Opinión
Ver día anteriorSábado 25 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Adele no es Amy
W

hat’s in a name? ¿Qué hay en un nombre?, se preguntaba retóricamente William Shakespeare. Si es cierto lo que dicen (suponiendo que alguien lo haya dicho) en el sentido de que nombre es destino, parece de una lógica impecable que una mujer llamada Laurie Blue tenía que dedicarse por fuerza a cantar. La mujer en cuestión es Adele Laurie Blue Adkins, conocida (¡y cómo!) sencillamente como Adele.

Es indudable, hoy día que el mérito artístico suele medirse más con números y estadísticas que con los sentidos y la intuición, que Adele es una cantante de éxito monumental. Y en ese sentido, no deja de ser interesante (y quizá preocupante) que una parte sustancial de la información que en la red y en los medios circula a su respecto se ocupe mucho más de las cifras y los récords que del contenido textual y musical de sus canciones, o de su voz. Empezar con los números básicos que definen sus logros es relativamente fácil, a lo que ayuda el hecho casual de que sus dos primeros álbumes llevan por título sendas cifras: 19 y 21. Dos Grammys por el primero, seis por el segundo. Es lo que se llama progreso profesional fulgurante. Pero profundizar en la numerología de Adele puede convertirse en un ejercicio un tanto fútil y laberíntico. Por ejemplo: las publicaciones especializadas informan que en este mes, Adele se convirtió en la primera solista femenina en tener simultáneamente tres sencillos en el Top 10 del Billboard Hot 100, así como la primera artista femenina en tener dos álbumes (es decir, toda su discografía hasta la fecha) en el Top 5 del Billboard 200, así como dos sencillos en el Top 5 del Billboard Top 100 simultáneamente. ¿Queda claro? Si lo menciono (¡y la cantidad de estadísticas que faltaría citar!) es porque me parece muy significativo que una parte sustancial de la atención que se dedica a Adele tiene mucho más que ver con su calidad de fábrica de dinero que con su esencia de compositora e intérprete. Signo de los tiempos.

Ahora bien, muchos de los comentaristas que en buena hora dedican más atención a la música de Adele que a sus estadísticas suelen enfatizar la columna vertebral de blues que, supuestamente, recorre sus canciones. A riesgo de contradecirlos, me parece que la filiación de Adele está cabalmente más del lado del pop que del blues. Lo que es más extraño aún es el hecho de que continuamente se le compara con Amy Winehouse, y no ha faltado quien afirme, incluso, que Adele es la heredera de la malograda blusera. Creo que se equivocan. La Winehouse tenía no sólo una voz mucho más interesante e inquietante, sino que en sus canciones se atrevía a explorar rincones terribles y oscuros de su alma a los que Adele aún no se ha asomado; quizá lo haga cuando sea una artista más madura. Ante la insistencia en compararlas, me pregunto si tal comparación es musicalmente válida, o se trata simplemente del hecho de que la jauría de chismosos, maledicentes y paparazzi (los sospechosos usuales) está al acecho de Adele, esperando que tropiece y caiga como lo hizo Amy Winehouse, para darse un festín con sus restos. Después de todo, una vida personal relativamente sencilla y pulcra (salvo deslices menores como aparecer en un capítulo de Yo soy Betty la fea) vende menos tabloides que una sucesión de tragedias in crescendo. Lo cierto es que ninguna figura pública merece esa clase de acecho, y lo cierto es también que Adele es una buena cantante, que ha hallado su voz y alcanzado muy temprano el éxito en su nicho de audiencia del pop.

No está de más mencionar, como significativo colofón, que una de las virtudes más notables de Adele es su indeclinable e intensa fidelidad a los Spurs, es decir, al equipo Tottenham Hotspur de la Premier League de Inglaterra. Una cantante que sabe apreciar los puntos finos del juego de cracks como William Gallas, Aaron Lennon, Rafael van der Vaart, Steven Pienaar, Emmanuel Adebayor y Luka Modric es ciertamente digna de admiración. Al menos, de la mía. (N.B.: La presencia del pretencioso y sobrevaluado Giovanni dos Santos en el equipo de los Spurs no es culpa de Adele).