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Toros

En los ganaderos el estatus sustituyó al conocimiento y el dinero a la ley

Una fiesta brava sin regulación, terreno abonado para antitaurinos: sociólogo

El Estado entiende la tauromaquia como patrimonio de multimillonarios, no de la sociedad

 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de enero de 2012, p. a31

Cuando los gobiernos de los tres partidos prefirieron dejar la tradición taurina de México y de su ciudad capital en manos de potentados al margen del reglamento y sin otorgar ningún respaldo a la autoridad en la plaza, firmaron la sentencia de muerte de la fiesta de los toros, sabedores de la falacia que entraña la autorregulación en sistemas monopólicos aliados con el Estado, ambos sin capacidad de autocrítica ni de modificar criterios en beneficio de la sociedad, afirma el maestro Jesús Flores Olague en entrevista con La Jornada.

Si la pobre oferta de espectáculo del duopolio taurino que controla la fiesta en México, es la verdad exclusiva y excluyente en los toros, entonces supone que tiene la verdad y el poder en lo demás, por ello a las tauromafias, con efe, de América Latina les conviene seguir importando toreros en vez de hacer ídolos en los respectivos países. Si la ideología neoliberal sostiene que ya pasó de moda el nacionalismo en aras de una globalización tan pretenciosa como desigual, el nacionalismo taurino carece de andamiaje, abunda el también autor del poemario Ya de otoño, séptimo de su producción literaria.

A lo anterior –añade Flores Olague– hay que sumar las escasas referencias culturales de los toreros latinoamericanos, con poca o ninguna conciencia de su importante misión artístico-cultural. Ganaderos, empresarios y hasta periodistas se han ido turnando el control de la fiesta sin que ninguno haya sabido manejarla bien, es decir, hacerla recuperar su rango de tradición viva. El aficionado, desunido y sin defensa ninguna, no tiene otra forma de protesta que dejar de ir a la plaza, y como a estos empresarios no les preocupa tener las plazas semivacías, el círculo se cierra en detrimento de la tradición, no sólo de un espectáculo degradado por la degradación del toro.

En nuestros países –concluye el historiógrafo– se ha privilegiado el descastamiento en favor de la nobleza, convirtiendo al toro bravo en el animal bobalicón y manso que aquí exigen las figuras con el pretexto del toreo artístico. Entre los ganaderos el estatus sustituyó al conocimiento, como el dinero ha sustituido a la ley. Pero no se puede jugar impunemente con el mito ni con el rito táurico, que de lo simbólico pasó a lo subliminal, de la acrobacia a la superación de lo sádico, de la exaltación del narcisismo a la emoción estética.

Por lo demás, todos los pueblos tienen una cuota de sangre que pagar, sea el sacrificio humano, el dolor, el trabajo. El aspecto ritual de la sangre, humana o animal, permea en todas las culturas, incluidas las invasiones de los países libres a los regímenes dictatoriales; son rituales guerreros además de hipocresía infinita, pero contra eso no protestan los antitaurinos. Tampoco tienen información.

Respecto de la madre patria, el cordón umbilical es todavía más fuerte en Sudamérica, donde incluso se levantan monumentos y placas a los conquistadores. Desde la Independencia aquí hubo una ruptura más radical con España. Parecido a lo que ocurrió con Venezuela y Bolívar. En México, después de Iturbide, un criollo, vinieron presidentes mestizos que favorecieron un sentimiento nacional que intentó rescatar orígenes y construir identidades. Otros capitularon.