamos quizá suficientemente preparados, para los cuales tenemos que madurar, hasta que seamos capaces de que ellos maduren a su vez en nosotros.”

Tal nobleza y sinceridad de espíritu no puede menos que orillarnos a su voz. El poeta es el poema. Por ello Rodolfo Alonso afirma con la serenidad que da la inteligencia y la sabiduría: “¿Qué puedo hacer, sino escucharlos (y escucharme)? Así sea.” Sus poemas son como los manantiales que, de tan libres y espontáneos, brotan y afluyen en otros cauces y territorios, cielos espléndidos de un azul luminoso que invitan a la contemplación de todo aquello que bien vale ser mencionado a través del acto poético en una etérea combinación de símbolos: “Del desencadenante que tal vez les dio origen, de las palabras temblorosas en que intentaban encarnarse, lo que nos queda podría parecernos que no es entonces nada más, nada menos, que el reflejo postergado de algún astro moribundo”.



Vías alternas. Conversaciones sobre literatura, periodismo y humanidades,
Guadalupe Alonso Coratella,
Literatura unam,
México, 2011.

Traductora y periodista cultural, Guadalupe Alonso Coratella tiene una larga trayectoria profesional en medios tanto impresos como electrónicos y su trabajo ha sido reconocido en diversas instancias. La presente es una lista variopinta de entrevistas con escritores que, de acuerdo con los editores, han realizado un trabajo “destacado en el escenario de las letras contemporáneas”, son voces que “han apostado por la búsqueda de nuevas formas de aproximarse al lenguaje” y proponen “una alternativa para descifrar nuestro entorno”... Huelga decir, al margen, que los incluidos no son, ni con mucho, los únicos y puede que tampoco los que más “destacan”, “apuestan” y “proponen”. Sucede, como es fácil inferir, que tales aseveraciones sólo son muestra de los lugares comunes que, a manera de justificaciones por otro lado innecesarias, suelen ser proferidos cuando se habla de las preferencias literarias de uno mismo. Más sencillo –y seguramente irrefutable– sería decir que es en función de los genuinos e inatacables intereses, preferencias, posturas y gustos de la autora, han sido puestos aquí en plano de igualdad, por ejemplo, que Monsiváis, Magris, Chomsky y Sartori, con Morábito, Rivera Garza, Moscona y Volpi...